Los bulos no buscan informar, sino alterarnos, sacarnos de nuestra inacción y condicionar nuestro pensamiento. Son un alimento salado y picante, noticias de atractivo inmediato que usan lenguaje directo en segunda persona, sugestionándonos con imperativos y exclamaciones que dejan preguntas sin responder.
Y mientras las cuentas de Policía Nacional y Guardia Civil lanzan un tuit con el hashtag #stopbulos, el viral ha corrido como la pólvora y ya es imposible de parar. Es por ello que las fake news o noticias falsas, son tan peligrosas, son el virus que puede convertir una nota absurda en algo creíble.
Del rumor al viral
Las fake news se propagan más deprisa que nunca. Redes sociales como Twitter y la conexión constante facultan que un simple rumor se transforme en un viral en cuestión de horas. Distintas investigaciones han rastreado qué rutinas, patrones de propagación y qué nodos tecnológicos son los más frecuentes.
Por ejemplo, es más fácil “tragarse” un bulo si proviene de amigos o grupos de confianza, de aquellos usuarios de Twitter con más conexiones mutuas o de los grupos de WhatsApp donde convive al menos una persona que estimamos como profesional en algún campo de la comunicación. Pero, como apuntaba el teórico musical Jaime Altozano, todos somos susceptibles de creernos una mentira si esta está construida con la suficiente cantidad de verdad. Una receta peligrosa.
No creamos que las fake news son únicamente esperpentos que nadie se creería, más bien al contrario. La verdad puede ser falsificada. Todo puede ser susceptible de convertirse en una noticia malinterpretada. Un archivo de audio o vídeo puede ser manipulado mediante un imitador de voz o software de edición; una foto cortada desde una sección concreta puede transmitir un mensaje distinto al de la foto original. Para este particular podemos usar buscadores de imágenes como TinEye.
Identificar un bulo no es sencillo. Pero la gran mayoría pueden ser desmontados buscando la respuesta a las preguntas clave: quién (el medio que lo publica), cómo (titular y formato), por qué (el objetivo de la noticia, ¿informa o es contenido humorístico o sarcástico?), cuándo (¿aprovecha un tema de actualidad? La fecha y hora de publicación es clave) y dónde (si ese medio incentiva la polémica y posee un marcado sesgo ideológico).
Lo que sigue, en resumen, son cinco puntos cardinales para detectar estas mentiras y responder a estas cinco cuestiones en mayor profundidad.
1. ¿Conoces la fuente?
No hay mejor forma para detectar un bulo que acudiendo a la fuente, contrastando el medio que ha publicado el original y, a su vez, en qué se basa ese original. Si medios como LA Times, The Guardian, Washing Post, The Telegraph o The Independent han cubierto la noticia, hay una evidente base documental.
Olvida los foros, los grupos de WhatsApp o Telegram y los programas de televisión no informativos. Por su parte, páginas webs como Snopes se dedican profesionalmente a reportar bulos.
Las fake news nunca tienden a citar fuentes completas, sino a generalidades como el Gobierno, el representante del presidente, el jefe de Policía, etc. Pero detrás de estas autoridades hay nombres propios. Para conocer el contexto debemos fijarnos en si se trata de alguna acción comercial con marcas o si se trata de unas declaraciones off the record.
2. El titular solo es una parte de la noticia
Nada de compartir sin leer. Las noticias se vertebran siguiendo un modelo de pirámide invertida: lo más noticioso y sugerente de leer se encabeza arriba del todo, mientras que los datos más minuciosos permanecen hacia el final del cuerpo de texto. Siempre que sea posible, hay que leer el artículo al completo. Es mejor perder un minuto leyendo la noticia que perder media tarde discutiendo una mentira.
Esto es así porque a veces las noticias falsas nacen de un titular mal interpretado o capcioso que incluso deforma parte de la información contenida en la noticia. Por tanto, la noticia es veraz, pero su interpretación induce a error.
Tomando la parte por el todo un lector terminará, sin querer, jugando al “teléfono escacharrado” diciendo «he leído en El País una noticia afirmando que el aceite de oliva produce cáncer».
