17 diferencias entre los universitarios de ahora y los de los años 90 (y una que sigue igual)

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Firma invitada: Javi Sánchez.

No, cualquier tiempo pasado no fue mejor. Los universitarios de los 90 miramos con envidia a las nuevas generaciones. Y no porque sean más jóvenes, guapos, o tengan hígados intactos, sino porque viven inmersos en una sociedad conectada que nosotros no podíamos ni sospechar. Hicimos la carrera cuando Google no existía, no teníamos teléfonos móviles e ir a clase era una actividad más propia del siglo XIX que del XX.

Afortunadamente el siglo XXI ha podido romper con el pasado y arrastrar incluso a las inmutables universidades a una ola de cambio tecnológico…. En la que sus estudiantes ya viven: así han cambiado las cosas en 20 años.

1. Wikipedia

Vivimos en un mundo en el que los Jedi tienen religión propia y Jimmy Wales no. Para un universitario de los 90 la única forma de interrelacionar (y anarrosear) conceptos era a través de una primitiva World Wide Web, de colores chillones. ¿Encarta? La enciclopedia multimedia de Microsoft cabía en un CD -que no es ni la décima parte de una de vuestras tarjetas MicroSD del móvil, millenials-, pero no ofrecía soluciones más allá del instituto. Si no existía ni Google.

2. Whatsapp

“Quedamos a las 12 debajo del reloj de la plaza” ya estaba en declive en los 90, pero la idea estaba clara: si salías de casa se acababa la comunicación. Y no teníamos Messenger ni ningún servicio de chat privado, a no ser que fueras un friki del IRC o tuvieses el famoso busca de Coca-Cola. Comunicarse instantáneamente en cualquier momento era imposible. ¿La ventaja? Ahora mismo quedar con un grupo de amigos son 30 minutos de emojis de berenjena y flamenca más otros 30 de discusión grupal. Excepto para los trabajos de grupo, donde reina el silencio cada vez que hay que entregar algo.

3. Smartphones

Jajaja. Los móviles no se empezaron a popularizar hasta mediados de los 90. Y por popularizar me refiero a que hasta 1998-1999 los universitarios no tuvieron acceso a ellos. Aún así, aquellos ladrillos también tenían sus propias apps de fitness (como cascar nueces o pesar mucho) y cumplieron con la labor más importante de alfabetización digital para el siglo XXI: no se escribe con dos índices, se escribe con dos pulgares.

4. Las aulas del futuro

Cuando hice Periodismo, estábamos a la última: teníamos el primer modelo de iMac para diseño y maquetación. Teníamos seis. Éramos 300. Y un portátil por aquel entonces era una bestia de cinco kilos y una hora de autonomía. No había tablets, tampoco. No se podía jugar a Candy Crush en clase…

5. Procrastinar

“Bueno, miro un par de cosas en Internet mientras se baja este documento” es la bendición del procrastinador nato (aunque tenga fibra óptica y el documento se baje en menos de un segundo). Sientes que estás haciendo algo. Salvo que estés atrapado en Youtube, pero los youtubers gritan tanto que ahogan la conciencia culpable. Hace dos décadas, era más bien “Bueno, me bajo al césped a que se pase la resaca durante unas siete horas y luego ya hago eso que no recuerdo que era porque lo tengo apuntado en algún papel y oh, si alguien inventara un calendario de tareas… Que no las haría igual, pero al menos sabría qué no estoy haciendo”.

PD: La cita anterior le pasó al amigo de un amigo de un amigo, no a mí.

6. Redes Sociales

Teoría y Práctica de Procrastinar II. Dos créditos. Diarios.

7. Mochileros y festivaleros

Podríamos contar Robinson Crusoes, Odiseas, La Vuelta al Mundo en 80 Días, La del Interraíl (los ocho volúmenes, 24 si le añades Lo del Erasmus) y, aún así, ningún veinteañero actual entendería lo que era el mundo sin AirBNB. Los youth hostels de media Europa siguen siendo iguales, eso sí. Y por iguales, quiero decir que no los han limpiado desde entonces. Ítem más: los festivales. En los 90 ir a un festival suponía no saber quién era el 95% de la gente que tocaba, porque eran nuevos y porque no había Spotify. Ahora, el porcentaje es parecido, pero porque siguen tocando los mismos, que han decidido volver a juntarse tras 20 años.

