Hoy tenemos la suerte de poder ofreceros una entrevista con Rodrigo Cortés, sin duda uno de los cineastas españoles más estimulantes de la actualidad. Autodidacta y polifacético, Cortés debutó en la gran pantalla con ‘Concursante’ tras triunfar en el campo del cortometraje (suyo es ’15 días’). Sus dos siguientes películas, ‘Buried’ y ‘Luces rojas’, despertaron un gran interés internacional al estar protagonizadas por estrellas como Ryan Reynolds, Robert de Niro o Sigourney Weaver.
Desde el estreno de su tercer largo ha realizado dos cortometrajes (‘Por activa y por pasiva’, ‘1:58’), ha ejercido de productor (‘Grand Piano’), ha escrito una novela (‘Sí importa el modo en que un hombre se hunde‘) y es colaborador habitual en un podcast cultural (‘Todopoderosos’). Rodrigo Cortés hizo un hueco en su apretada agenda para hablarnos sobre cine y tecnología.
* Desde tu perspectiva como guionista, productor y director, ¿cómo afecta la tecnología al proceso creativo de rodar una película?
La tecnología siempre afecta al proceso creativo, es natural e inevitable. Si ahora pueden hacerse cosas que antes no, simplemente se hacen. En ocasiones, porque se puede y punto; en ocasiones, porque gracias a ellas pueden explorarse nuevas vías narrativas o, simplemente, de método. Cuando se inventó el zoom, o la steadicam o, qué sé yo, el morphing digital, se usaron inicialmente de forma abusiva, sin medida, sin más objeto que el de la fascinación que producía enfrentarse a un tipo inédito de imagen.
* Sucedió con el soft focus…
Exacto, el los 70 tuvimos una epidemia de filtros neblinosos [risas]. Las cosas, con el tiempo, se relajan, y los nuevos ingenios acaban convirtiéndose en simples herramientas a las que acudir cuando la narración lo aconseja. Por otro lado, la tecnología afecta a los modos de la creación también porque su desarrollo implica, de forma inevitable, una nueva forma de pensar. Fijémonos en el diseño gráfico, por ejemplo: carteles, portadas de disco… Pensemos en los discos de Blue Note, sencillos y eficaces. La invención y desarrollo de Photoshop, por ejemplo, ha hecho que la cabeza de los diseñadores bucee en una maleta de herramientas mucho más profunda y extensa que permite llegar a soluciones directamente implanteables en los años 50. Lo fundamental será siempre el ojo y el gusto, el sentido del equilibrio, pero es inevitable que las herramientas afecten al resultado. Lo mismo sucedía en el pasado con la invención de nuevos pigmentos, óleos, pinceles, soportes, instrumentos musicales… No es bueno o malo: es natural.
* Lo que comentas me hace pensar en el 3-D estereoscópico, uno de los últimos trucos de Hollywood para vender sus productos. Sólo unos pocos (Cameron, Scorsese…) parecen haber pensado seriamente en las posibilidades de esta herramienta con fines narrativos o estilísticos, la mayoría se limita a usarlo porque se demanda y resulta espectacular.
Spielberg hizo algo prodigioso con el 3D de Tintín y El Secreto del Unicornio. Y Gravity es, seguramente, la única película rodada hasta la fecha que sólo debería verse en 3D. Pero pienso como tú: en el noventa por ciento de las ocasiones, se usa como simple (y pretendido, porque a menudo no funciona) gancho. Y a menudo con resultados formales perezosos o directamente preocupantes.
* Has dicho que «en el montaje es donde sucede el hecho cinematográfico». ¿Hasta qué punto se ha transformado el cine con la introducción del montaje digital?
De forma decisiva, creo yo. El montaje de una película como, por poner un ejemplo extremo, El Fuego de la Venganza, de Tony Scott, no sería abordable antes del montaje digital: demasiado ensayo/error implicados, demasiada experimentación que, en caso de usarse material positivo, habría hecho el proceso demasiado gravoso y, finalmente, inabordable. El montaje no es lineal, a corte, sino que se articula a través de constantes superposiciones y la generación de texturas visuales por destellos de contraste. Y ni siquiera me refiero al cine más truquero: el montaje de Scorsese/Schoonmaker se ha hecho más experimental que nunca en los últimos años. Ahora el medio permite experimentar con las velocidades, efectos complejos que se obtienen, sin embargo, con rapidez y sencillez: es fácil probar y volver atrás si algo no funciona…
* Para bien y para mal.
Para mal cuando el montaje se convierte en una verbena de fuegos artificiales que tratan de ocultar las carencias de la narración y para bien cuando los grandes maestros han hecho uso de las nuevas herramientas para llevar el arte del montaje a nuevas cotas. Muchas de las películas actuales podrían montarse sin mayor problema usando medios tradicionales, otras no. Del mismo modo, ver ahora F for Fake hace que a uno le estalle la cabeza: es inaudito lo lejos que fue capaz de llevar Welles su capacidad de manipulación a través del corte, en un sentido creativo, antes de la invención del montaje digital. En cualquier caso -antes y ahora- se monta con la cabeza. Siempre. La herramienta es un intermediario.
* ¿Cuáles han sido los mayores cambios tecnológicos que has notado desde que empezaste a hacer cine hasta ahora?
Desde que comencé a hacer cortos en Super-8, sin duda el montaje digital. Desde que comencé a trabajar profesionalmente, la posibilidad de intervenir la imagen para borrar, añadir o directamente inventar elementos. Siempre he valorado, potencialmente, el desarrollo de cualquier herramienta, casi sin excepción, si está soportada por una reflexión creativa. Una decisión narrativa, semántica. Cuando simplemente hay cálculo y cinismo, o razones estrictamente presupuestarias, los resultados son, a menudo, diferentes. El ojo y el gusto y el lenguaje siguen siendo la clave.
