Final Fantasy es probablemente la saga más relevante de todos cuantos JRPG hayan existido. ¿Los hay mejores? Seguramente; también peores. Pero ahí la tenemos, con 5 millones de copias distribuidas a nivel mundial de la decimoquinta entrega.
Lo que consiguió Final Fantasy VII en occidente fue, de una manera un tanto caprichosa, similar al logro de Nintendo con Wii Sports: llevó un género de nicho, eminentemente asiático, a un ámbito popular e internacional. Por el camino simplificó conceptos, redujo mitologías y navegó con cierta ociosidad sobre esos grandes temas: el amor, la muerte, la soledad y el binomio pérdida-victoria.
Por el camino saltó del jugador desnudo e indefenso a la pantalla abarrotada de tutoriales, de un sendero luminoso disfrazado de confusión y libertad opaca a otro disfrazado de… luces. Pero cómo no enfrentarse a cambios cuando la propia dinastía ha trascendido a creativos y creadores.
No hay consenso sobre Final Fantasy ni lanzando mutis
Ni los propios padres de la obra toman partido más allá de la clásica declaración ligera. Es interesante leer a Hironobu Sakaguchi, como primer director, decir que Final Fantasy IX es su favorito, por su modo de regresar a los orígenes pero, a la vez, satisfacer aquellos imposibles que en los primeros juegos no pudieron llevarse a cabo por cuestiones estrictamente técnicas.
O a Hajime Tabata, director de todos los spin-offs de la saga y responsable del actual FFXV, declamar que su Final Fantasy favorito es el sexto, y Zack, el eterno odiado, su personaje favorito, a quién le dedicó mayor protagonismo en Crisis Core, la entrega para PlayStation Portable. Final Fantasy es un panzer derribando muros narrativos, ludificando las tareas más rutinarias, y convirtiendo en objeto de imitación algo tan puramente japonés como engarzar kanjis —los populares sinogramas de la escritura japonesa—.
Parece que Final Fantasy no admite debates reposados. Sólo griteríos. Un núcleo duro de fans y muchos desprecios alrededor. Y gente mirando raro. Complejos, androginia y tics enrocados en sus propias herencias —siempre hay un personaje llamado Cid, casi siempre un Boss alternativo llamado Omega, con frecuencia más resistente que el propio “Final Boss”, o esas gallinas gigantes llamadas chocobos—.
Hemos querido preguntar a expertos y amantes de la saga sobre sus favoritos, para guiar a jugadores novatos en sus incursiones y para, de paso, entender los porqués de una obra que parece inmortal, que el próximo 18 de diciembre cumplirá 29 años y que, tras su fotorrealismo actual, se acunan mundos que a más de uno le hicieron soñar sobre una realidad aburrida.
Víctor Martínez (@chiconuclear)
¿Puede un juego arrastrarte a cometer atrocidades y justificarlas? ¿Puede el mismo juego, el juego capital y obra de culto en medio mundo, ser una lectura perversa del liberalismo? Tras más de diez años al frente de AnaitGames, una de webs más prestigiosas en España en material videolúdico, el veterano periodista nos lanza el órdago:
«El Final Fantasy que más me marcó fue, claro, el VII. Hay algo de nostalgia ahí, porque es uno de los primeros juegos que recuerdo de PlayStation, pero me sigue fascinando que un JRPG así exista, y todavía más que pretendan rehacerlo ahora. Es un juego en el que hay ecoterroristas y en el que, de hecho, se habla sobre los daños colaterales de su lucha, sobre los muertos de sus atentados, que han sido perpetrados por el jugador mismo; la manera en que se trata el sexo es muy rara, y hay momentos que casi parecen ser un chiste de esos que tanto echa de menos Arévalo; parece claro que estás luchando por una causa justa, pero en realidad el juego te está liando para que seas cómplice de algo que no siempre parece tan bonito.
Entiendo que esa no es la intención original, porque al final no es una gran reflexión sobre fines y medios o sobre las consecuencias de la industrialización desmedida —aunque sí parece, por momentos, un latigazo poco disimulado a ciertos valores occidentales—, pero todavía hoy tiene algo perturbador que el resto de Final Fantasy, más pulidos y redondos —sus personajes también son modelos de alta costura, después de todo; no sé si Louis Vuitton querría a un grupo de terroristas con civiles muertos a sus espaldas como imagen de uno de sus bolsos—, no han conseguido igualar. A pesar de todo, y aunque no diría que Square Enix arriesga demasiado con su serie más conocida, sí respeto y aprecio la manera en que deforman y repiensan constantemente sus sistemas de combate, por ejemplo, que es precisamente uno de los puntos en los que Final Fantasy VII parece, visto desde la distancia, menos audaz».