8. Tinder

Tinder se llamaba Pablo y compartía una optativa con Marta, la chica que no estabas muy seguro de si estaba con Luis, el tío de Filología Inglesa que tocaba la guitarra hasta en los exámenes. Y había quedado en presentártela en dos semanas en la fiesta de Bellas Artes, después de la performance. Y sí, estaba con Luis.

9. “La Play”

Una de las mejores formas de echar una tarde era jugar a la consola. Una tarde de piques y chistes que, a día de hoy, consiste en estar sentado solo en tu casa con el mando mientras insultas a niños rata que insultan (y juegan) mejor que tú. Ah, multijugador online, tú sí que sabes cómo quitarle el encanto a todo lo bello de los videojuegos.

10. “¿Qué pasó anoche?”

Eso era algo que quedaba entre tus cuatro colegas, más unas 200 personas a las que todavía no conocías, y tú. Ahora es fácil saber qué pasó anoche. Está en Facebook, Instagram, todos los grupos de Whatsapp, hay tres Vines contigo subido en la barra y, si fue una noche especialmente memorable, puede que tu madre ya lo haya visto. Porque se lo ha pasado tu primo segundo de Estados Unidos.

11. ¿La tele?

Es donde se conectan la consola, el portátil para ver Youtubes y otro par de cosas.

12. Hacer un fanzine

Universitarios con inquietudes. Universitarios que montan un grupo para que les escuchen 30 personas, que sacan una revista literaria con 100 ejemplares de tirada, que organizan una exposición. Universitarios que no tenían Soundcloud ni Tumblr, ordenadores capaces de encargarse de la parte técnica ni teléfonos con los que grabar vídeo en alta definición. Si hay algo que echar de menos de todo eso es la cantidad de excusas que teníamos en aquella época para no hacer ni caso a tanta inquietud creativa. Aunque, bueno, ahora podemos poner un like y punto. “Sí, sí, claro que me gustó, te hice un repost”.

13. Ramen del supermercado

Y hamburguesas a un euro. Sospechábamos que semejantes manjares -manjar universitario: muchas calorías, pocos céntimos, más dinero para fiesta- existían porque los veíamos en las series estadounidenses, pero aún no se habían popularizado, con la excepción del Whopper a 199 pesetas de finales de los 90.

14. El tío que se sienta al lado del reproductor para poner música durante toda la fiesta

Estaba en todas las fiestas caseras. Llegaba con tres maletas de CD, se sentaba al lado de la minicadena y monopolizaba todo. En realidad ha sobrevivido hasta hace relativamente poco, es ese individuo que quiere poner sus listas y punto. Que es DJ. Que él se encarga de todo. Al que terminabas echando a la calle cuando descubrías que no era amigo de nadie, por razones obvias. Ahora sí, Spotify Connect ha matado a ese tío. Y lo ha convertido en 40 personas similares que pelean con el móvil para poner SU temazo.

15. El tablón de notas

Meter la cabeza entre 180 alumnos que oscilan entre la rabia, el llanto, la alegría y la indiferencia, para buscar tus apellidos entre siete folios y ver que has sacado un cinco en Gestión de Empresas. Así es como se forjó una generación. Buscando numeritos en unos papeles clavados a un corcho con una chincheta. Y recibiendo unas papeletas con la nota por delante y comentarios pasivo-agresivos por detrás para que no fueses a revisión (“no eres tú, es tu falta de claridad expositiva en la tercera pregunta”).

16. Presentar trabajos

12 folios, a doble espacio, en impresoras que tardaban un minuto y algo por página sin que nadie te suspendiese automáticamente por escribir en Comic Sans. Así hemos salido. Lo cierto es que volvería a matricularme de lo que fuese sólo por la posibilidad de meter gifs de gatitos en todos los trabajos a entregar en el buzón virtual.

17. Las universidades virtuales

Gifs de gatitos y universidades que ni siquiera tienen clases presenciales. La mochila-cohete, el futurismo, la ciencia-ficción de todos los noventeros.

La que sigue igual

Las secretarías. Si eres universitario actualmente y te cuesta comprender alguno de los puntos, piensa en cómo funciona la secretaría de tu facultad. El resto era exactamente igual.

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