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¿Podríamos vivir en Marte?

Explorando el planeta rojo.

Marte es un lugar, inhóspito y frío, con temperaturas medias de -63 ° C. Las temperaturas máximas en verano alcanzan ocasionalmente los 30 °C, pero aun así no es el mejor lugar para dar un paseo como quien sale al campo a andar. De hecho, si lo haces, atente a las consecuencias.

La NASA define a Marte como un lugar, por el momento, inhóspito por su atmósfera compuesta en un 95,3 % por dióxido de carbono y por una superficie que, sin campo magnético como el de la tierra, está bombardeada por la radiación del Sol. La baja presión atmosférica combinada con las bajas temperaturas también significa que el agua líquida no es estable en la superficie y, por eso, la vida tal como la conocemos no puede existir en estas condiciones.

Las temperaturas y la radiación son los principales problemas para conseguir hacer Marte habitable.

¿Es posible colonizar Marte?

Vale, ya sabemos que la vida, al menos la vida humana, no es viable en el planeta. Pero, ¿se puede hacer posible como hemos visto en muchas películas de Hollywood?

Bueno, todo empieza en el viaje. Al enviar naves espaciales a Marte, es sumamente importante asegurarse de no llevar microbios con nosotros. Aunque una nave espacial tarda meses en viajar a Marte, es posible que algunos microorganismos resistentes sobrevivan al viaje. Incluso, existe una posibilidad remota pero real de que los microbios terrestres puedan sobrevivir y prosperar en Marte, lo que podría contaminar Marte y poner en riesgo las futuras misiones humanas al planeta rojo.

Una vez allí el panorama es bastante sombrío. El espacio es oscuro, frío en su mayor parte, pero en algunos lugares extremadamente caluroso, vacío, venenoso y radiactivo, todo lo contrario de lo que se podría esperar de unas cómodas vacaciones en Benidorm. Esto es algo que podía suplirse con los trajes y vehículos adecuados, pero tampoco habría mucho que hacer allí.

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Sí, es posible excavar y buscar materiales de todo tipo, pero trasladar cosas en el espacio es extremadamente caro, y ni la Luna ni Marte muestran demasiadas pruebas de minerales valiosos por los que merezca la pena asentarse en el planeta.

Y por mucho que en el cine hayas visto enormes bases espaciales con cúpulas de cristal e incluso con plásticos, hay que descartarlo del todo. La radiación solar obligaría a establecernos en un lugar subterráneo, claustrofóbico y hermético, con la mayor parte del espacio dedicado a grandes invernaderos con luz artificial que produjeran alimentos para subsistir y oxígeno.

El libro que chafa tus esperanzas

Una ciudad en Marte es un libro escrito por los científicos Kelly y Zach Weinersmith, que responde a la pregunta de si el ser humano podría vivir en Marte de forma muy contundente: de ninguna de las maneras.

A pesar de los sueños de determinados multimillonarios, el libro deja claro que hacen falta muchos años, mucho dinero, y mucho trabajo para ni siquiera tomar esto como una posibilidad. Desde un punto bastante cercano, pese a no dejar de lado la ciencia, Una ciudad en Marte trata de lo que es técnicamente posible y de cómo funcionaría en la práctica. Las visiones utópicas del espacio no suelen sobrevivir al contacto con la naturaleza humana, y observar las leyes existentes que gobiernan el espacio deja poco espacio para el optimismo.

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Los autores advierten como solución a los problemas que tenemos en la Tierra, investigar en la propia Tierra. Como señalan, la Antártida es infinitamente preferible como lugar para vivir que la Luna o Marte, pero hay pocos movimientos políticos que digan que deberíamos trasladarnos allí en masa. De hecho, la tecnología que haría que el espacio fuera habitable también nos beneficiaría mucho más en la Tierra.

En definitiva, Marte es, con suerte, sólo nuestro primer paso hacia la exploración del universo. Una vez que hayamos introducido los pies en el sistema solar, será más fácil expandirnos hacia el cinturón de asteroides y más allá, ya que la baja gravedad de Marte es la plataforma perfecta para construir y lanzar otros vehículos espaciales. Pero, por ahora, el propio cuerpo humano y nuestra tecnología es el talón de Aquiles de la misión.

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