Vidrio, porcelana, pólvora, oro, jade y hasta espaguetis compartían camino en la primera (al menos que se sepa) ruta global de la historia. A medio camino entre leyenda y realidad, las historias de la ruta de la seda hablan de un constante vaivén comercial entre China, Grecia y Roma, primero, y la Europa medieval después, a través de ciudades míticas como Constantinopla, Samarcanda o Alejandría.
Fue la tecnología del transporte marítimo y terrestre la que hizo posible la construcción de esta primera gran arteria comercial entre oriente y occidente. Y fueron, también, la tecnología y la modernidad, las que hicieron que cayese en el olvido. Hoy, China trabaja para relanzar la ruta de la seda en el siglo XXI y la tecnología vuelve a ser su gran aliada.
El proyecto One Belt, One Road
La nueva ruta de la seda es un proyecto poco definido, una suma de esfuerzos inversores y comerciales, pero con una idea muy clara: mejorar la conexión de China con todos los países a su oeste y con Europa como último objetivo. Bajo el nombre de One Belt, One Road, busca crear una red de conectividad y corredores marítimos y terrestres entre China, Oriente Medio, Europa y África. Y conectividad, hoy por hoy, significa tecnología.
“Propone múltiples sectores de cooperación que se centran primordialmente en la inversión y construcción de una red de infraestructuras y en el comercio. Asimismo, abarca además los ámbitos de finanzas, I+D, medicina, ciencia y tecnología, intercambio cultural y académico, diálogo entre partidos políticos, parlamentos y ONG, entre otros”, señala un informe del Barcelona Centre for International Affairs.
Aumentar la inversión en ciencia e innovación y la colaboración entre las universidades de diferentes países al calor del One Belt, One Road (OBOR) es también uno de los anhelos de la academia china de la ciencia. Ciencia y tecnología para desarrollar el transporte, mejorar el control del clima y la producción agrícola e impulsar el desarrollo energético. Son grandes promesas que ya se están traduciendo en proyectos concretos.
El Hyperloop y la batalla del tren volador
Uno de los grandes objetivos del proyecto es mejorar la conectividad por tren para el transporte de mercancías. De hecho, desde 2014 existe una ruta de ferrocarril entre Madrid y Yiwu, en el este de China. Pero, claro, la velocidad no es su fuerte, ya que tarda entre 21 y 23 días. Por eso, el tren supersónico es el ansiado objetivo.
Desde que la iniciativa de la gran ruta de la seda se lanzó en 2013, el Hyperloop de Elon Musk se posicionó como gran alternativa para el futuro del transporte terrestre entre China y Europa. A mediados de 2016, la compañía del emprendedor estadounidense firmó un acuerdo con Summa Group y el gobierno ruso para lograr construir una ruta entre el este y el oeste de Eurasia. Una ruta por la que viajar a más de 1.000 kilómetros por hora, un viaje de entre 10 y 12 horas de Yiwu a Madrid.
Sin embargo, a principios de mes, la China Aerospace Science and Industry Corporation (ASIC) sorprendía al planeta con su tren volador. La idea es implementar un sistema de trenes similar al Hyperloop en los que el movimiento se produce por levitación magnética y que alcanzarían hasta 4.000 kilómetros por hora. Primero se probaría en China (aunque todavía no hay fecha fija) y después se abriría al mundo a través de la ruta de la seda, igual que hace siglos hicieron la porcelana y la pólvora.
La revolución energética no será de terciopelo
La llamada revolución de terciopelo puso fin al monopolio del poder del Partido Comunista Checoslovaco en 1989. La República Checa es, precisamente, uno de los pocos aliados fuertes que tiene el proyecto OBOR en Europa, pero sus acuerdos son más comerciales que tecnológicos (con una excepción). La revolución energética que busca impulsar One Belt, One Road no llegará tan lejos, de momento, pero sí se expandirá a través de la nueva ruta de la seda.
Según la página oficial que recoge las inversiones de OBOR en marcha, existen 38 proyectos de carácter energético en desarrollo. En total, más de 4.000 millones de dólares, al cambio, que China está invirtiendo para desarrollar nuevos sistemas energéticos en los países de su entorno y en su propio territorio.
Los proyectos cubren desde la construcción de grandes plantas solares en China y en Vietnam hasta el acceso a energía barata (y de origen fósil) en países aliados como Myanmar (plantas de energía térmica) o Madagascar (minería de carbón). Además, existen otros proyectos para mejorar la tecnología de extracción de recursos naturales en Rusia o el desarrollo de baterías eléctricas en la India.
Dinamarca es el otro gran aliado europeo de China en este proyecto. Su inversión, de momento, es limitada, pero lleva años trabajando en iniciativas de intercambio de conocimiento con el gigante asiático. Su principal campo de acción es, como no podía ser de otra forma, la producción de energía renovable y, sobre todo, eólica.
La ruta en las ondas e Internet
En un proyecto del siglo XXI que busca hacer el mundo más pequeño no podía faltar la inversión en telecomunicaciones y tecnologías de la información. De momento, existen poco más de una decena de proyectos en marcha, con una inversión de 80 millones de dólares.
Aquí es donde entra en juego la excepción checa. En colaboración con la empresa HE3DA, y gracias a la inversión china, está en marcha un proyecto de investigación en nanotecnología. Además, se busca el desarrollo de tecnologías de blockchain para el sector de los servicios financieros (fintech). También se están llevando a cabo iniciativas más concretas para reforzar la infraestructura de telecomunicaciones de varios países, sobre todo del sudeste asiático.
A pesar del marcado carácter tecnológico de esta nueva ruta de la seda, el principal motor de inversión es la infraestructura de transportes: carreteras, vías de tren, aeropuertos y puertos. Así, el proyecto concreto más destacado de One Belt, One Road ha sido la creación de Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés).
Además, en este campo, existen proyectos en marcha o en desarrollo por valor de más de 12.000 millones de euros. Desde mega-puertos de mercancías hasta tranvías en ciudades concretas, pasando por terminales de pasajeros o autovías hacia (y a través de) los países vecinos de China.
Si creemos el cuestionado Libro de las maravillas del mundo de Marco Polo, este viajero veneciano llegó a Mongolia y a China hace más de siete siglos, recorriendo una (ya entonces milenaria) ruta de la seda. Su ciudad natal esperó casi dos décadas a que volviese, sin que se hubiesen tenido apenas noticias suyas.
Los Marco Polo de la próxima década quizá puedan llegar a Pekín en un tren volador en menos de tres horas y volver a cenar en Venecia. ¿Quién sabe qué sorpresas traerán de ese no tan Lejano Oriente?