Es muy probable que hayas visto alguna vez una estación meteorológica: un conjunto de instrumentales científicos en lo alto de un monte o edificio que recogen temperatura y velocidad del viento, entre otros factores. Destacan porque son grandes, muy visibles, e incluyen una decena de sensores.
Los sensores son claves para nuestra sociedad: nos proveen datos de todo tipo. Cuándo hay WiFi, qué temperatura hace, o si la presión del aceite del motor es la correcta. Lo que no se mide no puede ser mejorado, por lo que colocamos sensores en todas partes para poder tomar decisiones.
Cada año, los sensores son ligeramente más pequeños que el año anterior, y en el futuro se habrán miniaturizado tanto que los tendremos en el interior de nosotros mismos o de la biosfera que nos rodea. Se creará así otra una red que dejará pequeña Internet: la todonet sobre la que escribió Dan Simmons.
El primer sensor conectado, y la primera uña sensor
144 años separan dos eventos de los que cambian para siempre a la sociedad. En 1874, un equipo de científicos franceses consiguió que la señal de temperatura tomada en el Mont Blanc viajase a través de un enlace de radio de onda corta hasta un receptor en la Torre Eiffel. Impulsó la sensórica.
En 2018 otro “equipo” francés (ingenieros de la marca L’Oreal) presentó en el CES 2018 un segundo invento, el UV Sense, un sensor que mide la intensidad de los rayos UV y que puede instalarse en una uña. Su coste se estima en menos de 50 dólares americanos cuando salga al mercado en 2019.
Este sensor funciona sin batería, es capaz de almacenar hasta tres meses de datos en su memoria interna, y tiene el tamaño de una moneda de entre dos y cinco céntimos de euro. El modo de extraer los datos es a través de la tecnología NFC (Near Field Communication) con nuestro teléfono móvil.
Los wearables (por fin) tendrán sensores incorporados
Hace años que miramos al futuro y hablamos de ropa inteligente: camisetas que registran nuestro ritmo cardíaco, pantalones que cuentan pasos, zapatillas que detectan la temperatura del pie y abren y cierran para regularla. Estos inventos ya no están a una década de distancia, sino a pocos meses de comercialización.
Por ejemplo, en 2017, investigadores de la universidad de Tokio diseñaron una camiseta repleta de sensores con los que controlar un avatar virtual, pero también con la que registrar nuestra actividad física. La llamaron e-Skin (piel electrónica), y poca duda cabe de que en el futuro todas las camisetas tendrán tecnología similar una vez esta se abarate.
Ante esto se abre un mercado gigantesco que sin duda impulsará la miniaturización de los sensores todavía más, y es que en menos de un año empezaremos a ver este tipo de dispositivos (uñas, camisetas, zapatillas) en las tiendas. Inasequible al principio, y poco a poco a un precio económico.
¿Qué podemos sensorizar a día de hoy? El problema del coste
Si el lector ha trabajado con plantas sin duda conocerá los lectores de humedad, temperatura y pH del terreno. Se trata de grandes varillas, a veces de un metro de longitud, conectadas a una cabeza del tamaño de un puño en la que una pantalla nos muestra distintos parámetros. Suelen clavarse junto a las plantas, pero también llevarse de una zona a otra por su relativamente elevado precio.
Pero, ¿qué ocurrirá cuando ese mismo dispositivo ocupe pocos centímetros y pueda dejarse bajo tierra? Después de todo, los sensores como tales se encuentran en las patas en punta de estos artefactos, y si hace falta que sean tan largos es porque necesitamos leer la magnitud en superficie.
Puede hacerse uso de otro tipo de tecnología, como ondas de radio que atraviesen la materia y cuyas antenas queden soterradas para siempre. La ventaja de esto es que los sensores y antenas cada vez consumen menos (ZigBee, Bluetooth Low Energy), y las baterías cada vez duran más.
Hoy día tenemos la tecnología (aunque quizá no el presupuesto) para digitalizar todo un bosque y saber punto por punto si la flora necesita algún aporte extra de humedad o nutrientes.
La todonet de Dan Simmons: todo es un sensor
No hay ninguna barrera, salvo la económica, para que un guardabosques se coloque unas gafas de realidad aumentada y vea con sus propios ojos una vasta red de información sobre las plantas del entorno. Esto sí queda en el futuro, pero no parece muy lejano teniendo en cuenta el número de sensores de nuestras viviendas. ¿Los has contado?
- En el PC: termómetro, sensor de humedad, micrófono, sensor de luminosidad, webcam, antena WiFi/Bluetooth, sensores de presión en cada tecla, sensores táctiles en la pantalla. Duplícalo para cada smartphone y tablet de la vivienda.
- En el aire acondicionado o termostato: presión, humedad, temperatura; a veces por duplicado o triplicado.
- Si controlas el gasto eléctrico, una pinza amperimétrica en el cuadro.
- La caldera, la nevera, el lavavajillas o el horno disponen de una veintena de sensores entre todos.
- Algunas lámparas, sensores de luminosidad, así como algunos sistemas de persianas automáticas.
- …
¿Cuál es el límite de la sensorización? Dan Simmons, en su tetralogía Ilión/Olympo, imagina un mundo en el que absolutamente toda la materia viva está formada por sensores. Estos resultan tan pequeños que pueden liberarse a la atmósfera y el suelo, pasando a formar parte de la vida misma y creando una enorme red a la que llaman todonet.
Debe ser abrumador mirar al mundo y sentir cómo palpita un árbol, visualizar las miles de hormigas que lo recorren en busca de comida, o ser consciente de cómo afecta la brisa a sus hojas. De momento todo esto es ciencia ficción, pero la tecnología se empeña en hacerlo real.
Ya se está trabajando en lentillas de contacto con sensores que, en lugar de disponer de una batería integrada, usan el reflejo de las ondas de radio para funcionar; y la Universidad de Washington ha diseñado sensores impresos en 3D que no requieren energía que funcionan de un modo similar.
Llegará el día en que no sepamos qué es la tecnología o que no sepamos distinguirla de la naturaleza. El tecnólogo Kevin Kelley llamó technium al «ecosistema de todas las cosas inventadas» hacia el que viajamos a toda velocidad; dando nombre en el mundo real para lo que Dan Simmons ya tenía uno en la ficción.
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Imágenes | iStock/rfranca, UV Sense, iStock/Michael Ver Sprill