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Elmer Ambrose Sperry, el creador del piloto automático en aviones

Estamos hablando siempre de sistemas que hacen la vida de las personas mucho más sencilla, y todo gracias a que solo tienes que introducir unos parámetros y olvidarte del resto. Esta autonomía de las máquinas no solo se queda en el mundo más cotidiano, especialmente ahora que puedes programar todo tipo de dispositivos sin que tengas uqe recordar cuándo tiene que activarse la máquina. Pero en ocasiones esto se tiene que hacer con nuevos parámetros como ocurre en el caso del piloto automático de un avión.

Las aeronaves cuentan un sistema con el que los pilotos se pueden despreocupar hasta cierto punto de mantener el rumbo del avión. Pero esto no ha existido siempre y eso se lo deben a Elmer Ambrose Sperry.

Un enamorado de la mecánica desde joven

De niños se sueña con aquello que seremos en el futuro. En ocasiones se consigue y otras esos sueños quedan frustrados, aunque eso no significa que una persona no tenga una buena vida por ello. Por suerte para nuestro protagonista estamos hablando de una persona del primer grupo, de esos que lograron cumplir con sus expectativas de vida. Y es que el neoyorkino Elmer Ambrose Sperry desde muy pequeño mostró mucho interés por la mecánica y la electricidad.

Después de sus años de educación y posterior especialización en la Universidad Cornell dedicó su vida a la invención de elementos que a día de hoy son de importancia capital en la vida cotidiana. A lo largo de su vida registró un total de 400 patentes registradas, una cifra envidiable para cualquier persona que quisiera encontrar en el mundo de la invención su hueco.

Pero hoy nos vamos a centrar en uno de sus inventos clave que ha sido determinante para muchos vehículos en sus inicios. En concreto, hablamos del mundo de los sistemas de control automáticos de los aviones, los cuales también te vamos a explicar el origen.

Así se creó el piloto automático de los aviones

Sperry era un gran entusiasta de todo lo que tuviera un mecanismo y se alimentase de energía para funcionar, algo que a principios de 1912 formaba parte activa de la industria. Sin embargo, hubo un elemento clave de sus creaciones que hizo que el mundo de la aeronáutica cambiase para siempre: el girocompás. Curiosamente, este aparato tiene solo una parte de autoría, ya que fue gracias al alemán Hermann Anschütz-Kaempfe con quien aunó fuerzas para la creación de este aparato.

Para quien no lo conozca, es un dispositivo con el que cualquier brújula podía funcionar siempre teniendo en cuenta el Norte real. Hasta entonces, las brújulas si que señalaban el Norte, pero lo cierto es que una variación de los campos magnéticos podría suponer que la dirección se perdiera de manera irremediable. Esto era debido también a la interferencia que provocaban los materiales metálicos con los que se construían barcos y submarinos, pero esto solucionaba mucho el problema.

Gracias a los giroscopios se logró mejorar la precisión de las rutas de estos aparatos, pero esto también tuvo una importancia capital en el mundo de la aviación. En este segmento, la utilización de este nuevo dispositivo trajo consigo dos elementos clave para crear el piloto automático. Por un lado, el girocompás permitía que el avión se mantuviera estable durante su trayecto y, por otro lado, permitía mantener el rumbo del vuelo. Esto tiene otra cosa muy interesante y es la estabilidad del propio avión en situaciones de meteorología adversa.

Con el paso de los años, su tecnología se ha mejorado para otorgar a los aviones de un sistema de vuelo automatizado como el que miles de pilotos utilizan a día de hoy en sus trayectos de mayor o menor recorrido.

Como curiosidad, su invento se presentó de una manera muy peculiar en París. El hijo de Elmer, Lawrence, fue el encargado de continuar con el legado de su padre hasta el punto de que puso tres giroscopios con el fin de controlar los tres ejes del avión. El resultado fue de lo más interesante ya que durante la presentación tanto él como su copiloto levantaron las manos para demostrar que el avión podría volar solo sin intervención humano. Lo mejor llegó cuando el copiloto, Emil Cachin, decidió hacer una temeridad: levantarse del asiento y colocarse en una de las alas. El resultado fue que el avión hizo lo posible para contrapesar el ala donde estaba Cachin, y lo decimos así porque Lawrence se puso las manos en la cabeza para demostrar que la aeronave lo hacía todo ella misma.

 

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