3. Lee entre líneas
Este consejo aplica a dos factores clave. El primero hace referencia a las citas falsas: a veces se citan frases textuales sin fuente o con un enlace a una web que no existe. Esta es, por tanto, una cita huérfana y no válida.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta el sesgo ideológico del medio que estamos leyendo. Es una de las últimas preguntas clave pero es determinante para saber si el mensaje de la noticia está pervertido por intereses políticos, espurios o meramente pecuniarios —recibir tráfico, visitas y generar ingresos—.
Esto también concierne a los medios cómicos, satíricos o de pura opinión propia: The Onion o E lMundo Today son webs de ocio y ficción, transformando chistes en noticias hilarantes pero con una fuerte carga crítica. Si la web cuenta con un ‘Quienes somos’ al pie o cabecera de la propia página, leámoslo y consultemos su referencia en Google. De ellos debemos extraer sus disertaciones culturales y la posible carcajada consecuente, nunca tomarlos al pie de la letra.
4. Todo encaja pero algo no encaja
El mal sabueso hace encajar las piezas donde no deberían porque ya las tiene, porque le sobran. El bueno rastrea y sigue las pistas hasta encontrar las piezas adecuadas. Este pequeño proverbio resume lo atractivo de las teorías de la conspiración, su capacidad de atracción, apelando a condicionantes culturales y sociales.
La realidad es que las exclusivas suelen estar en manos de los medios más antiguos y respetables, mientras que medios pequeños rara vez cuentan con la infraestructura para sostener investigaciones a largo plazo. Si topamos con una noticia extraña y sugerente venida de un medio desconocido, pero aún así bien contrastada, debemos poner la lupa en la verosimilitud de los elementos por separado.
¿De verdad podría Bill Gates ser un supervillano que diseña vacunas para enfermar a la toda la población mundial? Y todo por una charla TED que trataba un asunto de rutina, las pandemias a las que la humanidad se enfrenta cada pocas décadas, y por formar parte del Global Alliance for Vaccines and Immunisation, un comité del que forma parte, por ejemplo, UNICEF.
5. Consulta a los expertos
Nada de tomar atajos, de acudir con una consulta a un experto que no es tal. Internet es la biblioteca más grande del mundo, y hay vida más allá de Wikipedia y las ágoras de conocimiento más populares. Si queremos tener un conocimiento amplio sobre los posibles efectos perniciosos de las ondas de radio sobre nuestra salud, nada mejor que Google Scholar o publicaciones médicas como PubMed.gov y NICE.
Por supuesto, hay que saber elegir a estas fuentes especializadas: un cirujano posee un conocimiento amplio en su especialidad y un conocimiento general en su disciplina laboral, incluso para debatir la ética del aborto o la eutanasia, pero no será una fuente válida para contrastar noticias sobre derecho laboral o la radiación de los teléfonos móviles.
El 5G y el coronavirus
Vayamos ahora con un ejemplo de bulos masivamente extendidos: ¿Podría el 5G transportar el coronavirus en un mundo donde el teletransporte es solo un concepto teórico? ¿Podría el 5G, aún en proceso de desarrollo e implantación, enfermarnos? ¿Puede el coronavirus propagarse aún cuando la OMS insiste en que su contagio e infección solo se produce entrando en contacto físico con el virus?
El universo está lleno de partículas cargadas y hasta los plátanos emiten radiación. Hay reglas para evitar excesos de radiación y los niveles de SAR son confiables. No en vano, los seres humanos llevamos cinco décadas rodeados de ondas electromagnéticas derivadas de las telecomunicaciones. Aún no existe ni un solo estudio que demuestre de manera categórica que estas ondas producen enfermedad alguna, cuanto menos el SARS-CoV-2.
Solo existen hipótesis sin fundamento, aun cuando se investiga constantemente. Todo tejido, dependiendo de su densidad molecular, ofrece un ratio de resistencia. Y nuestra piel está regenerando tejido constantemente.
Este tipo de radiación electromagnética por ondas de móviles, radio o WiFi apenas penetran en nuestro organismo y mucho menos pueden dañarnos debido a su mínima intensidad —si bien las microondas, un millón de veces más intensas que las de un smartphone, sirven para calentar los alimentos—. En resumen, una breve consulta deja claro que esta noticia es un bulo.
Imágenes | 1, 2 y 3, cabecera de Pixabay. Fuente de la infografía: IFLA