La evolución se hace en conjunto: estos son los cambios que el turismo colaborativo ha aportado

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La tecnología y la facilidad de conexión que esta ofrece entre personas de diferentes partes del mundo han sido una gran revolución en todos los sectores económicos mundiales. El turismo no podía ser una excepción; podemos viajar con nuestra Yoga tablet, conectarnos a internet y conseguir la ayuda de los expertos del lugar para encontrar alojamiento, sitios donde comer, hasta para desplazarnos a otros puntos.

El auge del turismo colaborativo, en el que un viajero puede lograr la ayuda de desconocidos para organizar su recorrido, está haciendo saltar por los aires la manera tradicional en la que los turistas se van de vacaciones y, lógicamente, está interfiriendo en la labor de los agentes turísticos habituales, como los guías de viajes, los hoteles, los servicios de alquiler de coches.

La economía colaborativa

Desde mediados de la década pasada, ha ido surgiendo una nueva manera de entender el ofrecimiento de ciertos servicios; ya no hay una empresa que ponga a disposición del cliente dichos servicios, sino varios particulares que deciden compartirlos. Es la economía colaborativa, una respuesta de los usuarios a situaciones que creen injustas o demasiado caras y que alcanza no sólo al turismo, sino también a la búsqueda de financiación, al sector textil…

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El origen del caso más paradigmático de este turismo colaborativo, Airbnb, está precisamente en esa percepción de que había una situación a la que las empresas tradicionales no estaban ofreciendo una solución. En 2007, dos de los tres fundadores de la empresa, Brian Chesky y Joe Gebbia, decidieron poner su apartamento en San Francisco, cuyo alquiler había subido un 25%, a disposición de las personas que fueran a la ciudad a una convención, y no quisieran pagar las elevadas tarifas de un hotel.

De este modo, ellos podían hacer frente a ese alquiler más elevado, y quienes se hubieran quedado sin hotel para la convención tendrían una opción de alojamiento. Ése fue el punto de partida de una compañía, fundada oficialmente en 2008, que en 2014 fue utilizada por diez millones de personas y que ofrecía 800.000 alojamientos por todo el mundo. La revista Inc. la nombró la emptresa del año en 2014, y allí mismo resumía su leitmotiv el propio Brian Chesky:

“Airbnb es mucho más que sólo alquilar un espacio. Es también gente y experiencias. Al final, lo que intentamos hacer es unir el mundo. No estás consiguiendo una habitación, estás consiguiendo un sentimiento de pertenencia”.

Esta idea tan altruista, sin embargo, no se lo parece tanto a la principal competencia de Airbnb: las cadenas de hoteles. En un artículo en The Guardian, el periodista económico Paul Mason afirmaba hace unos días, sobre el auge de esta nueva economía, que “los nuevos negocios colaborativos pueden realmente perturbar la sociedad. Barcelona, que ha prohibido Uber y ha multado con dureza a Airbnb, respondía a protestas de taxistas ansiosos por proteger su negocio y a la industria turística, que quiere que la gente que alquila sus pisos pague por el registro, como los B&B no en el aire hacen”.

Turismo sin intermediarios

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La gran revolución que el turismo colaborativo ha aportado es la posibilidad de eliminar al intermediario. Si queremos alquilar un apartamento en la playa, podemos ir a HomeAway y acordarlo directamente con su propietario, del mismo modo que si buscamos un modo de transporte que no nos vaya a costar un riñón, podemos entrar en Uber o Blablacar a compartir coche, o en Compartetren para conseguir un grupo de viajeros con el que el billete de tren nos salga más económico.

Esa rápida conexión entre la persona que ofrece el servicio y la persona que lo necesita ha hecho que estas aplicaciones y webs crezcan a una velocidad desmesurada. Uber, por ejemplo, pasó de estar valorada en 3.400 millones de dólares en 2013, a serlo en más de 18.000 millones de dólares al año siguiente, y aunque su expansión fuera de Estados Unidos no ha estado exenta de polémicas, está siendo imparable.

José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur, una asociación que agrupa a diferentes operadores del sector turístico, afirmaba en 2014 que “la velocidad a la que crece el fenómeno nos ha pillado por sorpresa, y lo seguimos con grave preocupación”. Es una competencia que puede evolucionar más rápido que los actores tradicionales en este sector porque, al estar basada en la colaboración entre particulares, opera en un vacío legal y no está sujeta a las misma obligaciones fiscales.Y si los usuarios quedan satisfechos con el servicio, van a seguir utilizándolo porque les resulta mucho más barato y fácil de conseguir.

El modelo de la confianza

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La revolución que la economía colaborativa ha aportado al turismo no se queda sólo en los alojamientos o el transporte, sino que alcanza todos los rincones de la experiencia de viajar. Por ejemplo, a través de Vayable podemos contratar a un habitante de la ciudad que estamos visitando para que nos haga de guía por ella, y WeSwap nos permite cambiar divisas con los locales, Por otro lado, si estamos buscando un sitio donde comer, EatWith da la oportunidad de que el restaurante sea, en realidad, la casa de alguien del lugar.

Todas ellas se basan en la presunción de que no hay nadie mejor que alguien que vive en una ciudad para enseñársela a un viajero y, además, hacerlo de un modo mucho más cercano a como es esa ciudad de verdad de lo que puede hacerlo un guía turístico. Sin embargo, al mismo tiempo, este turismo colaborativo tiene una moneda de cambio fundamental: la confianza. Sólo puede funcionar si quienes ofrecen los servicios y quienes los utilizan confian en que ambos operan de buena fe, que van a recibir aquello por lo que han pagado y que todo se va a tratar con respeto. Eso no puede comprarlo el dinero.

Imagen | OuiShare, Kevin Dooley

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