Álvaro Arbonés (@AlvaroMortem)
Final Fantasy XIII fue el punto de inflexión, el ritual futurista según unos pocos, el cambio innecesario según la mayoría. Premio Ariel por ‘The Sky Was Pink’, crítico en webs como Entrecomic, Canino o Miradas de Cine, Álvaro encuentra otro texto en su, aparentemente, inocuo mensaje.
«Defender Final Fantasy XIII es imposible. Es lineal hasta la extenuación, su sistema de combate es aburrido y obtuso y su progresión de personajes tan confuso como poco estimulante. Pero ahí radica su encanto. Donde el grueso de entregas previas intentan ocultar defectos a base de cuestionables decisiones de diseño —desde mundos abiertos para disimular su linealidad hasta eternas listas de habilidades de las cuales usamos cinco o seis—, Final Fantasy XIII sabe lo que es: un simulador de gestión de recursos humanos.
Lo anterior no es ninguna boutade. Final Fantasy XIII es el sueño húmedo del neo-liberalismo. Tenemos un grupo de ocho individuos intercambiables entre sí de los cuales podemos decidir sus habilidades, qué roles asumen y en qué puesto combaten en cada turno. No sólo gestionamos nuestros recursos físicos en el combate sin intervenir en él directamente, sino que también gestionamos nuestros recursos humanos. Ya no son personas, sino cúmulos de estadísticas y habilidades. Y esa es su genialidad. No jugamos, gestionamos. No necesitamos explorar o tener largas listas de habilidades inútiles; sólo necesitamos la lista de stock, consumir lo que nos conviene y desechar el resto. Aunque sean personas. Final Fantasy XIII es como la realidad, pero mejor. A fin de cuentas, en la realidad no hay chocobos».
Javier Aleman (@dottoraleman)
Quizá la virtud de FF resida bajo su aparente idiotez adolescente, en cómo capitaliza tropos de los últimos siglos y los desviste para hacer algo propio. ¿Puede el mismo juego significar dos cosas distintas? Para dos ojos distintos sí. El co-administrador de la web Nivel Oculto y colaborador en la revista Gamer o la web IGN, repite con Final Fantasy VII, pero bajo la perspectiva contraria:
«El ecoterrorismo va a llegar. ¿Quién hubiera pensado que un videojuego japonés en 1997 iba a ser capaz de tener un discurso antiglobalización, contra las corporaciones y a favor del medio ambiente? En Final Fantasy VII comenzábamos destruyendo una planta energética y en ningún momento se nos pasa por la cabeza que eso jodiera a nadie más que a los malísimos trajeados de Shinra. Nadie hablaba del cambio climático, pero un videojuego profundamente sintoísta ya se preocupaba porque protegiéramos al planeta. Olvidémonos de Sephiroth y las materias, Final Fantasy VII lo que quería era que evitásemos la catástrofe ecológica a la que nos estamos dirigiendo ahora mismo».
Pablo González (@Caith_Sith)
¿Y qué puede decirnos el redactor de Cinemanía, Meristation y más conocido como autor de ‘Final Fantasy: la Leyenda de los Cristales’, conocedor absoluto de la saga?
«He aquí mi título favorito, no sólo de la saga, sino en general. No han sido pocos los juegos que he tenido el placer de experimentar en toda mi vida, pero ninguno me ha marcado tanto como lo hizo esta novena entrega de la saga Final Fantasy. Capítulo minusvalorado en general —sobre todo en su momento, ahora parece reivindicado poco a poco—, es considerado por el compositor Nobuo Uematsu su favorito de toda la franquicia.
No sé sus motivos pero sí los míos: personajes maravillosos, perfectamente escritos y definidos, y una deliciosa ambientación que saca provecho de la imaginativa mitología steampunk adaptada a un contexto de fantasía medieval. Lo que puede parecer simple en primera instancia —se tildó de infantil— es en realidad mucho más oscuro, presentando una historia que gira en torno a la vida y la aceptación de la muerte, pero sin presentar el registro tradicional de la saga: un protagonista con pasado traumático y parco en palabras».
Álex Garcigregor (@allevoy)
Kefka Palazzo. Así se llama el antagonista y némesis de Final Fantasy VI, un monstruo del que se ha dicho todo: narcisista, irascible, extravagante, despiadado, destructivo, uno de esos malos que enseña los niños lo que es el nihilismo. Una suerte de Joker con poderes. Álex Garcigregor, compositor de música para videojuegos y ex-miembro de Fisherman Horizons, y absoluto devoto de la saga, dice lo siguiente de esta entrega:
«FFVI tiene un malo de verdad, no un ente extradimensional o una manifestación física de un concepto. Y tampoco un niño atormentado o una marioneta. Tiene un malo que es un perturbado con personalidad propia y un discurso y actos coherentes con su naturaleza y pensamiento.