* Tarantino ha declarado que «el digital es la muerte del cine», algo que Mike Leigh ha calificado de «idiotez», asegurando que el formato democratiza el medio. ¿Cuál es tu posición en el debate de celuloide vs. digital?
En lo personal, no me atrevería a suscribir ninguna de las dos declaraciones, tal vez porque tiendo a huir de las afirmaciones labradas en mármol. El cine digital es un nuevo lienzo que propicia y, en la práctica, obliga, a todo tipo de cambios. De forma estrictamente personal y no restrictiva, prefiero el rodaje en 35 mm (nada ha igualado aún el celuloide; y no hablo de razones románticas o nostálgicas: hablo de latitud, rango y textura), pero me decanto por la posproducción y proyección digitales (que propician la optimización del material rodado y respetan al máximo el trabajo del director y el operador hasta la fase final la película). Pero me entusiasman muchas películas rodadas en digital, sobre todo cuando sus peculiaridades se han aprovechado y explotado con un sentido narrativo.
* ¿Algún director en mente?
Pienso, por ejemplo, en Fincher desde Zodiac (aunque sus motivos tienen más que ver con la logística y el flujo de trabajo que con una búsqueda visual específica). Pienso en Michael Mann y sus cielos urbanos nocturnos, imposibles de conseguir si no es en digital. Pienso incluso en películas no especialmente memorables, como Guerra Mundial Z, (con escenas de anochecer en Nueva Jersey, en el exterior del supermercado, realmente especiales, o In Time, cuya exploración visual (a cargo de Roger Deakins) sólo es posible y tiene sentido en formato digital. No me preocupa la «muerte del cine», que no imagino cercana, sino la muerte del celuloide sin una reflexión creativa previa. Me duele que el formato muera sin ningún tipo de reflexión, dejando que sean los productores, los estudios y las factorías de efectos quienes tomen esta decisión sin considerar siquiera ninguna razón creativa. Creo en la coexistencia de formatos para decidir cuál es el más conveniente para cada película en concreto.
* De hecho, un gurú como Christopher Nolan, activo defensor del celuloide, parece encantado con las posibilidades del IMAX desde su trilogía de Batman (por desgracia, no tenemos tantas salas para disfrutar del formato) y P.T. Anderson filmó The Master en 70 mm. Podría ser otra forma de animar al espectador a ir al cine sin necesidad del 3-D, los 48fps o las interminables secuelas y remakes…
Ojalá. Lamentablemente, el espectador no parece preocupado por el fin del celuloide; ni siquiera es, seguramente, consciente. Si el negativo no se defiende creativamente desde la industria (y sólo Nolan, Spielberg, Tarantino, Anderson y un puñado más lo están haciendo), nadie lo va a hacer desde fuera. Sea justo o injusto, indiferente o dramático, parece ser el signo de los tiempos: en menos de cinco años de rodillo digital, la consideración del celuloide no difiere tanto de la de las lámparas de incandescencia.
* ¿Y en cuanto a Mike Leigh?
En cuanto a las declaraciones de Leigh, no creo, en lo personal, que el digital democratice nada, y mucho menos el medio.
* Imagino que se refería a que ahora es más fácil rodar películas, los métodos de producción son más asequibles. ¡Tenemos cámaras de vídeo que graban en alta calidad incluso en los teléfonos móviles!
Sin duda, pero el arma fundamental del narrador sigue siendo el talento, y el talento no es democrático. Pocas cosas más democráticas que un lapicero, y si ahora mismo hay una horda de pequeños Leonardos rodeando el hotel, lo ha hecho con peculiar discreción. Las cosas no son, me temo, tan sencillas. Una razón más para huir del mármol.
* Aparte de Fincher, ¿puedes citar alguna película o director reciente que te haya hecho pensar en cómo la tecnología actual puede seguir enriqueciendo las posibilidades artísticas del cine?
Gravity, por razones obvias; el etalonaje digital de True Detective (cuya fotografía, a cargo de Adam Arkapaw, a pesar de haber sido rodada en 35 mm tiene una vocación peculiarmente digital); la prodigiosa animación animal de La Vida de Pi… Y, en realidad, tantos ejemplos discretos que resultan invisibles para el espectador pero que han supuesto una gran ayuda, o el derribo de algún límite concreto, para el creador. Da igual cuáles sean las herramientas, los grandes creadores siempre sabrán valerse de ellas sin convertirlas en fines.
* Poniéndote ahora en el lugar del aficionado, ¿cómo valoras la evolución del medio en cuando a oferta y calidad?
Parecida a la de siempre, supongo. Ahora reivindicamos las películas de los 70 (cuando sólo se hablaba de la era dorada de Hollywood, que acabó en los 50) y los 80, estamos a un paso de «descubrir» los 90… Algún nieto desubicado dirá en el futuro que «ya no se hacen películas como las de 2020…». Nosotros recordamos los títulos de Hawks, Hitchcock, Lumet, Scorsese, Spielberg, los Coen… Los buenos, los que han sobrevivido. De nuestra época, recordarán a Fincher, Nolan, Soderbergh, P. T. Anderson, Jonze…, y dirán que sabíamos lo que hacíamos, «no como ahora». Sí es cierto que hay un camino de admirable entrega al entontecimiento general que simplemente habla del gusto del ser humano por el camino fácil. Pero todo es pendular, así que ya veremos…