“Qué frío hace, luego hablan de calentamiento global”. La frase, atribuida al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el pasado invierno, refleja, entre otras muchas cosas, la incapacidad del ser humano para darse cuenta de los grandes cambios a lo largo de su vida. No hay perspectiva histórica y, mucho menos, consciencia de la evolución de la especie en los más o menos 80 años que vive cada Homo sapiens.
Sin embargo, la selección natural opera en esa escala, la que se escapa a nuestra comprensión. A lo largo de cientos de miles de año esculpe las especies. Cada individuo no es más que una etapa efímera de su trabajo. Por eso, también, es tan difícil desentrañar sus misterios. ¿Cómo hemos acabado siendo lo que somos? ¿Dónde empezamos a experimentar con la tecnología? ¿Cuándo aprendimos a innovar?
Clima y evolución humana
Que la necesidad es la madre de todas las invenciones es algo que sabemos desde hace tiempo. Cuando la necesidad pasa de ser algo puntual a prolongarse en el tiempo, son las especies las que se ven forzadas a innovar. Reducción de bosques, sequías más prolongadas y reducción de alimentos: esa sería la necesidad que nos puso en el camino para ser lo que somos hace medio millón de años.
Y es que el cambio climático no es exclusivo de nuestro tiempo (aunque sí lo es el de origen humano). “A medida que los terremotos remodelaron el paisaje y el clima fluctuaron de condiciones húmedas a secas, la innovación tecnológica, las redes de intercambio social y la temprana comunicación simbólica ayudaron a los primeros humanos a sobrevivir y obtener los recursos que necesitaban a pesar de las condiciones impredecibles”.
Así describen la situación en Olorgesailie, en pleno Valle del Rift, en Kenia, tres estudios que ha puesto sobre la mesa recientemente una nueva teoría de la evolución humana. Cambios repentinos en el clima y un entorno inestable hace entre 380.000 y 300.000 años sentaron las bases de las primeras redes de comercio y las primeras innovaciones tecnológicas.
Lugar de la excavación en la cuenca de Orgesailie, en Kenia. / Smithsonian
Los estudios, publicados en Nature, nace de la colaboración de instituciones científicas como la el Smithsonian, los Museos Nacionales de Kenia, la Universidad George Washington, el Centro de Geocronología de Berkeley, la Universidad de Burdeos, la Universidad de Utah, la Universidad de Harvard, la Universidad de Bergen, o la Universidad Baptista de Hong Kong, entre otras.
Las primeras redes sociales
En la cuenca de Olorgesailie se han encontrados evidencias de vida humana de hasta 1,2 millones de años. Estas poblaciones ya usaban herramientas muy rudimentarias. Sin embargo, a partir de hace 320.000, las herramientas se volvieron más sofisticadas y pequeñas. Ya aparecen punzones, proyectiles o raspadores. Y no solo eso, sino que se han encontrado herramientas elaboradas con materiales como obsidiana, que no se encuentran en la zona.
“La composición química de los artefactos coincide con la de una amplia gama de fuentes de obsidiana en múltiples direcciones de 25 a 90 kilómetros de distancia, lo que sugiere que ya existían redes de intercambio que transportaban la valiosa piedra”, sostienen desde el Smithsonian. Además, se han descubierto materiales usados como pigmentos, lo cual podría indicar un incipiente pensamiento simbólico.
Herramientas, de menos a más complejas, encontradas en la excavación. / Human Origins Programme, Smithsonian
«Este cambio a un conjunto sofisticado de comportamientos que involucraban mayores habilidades mentales y vidas sociales más complejas puede haber marcado un antes y un después en diferenciar nuestro linaje de otros humanos primitivos”, asegura Richard Potts, director del Human Origins Program en el Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian y primer firmante de uno de los estudios: ‘Environmental dynamics during the onset of the Middle Stone Age in eastern Africa’.
¿Quién es responsable de la innovación?
“El transporte de obsidiana y la recolección y procesamiento de pigmentos implican un desarrollo temprano de las redes sociales entre los miembros de nuestra especie separados por mayores distancias”, explica Alison Brooks, profesora de antropología en la universidad George Washington y líder de otro de los estudios: ‘Long-distance stone transport and pigment use in the earliest Middle Stone Age’.
“Esta práctica es característica de nuestra especie, pero contrasta con el comportamiento de nuestros parientes primates más cercanos, y no aparece en el registro material de los niveles precedentes de la Edad de Piedra en Olorgesailie”, añade la antropóloga.
La historia del ser humano se compone a partir de piezas pequeñas. Cuanto más atrás en el tiempo, más escasean las pruebas. Y es que en la zona de Olorgesailie se han encontrado estas herramientas, pero no restos humanos de quienes las elaboraron. Son vestigios de comportamientos que se podrían definir ya como modernos y que se corresponden, salvando la distancia de 3.000 siglos, con lo que somos hoy.
Pero, ¿fueron las innovaciones las que llevaron a la especie a cambiar? ¿O fueron los cambios neurológicos los que dieron paso a la evolución tecnológica? “Sería como definir si los humanos eran realmente inteligentes antes de que hubiera ordenadores”, concluye Potts. “Es un gran invento y, sin embargo, somos las mismas personas antes y después de la invención de los ordenadores”.
Imágenes | Smithsonian, Pixabay