Posee una de las representaciones más impactantes en un evento de ocio integrado en la trama. Lo de la ópera, por supuesto. Está tratado con mimo, con estudio y respeto por una forma de arte concreta, de forma poco superficial. Y la música. No creo que tenga que extenderme, pero aúna coherencia narrativa y un uso impecable de leitmotivs con una de las selecciones tímbricas y estilísticas más verosímiles de todo el catálogo de SNES. El tema final es una obra maestra que poco tiene que envidiar a los temas sumario de la música de cine».
Oscar Bouzo (@jarkendia)
A veces olvidamos que hay vida más allá de la saga principal, que todos esos tentáculos sobre diferentes géneros son la versión de baja estofa. Pocas cosas más adictivas que aquel tower defense para Wii ‘Final Fantasy Crystal Chronicles: My Life as a Darklord’, un juego tan inocente como bien diseñado. Y los “Tactics”, por supuesto. Editor en Vidaextra desde 2007, el experto periodista Oscar Bouzo nos recuerda esta extensión de la serie original:
«Si la pregunta fuese sobre el mejor JRPG de la historia (algo muy subjetivo), no tendría dudas: Suikoden II. Pero si tengo que hacer memoria para recordar qué Final Fantasy me ha llenado más, no lo tengo nada claro. Cada entrega me marcó en su época correspondiente, y tras volver a ellas no han pasado la prueba del tiempo. Algo que no sucede con su vertiente más táctica al haber mantenido la misma base desde que debutó en 1997 en PSOne. Yo, en cualquier caso, desafiando a las leyes de la física (y del juez), me quedo con los Final Fantasy Tactics Advance, los cuales me engancharon como ningún otro».
Javi Sánchez (@Quimicefa)
Porque las adendas, extras narrativos o accésits por excedentes de trabajo, siempre estuvieron bien vistos en la familia Fantasy. Como el capítulo que cerraba la decimotercera entrega: tanto quería quitarse el roleo impostado y arquetípico de encima que, en sus tripas, el juego terminó por ser «otra cosa». Y a Javi Sánchez, editor en GQ y antiguo redactor en cabeceras como Mondo Pixel, GamesTM o Retrogamer, eso le encanta:
«Final Fantasy XIII: Lightning Returns es mi FF favorito. Todo el arco de Fabula Nova Crystallis es tan bajona como sinsentido, con un remate tan apoteósico como apocalíptico: en unos días, «Dios» va a destruir el mundo y a Lightning, ejército de una sola mujer, le toca recorrerlo buscando almas que merezcan la pena, ayudada por un hacker celestial. Mientras extingue, de paso, especies enteras de monstruos. El combate pasa de los turnos a medias al juego rítmico -podría ser la mecánica de un Ouendan!-, aquí Lightning tiene los mismos poderes que Mortadelo y, sacrilegio, no existen los puntos de experiencia. Es un Final Dead Rising Zelda. Es absurdo, inconexo y cierra una historia que ya no le importaba a nadie. Es pretencioso, bobo, con la intensidad de una luciérnaga. Lo adoro sin remedio».
Jose María Villalobos (@JMVillalobos1)
En una saga con XV entregas, caer en los “clásicos” es fácil. El autor de ‘Cine y Videojuegos: un diálogo transversal’ opta por mirar más allá, a otros mundos:
«Final Fantasy X fue mi primer juego de la franquicia. Como ferviente nintendero hasta la llegada de PS2, me perdí la edad dorada de PSX. El salto generacional se tradujo en la recreación de un mundo enorme de fuerte colorido. Hoy sería tildado de lineal, pero en 2002 supuso un placer recorrer Spira a escala 1:1 en lugar de pasearse por el habitual mapamundi.
Los frecuentes diálogos creaban consistentes arcos de transformación en la personalidad de los protagonistas. La historia, en gran parte un flashback, se enriquecía a base de importantes puntos de giro que diluían a su vez un engañoso maniqueísmo. El final, musicalizado, por un Nobuo Uematsu inspiradísimo, es emoción empaquetada en recuerdos imborrables. Desde luego, estoy con los que defienden Final Fantasy X como el último gran Final Fantasy».
Entender la dimensión de FF nos llevará tiempo, desde luego. Porque sí, sus logros ya existían previamente, la saga se ha lucrado de trampantojos capitalistas —llamando Final Fantasy en terreno estadounidense precísamente a los SaGa, otros RPG de Square diseñados por Nobuyuki Hoshino— y, bueno, de un fanservice de caerse de espaldas. Y ahí reside parte de su encanto.
Se dice que no has jugado bien si no has ido a por “la partida perfecta”, a llenar la cajonera de objetos hasta arriba, a conseguir todas las magias, todas las cartas, todos los guardianes de la fuerza, todos los hechizos, todos los trabajos desarrollados al máximo, todos los cristales, ese level 99 en cada personaje o las mejores armas equipadas. El denominado “absurdly high level cap”.
Fomentar eso es fomentar la parte más cerebral —o menos emocional— del asunto. Igual por eso mi favorito es Final Fantasy VIII, la entrega más despreciada de toda la saga.