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Si quieres emocionarte con la tecnología, esto es para ti

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Somos seres esencialmente emocionales. Como señalaba el divulgador, neurocientífico cognitivo y profesor en Psicobiología Manuel Martín-Loeches, «nuestra capacidad de manipular objetos e intenciones […] dota al ser humano de una sensibilidad hacia lo que le rodea. Al tratar de anticipar lo que piensan otras personas hace al cerebro más abierto a todo y puedan afectarle cosas muy peregrinas, como una música de fondo, el color de una pared, etcétera».

Esta facultad innata para sentir, recordar y emocionarse, está presente en todas las circunstancias. La tecnología no nos ha hecho insensibles. No nos emocionaríamos si no ante alguna oferta deseada del Black Friday o frente a la simple espera de un nuevo gadget. La tecnología no es ajena a la moda, a la cosmética y la estética y, por tanto, a nuestra percepción e interacción con el mundo.

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Nuevos escenarios para nuevos tiempos

Del amor entre dos robots que hablan “distintos idiomas” al acto sacrificial de un héroe que tiene mucho de humano, la ciencia ficción sirve como puente entre esos futuros hipotéticos donde la tecnología ha permeado a través de la piel y donde, o bien nosotros poco a poco somos un poco más máquinas, o ellas un poco más humanas.

Porque al final se trata de una convivencia interespecie. Sólo necesitamos rememorar aquella escena de E.T. el Extraterrestre para que las lágrimas nos asalten. O el monólogo del replicante Roy Batty (Nexus 6), una brillante lectura de nuestras capacidades y limitaciones como especie.

Y tampoco tendríamos que remontarnos a los clásicos. La serie británica Black Mirror ha sido capaz de mostrarnos nuestras virtudes y nuestras miserias y ponerlas del revés. En San Junipero, por ejemplo, mediante la clásica simulación “vida más allá de la muerte” que ya trataba Alejandro Amenábar en Abre los Ojos.

La obediencia ante todo

Pensemos en el mito de los deseos realizados a toda costa mezclado con un poco de autómatas serviles y encantadores.

El irlandés Ruairi Robinson, nominado al Oscar en 2002 por su corto de animación ‘Fifty Percent Grey’, establece aquí una parábola similar: Blinky es un R2D2 demasiado obediente, que cumple con lo que se le pide en sentido literal. El resto es pura causalidad.

El deseo y la deuda

El joven director Ariel Martín se dio practicamente a conocer en 2014 con su corto ‘The iMom’. «La iMom cambiará tu vida» rezan los spots televisivos. Una suerte de La mano que mece la cuna en clave robótica, una mamá de sustitución que también quisiera colmar las propias emociones que los publicistas prometen.

Una lectura brillante del precio de las palabras y las sensaciones adscritas a ellas.

¿Somos dueños de nuestros actos?

Upstream Color es probablemente una de las películas más atrevidas que existen en la actualidad. Un rompecabezas a nivel estructural, pero también emocional, la segunda cinta de Shane Carruth, director y guionista de Primer, una de las películas más brillantes sobre paradojas temporales.

A través de escenas oníricas nos hablan de cómo una persona es dominada —literalmente, controlada a través de un miembro parásito— y, de paso, traza una lectura sobre las epidemias nacidas en granjas, y nuestra forma de tratar a los animales que nos comemos.

El amor todo lo puede

O igual no. En tan sólo 15 minutos, el director argentino Jon Mikel Caballero nos lleva de la mano hacia un futuro donde un astronauta, Joseph, y su instructora, Claire, tienen que enfrentarse a una situación clásica: despedirse. Él va a embarcarse en un viaje final, llegar hasta donde nadie ha llegado, gracias a un sistema de hibernación.

Pero, ¿y ella? A partir de este punto se construyen escenas de celo, escenas íntimas entre dos amantes que saben que no volverán a verse, que se engañan por mero compromiso laboral y que reconocen que siempre hay una alternativa. Con pocos recursos pero enorme talento, este corto plantea dilemas de gran calado.

Matar el tiempo

ZARI sólo es un trasto viejo y obsoleto, un juguete de otro tiempo usado como robot de limpieza. En su soledad y cotidianeidad decide comunicarse con el perro de la familia, el único que permanece en el hogar cuando los dueños se van a hacer sus vidas.

Pero, ¿es que puede aspirar a otra cosa? Una de las alegorías más brillantes sobre la incomunicación y lo que puede surgir de ella. ¿Llegará el día donde intimemos con un bot como con una mascota de carne y hueso?

¿Quién tiene el control?

The Awareness juega con la toma de decisiones y el poder. Cómo un ingeniero brillante ha construido una IA que puede destruir el mundo y, en cambio, las llaves de su control están en un simple conserje que se dedica a limpiar las oficinas.

Durante diez minutos permanecemos congelados dentro de las paredes de esa start-up: el sistema pide ser destruido, por el bien de la propia humanidad. Pero, de hacerlo, ¿qué se perdería, cuántos avances quedarían en suspenso?

El sueño de la razón

Hablábamos al principio del sueño eterno y Abre los Ojos. Pero, ¿y si los robots también quisieran vivir en ese idílico mundo?

The Nostalgist es un corto del año pasado donde se nos presenta la ciudad de Vanille —en tecnología, “vainilla” es la versión básica de algo, la aburrida y convencional edición, en referencia al sabor más corriente que puedes encontrar en todas las heladerías—. Dentro de ella no vive nadie, es sólo una simulación, una sintonización a través del sistema ImmerSyst Eyes & Ears. Y quien vive en ella, son un padre y un hijo que, bueno, quizá necesiten alguna que otra reparación.

El juego de tu vida

La metáfora de vivir la vida como un videojuego ya fue adaptada en 1985 por Orson Scott Card en su saga Ender’s Game. Uncanny Valley explora este camino: una sociedad aburrida necesita nuevos estímulos. Y esas emociones se las proporciona la guerra.

Como si de una droga experimental se tratase, algunos usuarios advierten que su simulación no es tal, y que el mundo que les rodea es una simple careta, una deformación que esconde aquello que no queremos ver —algo que también ha tratado recientemente Black Mirror en su capítulo Men Against Fire, y que atendía a necesidades biológicas—.

Una cuestión ética

No diremos nada nuevo al situar Ex Maquina —la cinta donde Alex Garland ha dado el salto a la dirección— justo aquí, como colofón final. Probablemente sea una de las obras más brillantes de la ciencia ficción moderna. En su tratamiento de los “robots de amor” nos sumergen en la ética de nuestros actos, del sueño-sujeto-objeto, algo ridículo, porque en un sentido puro los autómata son más libres que nosotros. Y un tropo que en realidad habla del poder, la sumisión y de cómo nosotros, como especie, llevamos ejecutando desde el origen mismo: porque el amor es egoísta, pero mucho más lo es el poder.

En nuestras lecturas sobre futuros plausibles hemos desarrollado conceptos como la gamification del trabajo y la borification del ocio. Hemos dejado en manos de algoritmos la capacidad de escribir nuestra historia moderna, porque necesitamos creer que podemos hacerlo mejor, cuando sólo recibimos un reflejo de nuestros defectos, y hemos creado cientos de obras de ficción como las citadas, por deseo y necesidad de exorcizar nuestros temores sumergidos asumiendo que la realidad será, ojalá, más indulgente.

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