¿Por qué en tu vida real eres una bellísima persona y en Internet eres el troll más grande?

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En mi pueblo hay un tipo al que llamamos Ned Flanders. Es un encanto: atento, simpático; siempre alegre, sonriente y servicial. Cuando alguien llega de visita puede pasarse horas preguntándole por el viaje. Aunque hubiera bajado a la ciudad al médico. Y, además, con interés genuino. No como esa gente que te pregunta cosas porque está aburrida y con algo tendrá que matar el tiempo. No, Flanders es sencillamente una buenísima persona. La mejor en muchos kilómetros a la redonda.

Bueno, excepto cuando se monta en el coche. En ese momento, se transforma en un cruce entre Mister Hyde, Voldemort y Jabba el Hutt. No habla, ladra; no saluda, maldice; todo rastro de su mítica amabilidad desaparece convertida en odio oscuro, retorcido y cerril. Pues bien, Internet es el automóvil por otros medios. No importa lo bueno, amable o ned-flanders que seas, en Internet, dejarás de serlo. Eso es así y os voy a explicar por qué.

La semilla del diablo

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La historia se repite continuamente. El 20 de diciembre de 2013, Justine Sacco tenía 170 seguidores en Twitter y un viaje a Ciudad del Cabo desde Nueva York, donde vivía. En la escala de Londres, suponemos que aburrida, publicó un tweet ciertamente desafortunado: “Me voy a África. Espero no pillar SIDA. Es broma. Soy blanca”.

En las siguientes once horas de avión, el tweet fue tendencia mundial, miles de personas compartieron y comentaron el mensaje. Al llegar a Sudáfrica, Sacco se encontró con un diluvio de insultos, mofas y también alguna condolencia. Ni una hora después de aterrizar, el asunto había alcanzado tales magnitudes que su jefe, el CEO de la agencia de comunicación donde ella ocupaba un puesto directivo, la llamó para despedirla ante la crisis de comunicación en la que se encontraban.

Tanto había escalado el problema que algunos twiteros sudafricanos habían ido al aeropuerto a esperarla y, en directo, publicaron fotos diciendo “Justine Sacco no solo ha aterrizado sino que se ha comprado unas gafas oscuras para ocultarse”.

Once horas desde que una joven había puesto un tonto y estúpido tweet racista hasta que había acabado con su vida social, personal y laboral. Aún hoy si ponéis su nombre en internet, Google os devuelve miles de webs contando la historia. Evidentemente, el tweet no es justificable pero sí es cierto que la penitencia parece algo desproporcionada.

De todas formas, lo interesante del asunto es que la mayor parte de los parte de los participantes en el, perdónenme la palabra, linchamiento de Sacco fueron personas normales guiadas por la buena voluntad y por la lógica indignación de leer comentarios tan racistas. Personas normales y es que esa es una de las grandes verdades de internet: no importa quién seamos, tardará más o tardará menos, pero siempre hay un momento en que sin darnos cuenta acabamos poniendo de vuelta y media a un twitero de 16 años.

No hablamos de trolls

The Science of Internet TrollsThe Science of Internet Trolls

Esto es importante. No hablamos de trolls (esos seres mitológicos que viven bajo de un puente y dedican su tiempo a malmeter por internet) o al menos no en sentido estricto. Hace poco salió un estudio hecho sobre 1200 usuarios de los que un 5’6 por cierto se declaraban trolls.

Tras analizar los datos, descubrieron que ese 5’6% tenía niveles altos de lo que se llama la ‘tríada oscura’ de la personalidiad (psicopatía, narcisismo y maquiavelismo). En general,  eso explica que identifiquemos a los trolls como seres antisociales, necesitados de atención y con gusto por enfadar a la gente.

Es decir, cuando hablamos de troll, no estamos hablando de alguien que eventualmente siembra discordia en un momento determinado. Estamos hablando de personas cuya forma de estar en la red es por y para sembrar la discordia en general. Demócratas del troleo que los llamamos.

Hay un troll en ti

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La mayor parte de la gente no es así. Como ya hemos hablado en alguna ocasión, “Internet no nos cambia nos amplifica“.

