Uno de los ejemplos más visuales que nos ha otorgado el cine moderno ha sido Yo, robot en cuanto a las interacciones de robots con un entorno realista. Un robot que pasea perros, otro que corre a por el inhalador, un tercero que nos ayuda a cocinar.
Otras dos películas, más cercanas, son EVA y Autómata. Películas españolas en las que vemos robots ayudantes bastante limitados, pero realistas. Son elementos de apoyo para las tareas humanas más desagradables, como la manipulación de residuos o la servidumbre. ¿Estamos yendo en esa dirección? ¿Irá un robot a la compra por nosotros?
Los primeros pasos de los robots
Al ver al robot Asimo en presentaciones de 5 minutos podemos llegar a pensar que dar la mano o simular una conversación es suficiente para que este robot abra la puerta de la calle y se enfrente al mundo normal. Nada más lejos de la realidad.
Aunque el primer autómata pensado tiene cerca de dos milenios (preguntad por Talos, el autómata diseñado por Hefesto), la verdad es que a día de hoy tendremos que conformarnos con una cazuela que bate, corta, mezcla y cocina comidas como el robot doméstico más avanzado.
Y es que Asimo es un robot muy limitado que ejecuta programas específicos: uno escrito a medida para el plató, otro con un guión conversacional, otro para reconocer a las personas con las que se encuentra. Aunque hemos avanzado mucho, nos ha costado. En el ejemplo de Asimo, nos costó desde 1986 a 1988 enseñar a caminar a los primeros modelos.
La Boston Dynamics también lleva décadas trabajando en el problema de la movilidad tanto bípeda como cuadrúpeda. Y muchos conocemos al guepardo del Instituto de Tecnología de Massachusetts:
Se están haciendo muchos avances en movilidad en los últimos años. Pero, sin un cerebro que los guíe, poco útiles van a resultarnos.
Los primeros pensamientos de los robots
Quizá el primer gran avance en inteligencia artificial fue su concepción por Alan Turing a mediados del siglo pasado (incluso cuando aún no había un término para ello). Pero para encontrar algo medianamente tangible debemos desplazarnos casi al tercer milenio de nuestra historia, cuando los programas A.L.I.C.E. y Ultra Hal Assistant ganan el premio Loebner al chat más humano.
Desde entonces, ha habido esforzados intentos por hacer inteligentes a los programas. Algoritmos, heurística y nuevos materiales para computación nos han acercado al momento en que el programa AlphaGo ganó un torneo del juego Go y batió la marca de Lee Sedol, anterior campeón mundial del juego de estrategia.
Pensador de madera frente al juego solitario inglés. Fuente: annca.
Pero al igual que ocurre con los movimientos bípedos, las IAs modernas tratan de resolver problemas o complicaciones específicas y muy focalizadas: ganar a un juego, interpretar una matrícula, identificar una voz. Todavía no existe algo parecido al cerebro humano o de otros mamíferos: una máquina universal de resolución de problemas.
Una que, además, necesita electricidad para funcionar.
El problema con las baterías de los robots
De los robots, de los ordenadores portátiles, de los móviles y, en general, de cualquier elemento dependiente de un procesador que no queramos tener enchufado a la corriente eléctrica. Hasta ahora, el talón de Aquiles de la tecnología moderna no es la capacidad de transmisión de datos o el procesamiento, sino el consumo y almacenaje de energía.
Esta es una barrera que también tienen otras industrias, como la automotriz, en que la batería no solo ocupa un gran espacio dentro del vehículo, sino que además lo obliga a tener puntos de recarga cada pocos kilómetros en comparación con otros combustibles.
Y el actual estado de la tecnología de energía obligaría a los robots a buscar puntos de recarga. Es decir: a no ser autónomos.
¿Cuánto falta para que mi robot vaya a la compra por mí?
Mucho antes de que veamos cómo un robot vaya a la compra por nosotros tendremos que resolver primero los conflictos de movilidad, las barreras en reconocimiento de patrones, ese pequeño inconveniente de que las máquinas aún no piensan y, por supuesto, el gran problema de la autonomía eléctrica. Entre otros. No parece que vaya a ser pronto.
Lo que sí es más probable es que nuestro modo de compra cambie antes de que necesitemos que un robot nos sustituya. Gracias a la logística moderna y el uso de las empresas de reparto que hacen de la misma, es muy probable que pronto todos solicitemos que nos traigan nuestra comida a domicilio.
Resulta obvio que la comida es algo no comparable a la ropa, los muebles o la tecnología. Existe algo personal en ella, en el modo en que es tratada, en la elección entre una manzana y otra en el supermercado. Y, sin embargo, cada vez son más los que ofrecen un servicio efectivo de telecompra sin recargo para el usuario.
Al igual que ha ocurrido en sectores menos conflictivos (como la compra de ropa) muchos usuarios prefieren solicitarla a domicilio e ir aprendiendo mediante ensayo y error qué tallas son las que les corresponden en cada tienda. Por supuesto, gracias a políticas de devolución de productos que no se adapten a nuestras expectativas.
Aunque se han unido tarde a la fuerza que trae el Big Data, muchos supermercados ya están adaptando sus estrategias a sus productos. Así, una cadena que haya fidelizado a un cliente con una tarjeta personal que use en cada compra puede recoger datos sobre la frecuencia en la que el cliente compra determinados productos. Y así ser capaz de generar descuentos específicos para la persona antes de que realice la siguiente compra en aquellos productos que está a punto de adquirir.
O recomendarnos productos afines a lo que acabamos de echar al carrito en función de la frecuencia con la que compradores con perfiles similares a los nuestros los compran a la vez.
Teniendo en cuenta las tendencias de telecompra y big data, es muy posible que para cuando hayamos conseguido diseñar y construir un robot que supere todos los problemas de ir a la compra, ya no lo necesitemos. Pero bueno, siempre podemos usarlo para echar una partida de Go.