¿A dónde van las cabinas telefónicas, que nadie las quiere?

Casi todos llevamos un teléfono en el bolsillo. Pero la mitad de los españoles reconoce que apenas lo usa para llamar. Quizá los millennials todavía recuerden algún teléfono de esos con disco de marcar. O correr hacia una cabina telefónica para llamar a cobro revertido. Para los más jóvenes, eso es historia, batallitas de otro tiempo que quizá fue mejor. Mientras tanto, los teléfonos públicos intentan sobrevivir.

¿Por qué nadie quiere las cabinas?

A finales de los 90, la edad dorada de las cabinas telefónicas, cuando todavía funcionaban con monedas de cinco duros, había más de 100.000 teléfonos públicos en España. Con el euro y el nuevo milenio todo empezó a torcerse o, más bien, con el boom del móvil primero y el smartphone después.

A finales de 2015, sobrevivían todavía unas 22.000, según los últimos datos disponibles de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). El año pasado, la mitad de estas cabinas no se utilizó ni una sola vez. Lejos queda aquel 1928 en el que, cuentan, la moderna sala Florida Park del Retiro, en Madrid, instalaba la primera cabina telefónica de España.

Hoy, la gestión de las cabinas ha dejado de ser un negocio rentable y ya nadie quiere hacerse cargo de ello. En 1999, cuando Telefónica se convertía en gestor único de la red de teléfonos públicos, las cabinas daban dinero. Ahora, cuando el 88% de los españoles asegura no haber usado una en su vida, los 1.2 millones de euros anuales que cuesta su gestión se antojan un precio demasiado alto.

Cabina de Telefónica en el municipio de Negreira, A Coruña. / Wikimedia Commons

Pero siguen siendo un servicio universal

En estas llegamos al uno de enero de 2017 y no había nadie, ni una sola compañía de telecomunicaciones, que quisiese hacerse cargo de gestionar las 22.000 cabinas repartidas por la Península. De hecho, Telefónica incluso ha decidido eliminar TTP Cabitel, su filial creada para la gestión de los teléfonos públicos.

Desde 2011, la antigua compañía pública se venía encargando de este cometido por petición del Gobierno, no por interés comercial. La concesión se terminó el 31 de diciembre de 2016 y el ejecutivo se vio obligado a forzar a Telefónica a gestionar las cabinas durante 2017. En 2018, probablemente volverá a pasar lo mismo.

¿Y si nadie las usa, por qué no las borramos del mapa? Porque el Ministerio de Industria las considera un servicio universal. Concretamente, España deberá contar, al menos, con un teléfono público de pago por cada 3.000 habitantes en cada municipio de 1.000 o más habitantes y de un teléfono público de pago en cada uno de los municipios de menos de 1.000 habitantes.

Así fue definido en la ley de 2012 que marcaba los servicios mínimos de telecomunicaciones, entre los que están también el acceso a banda ancha de 1Mbps. Según la CNMC, cada vez hay en España menos cabinas rentables, aunque todavía las hay. Esto, unido a que no hay ninguna empresa privada que quiera hacerse cargo de ellas, ha motivado que la Comisión haya emitido un informe en el que aconseja revisar la inclusión de las cabinas dentro del servicio universal.

Cabinas telefónicas de Bell, en Estados Unidos. / Pixabay

Adopta una cabina

“Una cabina es mucho más que un teléfono…” Así intenta la compañía British Telecom (BT) seducir a los británicos para que inviertan en sus teléfonos públicos. ¿Cómo? Pues convirtiéndolas en todo tipo de negocios. La imaginación pone los límites para la supervivencia de las emblemáticas cabinas rojas que pueblan Reino Unido.

El año pasado, un acuerdo de BT con la empresa Red Kiosk Company puso en marcha un proyecto para revitalizar las cabinas. Se invirtió en restaurarlas (nuevos cables, cristales y pintura), se instalaron cerraduras de seguridad y se pusieron al servicio de (casi) cualquier idea. Ahora, por precios que van desde una libra (1,1 euros) si eres una institución pública hasta las 3.600 libras anuales si quieres hacer negocio, se puede adoptar un teléfono público.

De momento, las cabinas rojas se están convirtiendo en puestos de venta de accesorios para móviles, puntos de recarga de baterías, pequeñas cafeterías o puestos de comida rápida, bibliotecas o tiendas de souvenirs. Además, BT también permite la compra de la cabina para su exposición (a la venta desde 2.750 libras), su uso como plataforma publicitaria o reconvertirla en un cajero automático.

Imágenes del folleto del proyecto Adopta una cabina de Reino Unido. / British Telecom

Larga vida a las cabinas

El problema de la gestión de las cabinas no es endémico de España. Las soluciones imaginativas tampoco son exclusivas de Reino Unido. A lo largo y ancho del planeta, se han adoptado diferentes iniciativas para la reconversión de los teléfonos públicos. Al fin y al cabo, como las farolas o las fuentes públicas, las cabinas son un trocito de historia urbana que, por nostalgia o por necesidad, se debería conservar.

  • Wi-Fi gratis en la gran manzana. Qué mejor manera que modernizar una cabina que convertirla en un punto gratuito de Wi-Fi. Desde 2014, varias compañías se han puesto manos a la obra en el centro de Nueva York y han convertido más de 10.000 cabinas en puntos de acceso a Internet.
  • O de pago. En Australia ha sido la propia compañía gestora de las cabinas, Telstra, la que ha decidido sumarse al fenómeno Wi-Fi. Serán puntos de acceso de pago, pero el proyecto busca reconvertir casi dos millones de cabinas a lo largo y ancho de la isla continente.
  • Recarga de coches eléctricos. En 2010, en Madrid se inauguraba la primera cabina reconvertida en punto de recarga de coches eléctricos. Siete años más tarde, en España circulan unos 6.500 turismos de este tipo y apenas hay cabinas en las que enchufarlos. Sin embargo, la idea quizá pueda recuperarse en el futuro.
  • ¿Peceras para carpas doradas? Quizá la idea no sea muy útil, pero el Kingyobu (club de la carpa dorada o goldfish) ha convertido algunas cabinas de Japón en peceras desde las que todavía se puede hacer una llamada.

Cabina con peces en Nara, Japón. / Fast Japan

Las series y las películas también nos han dado sus ideas estrafalarias. Quizá algún día nos sirvan para viajar en el tiempo como la Tardis de Dr. Who. O para entrar en el Ministerio de Magia sin que se enteren los muggles. Puede ser que incluso las necesitemos para abandonar Matrix o para refugiarnos del ataque de los pájaros de Hitchcock. Mientras tanto, a lo mejor nos basta con recordar que, si nos quedamos sin batería, no todo está perdido.

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