Una innovación es un cambio que produce novedades. La RAE también lo define como alteración o mutación. La naturaleza y los miles de millones de años de selección natural han impulsado la innovación y la adaptación como nadie. Los seres humanos formamos parte de este gran laboratorio en el que hemos producido muchas novedades, pero también del que hemos copiado técnicas y tecnologías.
Monos antes que hombres
Es difícil ver algo claro entre las nieblas de la prehistoria. ¿Cómo empezamos a usar herramientas? Y cuando empezamos a expandirnos por el globo, ¿cómo sabíamos qué comer y qué hacer? Gracias a una gran capacidad, la observación. En los últimos años, algunos estudios han señalado una curiosa hipótesis: quizá no fuimos los primeros animales en usar herramientas.
El caso de los monos silbadores capuchinos de Brasil y sus técnicas para acceder al fruto del anacardo ha dado la vuelta al mundo. En un cuidado proceso, escogen el fruto, lo secan con gran atención, eligen una piedra de características muy concretas para usarla de martillo y otra a modo de base y, al final, logran acceder al calórico fruto.
Es una técnica que perfeccionan durante años y se enseñan entre generaciones. Una técnica que, como sostienen los investigadores de la School of Archaeology en la Universidad de Oxford, probablemente, los primeros humanos en llegar a esta región brasileña aprendiesen observando a los monos que ya estaban allí.
¿Y si hubiese una planta con mágicos poderes curativos? ¿Cómo descubrirla entre los millones de especies vegetales? Misma receta: observación. La aspirina, o ácido acetilsalicílico, fue sintetizado por primera vez en 1853. Desde entonces, se ha convertido en uno de los medicamentos más utilizados. Sin embargo, el uso de la corteza y las hojas de sauce, de donde se extrae, para tratar el dolor está documentado desde hace más de 2.500 años.
Las hojas y corteza del sauce son fuente de ácido acetilsalicílico / Pixabay
Algunos de los últimos estudios de la población neandertal de la cueva de El Sidrón, en Asturias, indican que estos antepasados también las consumían, hace ya 50.000 años. Y aún va más allá. Existen casos documentados de algunos animales (osos y algunos herbívoros como ciervos y ovejas) que también buscan en el ácido acetilsalicílico un remedio contra el dolor.
Hora de alzar el vuelo
Tras siglos de oscuridad, el Renacimiento significó una renovación para las artes y las ciencias. La innovación reinaba en los estudios de los grandes inventores de ese tiempo y, en especial, en la Florencia del siglo XV de Leonardo da Vinci. De entre todas sus obsesiones, la de volar lo persiguió más que ninguna.
Inventó los primeros helicópteros y paracaídas y diversas máquinas voladoras y planeadoras, todas ellas basadas en la observación de pájaros y murciélagos. Si la naturaleza había creado la estructura perfecta para volar, por qué no imitarla.
Diseño de una de las máquinas voladoras de Leonardo da Vinci / Luc Viatour
Desde entonces, los pájaros han servido de inspiración a multitud de avances tecnológicos, con especial aplicación en nuestros días. Los hermanos Wright aseguraban haber copiado a las palomas para sus primeros prototipos. Otro de los casos que se estudia en las facultades de medio mundo es el de la línea de tren de alta velocidad Tokaido Shinkansen y el ingeniero Eiji Nakatsu en los 90.
Para lograr que el tren superase los 300 kilómetros por hora sin aumentar el ruido, Nakatsu se inspiró en el silencioso vuelo de las lechuzas. Y para aumentar la aerodinámica y reducir el impacto del tren en el interior de los túneles, este ingeniero copió al martín pescador, que es capaz de entrar a gran velocidad en el agua sin frenarse y sin apenas salpicar.
La era de la biomimética
Avances como el Nakatsu o la invención del velcro por parte de George de Mestral en los años 40 son algunos de los casos más sonados de la biomimética. Esta ciencia, de la que Da Vinci (y los hermanos Wright) fueron pioneros, ha encontrado en la naturaleza una gran fuente de innovación. De forma sistemática, se revisa el mundo animal y vegetal en busca de inspiración para el avance tecnológico y científico.
Así, la imitación de la naturaleza ha pasado de ser un proceso lento y anecdótico a hacerse a gran escala. De la piel del geco y su capacidad de agarre hemos inventado robots que reparan naves en el espacio y diferentes materiales super-adhesivos. Las aletas de las ballenas jorobadas han inspirado las turbinas eólicas de la Whale Power Corporation y la piel de los tiburones ha impulsado la innovación en el recubrimiento de los cascos de los barcos.
La piel del geco ha sido imitada para diversos materiales / Pixabay
La lista es larga y tiene elementos insospechados. Uno de los animales más simples del planeta, la esponja de mar, se ha imitado a nivel estructural para crear filamentos finos y super resistentes que se usan, entre otras cosas, para las nuevas redes de fibra óptica. Otro extraño animal marino, el pepino de mar, está siendo estudiado por su capacidad para endurecer su piel multiplicando por hasta 100 veces su factor natural.
Es cierto que los seres humanos, con sus batas y sus laboratorios, han conseguido llegar a lugares donde la vida (terrestre) nunca antes había estado. Sin embargo, esta misma vida animal y vegetal parece haber alcanzado niveles de innovación mucho más altos de lo que nunca nos habíamos imaginado. Quién sabe hasta dónde nos podrá llevar la capacidad de pararnos un momento y observar el mundo a nuestro alrededor.