La historia de la tecnología acostumbra a seguir un curso que transcurre por los mismos hitos. El primer hito es la adopción de esa nueva tecnología por parte del sector profesional y/o una minoría. El segundo hito es que los no profesionales y la mayoría se muestren agoreros respecto a esa nueva tecnología, como neoluditas. El tercer hito es que dicha tecnología se abarata y se simplifica hasta que puede ser usada por todo el mundo, y de repente todo lo que parecía malo se torna bueno.
Es el proceso por el que pasó la informática (primero gigantescas máquinas que solo se usaban en universidades) o incluso, más recientemente, Facebook (una red social elitista para estudiantes de Harvard que finalmente se ha convertido en la red más masiva del mundo). Los libros solo podían ser escritos y leídos por una minoría intelectual, hasta el nacimiento de la imprenta.
Y, naturalmente, este mismo proceso se produjo con el desarrollo de internet, en las entrañas del CERN. Y es que internet, hasta una fecha tan reciente como 1993, era una tecnología para una minoría intelectual, y su apertura al mundo originó no pocas críticas procedentes de los elegidos que ya ha usaban frente a los plebeyos que estaban a punto de apoderarse de ella.
Septiembre negro
Si bien hasta 1993 existían conexiones que permitían acceder a salas de chat, mensajería instantánea o noticias, como la que ofrecía AOL en Estados Unidos a principios de los años 1980, hasta 1993 nadie que entrara en AOL tenía verdadero acceso a internet, ni tampoco a través de cualquier otro servicio comercial. Quienes entonces usaban internet eran las personas que tenían relación con una institución educativa o de investigación.
Internet, por aquel entonces, era un lugar casi prístino, como las altas murallas de Oxford o cualquier otra universidad de la Ivy League, como las paredes de la Biblioteca de Alejandría, como las abadías donde los amanuenses copiaban libros (y de paso los leían).
Así que, como era de esperar, la avalancha de nuevos usuarios suscitó la animadversión de los usuarios de toda la vida, como si hubiera jornada de puertas abiertas en un exclusivo club de golf. Era septiembre de 1993 cuando AOL abría un portal para permitir que sus usuarios accedieran a los grupos de noticias y tablones de noticias de internet. Los más veteranos llamaron a ese mes “septiembre negro”, tal y como explica Walter Issacson en su libro Los innovadores:
El nombre aludía al hecho de que cada septiembre llegaba a las universidades una nueva hornada de alumnos primerizos que, desde las redes de los campus, accedían a internet. Al principio sus publicaciones solían ser irritantes, pero al cabo de unas semanas ya habían aprendido la suficiente “netiqueta” como para integrarse en la cibercultura. Sin embargo, la apertura de los diques en 1993 provocó un flujo interminable de novatos, que desbordó las normas sociales de la Red y desvirtuó la sensación de pertenecer a un mismo club existente hasta entonces.
La democratización de internet
Qué duda cabe que el acceso de millones de personas a internet ha originado una red más rica y más llena de posibilidades. Sin embargo, en un principio los veteranos de internet no conseguían ver más que miles de profanos ensuciando un lugar patricio.
Así pues, detrás del desarrollo de internet no solo hubo genios informáticos o nuevas tecnologías, sino también personas que confiaron en su potencial a largo plazo abriéndolo a todo el mundo, rediseñado políticas gubernamentales que ofrecieran acomodo a las necesidades de la era de la información. Una de las personas más influyentes a este último respecto fue el senador Al Gore. Irónicamente, el padre de Gore, también senador, había contribuido a redactar la legislación del programa de autopistas interestatales, y su hijo hizo lo propio con la autopista de la información.
En 1986 Gore impulsó un estudio oficial que analizaba diversos asuntos, como la creación de centros de supercomputación, la interconexión de distintas redes de investigación, el incremento de su ancho de banda o su apertura a un número mayor de usuarios. Al frente estaba Len Kleinrock, pionero de ARPANET. Gore prosiguió su cruzada con las concienzudas audiencias que precedieron a la Ley de Informática de Alto Rendimiento de 1991, conocida como Ley Gore, y la Ley de Tecnología Científica y Avanzada de 1992.
La experiencia nos ha demostrado que Gore tenía razón, y si bien Vint Cerf fue el que inventó los protocolos de internet, sin la visión democrática y hasta comercial de la Red, internet no se habría desarrollado como lo ha hecho. Ahora somos 3.200 millones de personas en una suerte de aldea global, según datos de ITU (el organismo especializado de las Naciones Unidas para las Tecnologías de la Información y la Comunicación).
Pero aún faltan por conectar otras 4.200 millones de personas. Ahora que ya hemos asumido que cuantos más seamos, más cosas buenas pasarán (al menos en el ámbito de internet), muchos son los que están invirtiendo económica y tecnológicamente para que otra vez desaparezcan muros y penetre en la Red otra avalancha de nuevos usuarios, con nuevas ideas que recombinar con los usuarios de toda la vida.
Internet en el móvil vs. internet por banda ancha. Fuente: ITU.
Google, por ejemplo, está invirtiendo en satélites de órbita baja para concebir O3B, un sistema de 180 satélites que haría llegar WiFi a zonas remotas y países en vías de desarrollo. O3B son las siglas, precisamente, de “other 3 billions”. La introducción del smarphone en África también está cambiando el continente más en estos últimos años que en el último siglo: en 2015 se estima que ya hay 700 millones de teléfonos móviles y 127 millones de smartphones, como resume así Peter H. Diamandis en su libro Abundancia:
Gente sin educación y con poco para comer ya ha tenido acceso a la conectividad inalámbrica, de la que no se había oído hablar hace tan solo treinta años. Ahora mismo, un guerrero masai con un teléfono móvil tiene una mayor capacidad de comunicación que la que tenía el presidente de Estados Unidos hace veinte años. Y si tiene un teléfono inteligente con acceso a Google, entonces cuenta con un mejor acceso a la información de la que tenía ese presidente hace solo quince años.
Son algunas ventajas de derribar muros y permitir el acceso a todo el mundo.
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