Edward Diener (1976), profesor de la Universidad de Illinois, realizó un experimento con niños durante Halloween que nos puede ayudar a entender por qué pasa esto. Diener quería saber precisamente qué factores situacionales amplificaban más las conductas antisociales en niños. He usado la expresión ‘ampliar conductas antisociales’ a propósito: no quiero decir que los niños se ‘vuelvan antisiociales’ sino que hablamos de situaciones en que es más probable que las comportamientos sean antisociales. Esto se ve claramente en el caso de Diener donde las conductas antisociales eran “romper reglas y robar” sin que por ello acabáramos definiendo a los niños como ladrones.

El experimento fue sencillo: se estudió el comportamiento de 1,352 niños durante Halloween. A lo largo de una calle en Seattle, colocaron dos tazones en cada calle: uno tenía caramelos y el otro, dinero. A los niños se les decía que solo podían coger un solo caramelo y luego se les dejaba solos. El estudio investigaba 4 casos que surgen de cruzar dos ‘condiciones’: los niños podían ir solos o acompañados y los niños tenían que decir su nombre o no.

Así rompieron las reglas de coger un solo caramelo según sus circunstancias:

  • El 7.5% de los niños que iban solos y daban su nombre
  • Un 20,8% de los niños que iban en grupo y daban su nombre
  • Un 21.4% de los niños que iban solos y eran anónimos
  • Y un 57.7% de los niños que iban en grupo y eran anónimos

Todo parecía indicar que el anonimato y el estar en un grupo aumentaban la ocurrencia de conductas antisociales. Pero el que parece fundamental es la responsabilidad: a algunos ‘grupos de niños anónimos’ les dijeron que en caso de que se rompieran las reglas el responsable iba a ser sólo uno de ellos. En ese caso, el 80% robaban caramelos y dinero.

La sensación de anonimato, la facilidad de actuar en grupo y la aparente falta de responsabilidad son tres caracterísitcas que tienen las interacciones sociales en internet. Esa es la clave de que ciertos usos de internet favorezcan el comportamiento antisocial y también la de que algunos servicios digitales (Facebook, Google +, etc…) pidieran el nombre real de la persona.

Entonces, ¿necesitamos a la sociedad para ser buenos?

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Hay dos respuestas: una corta y una larga. La corta es sí, sin ninguna duda. La larga es un poco más compleja.

Necesitamos a la sociedad fundamentalmente porque es la sociedad la que regula qué es nuevo y qué es malo (Ribes, 1992). Ni Robinson Crusoe, ni Tom Hanks, ni Matt Damon tienen más concepción del bien y del mal que la que traen de casa. En los tres casos podemos ver cómo las circunstancias reales entran en conflicto con las concepciones de lo apropiado que tienen los personajes. Y, por extensión, mientras están solos son ellos los que acaban por resolver esos conflictos como les viene en gana.

Aunque pueda sonar raro, no existe el bien y el mal sin un grupo social que los identifica (o, al menos, las personas no pueden identificarlos sin un grupo). Además, ni siquiera son cosas estáticas: los valores sociales van cambiando constantemente para adaptarse a la vida real y a las necesidades de cada momento.

El problema se complica cuando entendemos que ‘la sociedad’ no existe en términos psicológicos. No nos relacionamos con ‘la sociedad’, nos relacionamos con personas de carne y hueso que están en nuestro entorno y (la mayor parte de las veces, inconscientemente) regulan nuestro comportamiento con el suyo. Sin la regulación del entorno, todo se vuelve difuso y es mucho más complejo “portarse bien”. Aquí está el corazón de la alcachofa: como decíamos, de la misma forma en que Internet permite crear relaciones intensas y enriquecedoras, también permite la invisibilización del entorno con mucha facilidad y, por lo tanto, permite usos “poco regulados”.

Como vemos de nuevo, y contra la idea general, Internet no nos hace peores personas. Pero es cierto que el ‘ambiente digital’ puede favorecer actitudes antisociales o prosociales dependiendo de cómo sea. Así, la mejor forma de ser buenas personas en internet es relacionarnos de verdad: con relaciones intensas y enriquecedoras; es decir, romper el anonimato, la masa y la irresponsabilidad usando el carácter más social de la red.

 

Imágenes | Gage Skidmore

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