Era verano del 1990 y al volante de un Ford Fiesta nos fuimos a recorrer el norte de la Península. Hoy hemos decidido repetirlo. Los pueblos siguen siendo los mismos, aunque los precios ya no sean en pesetas. El coche ahora es un híbrido y no nos perdemos gracias a nuestro smartphone. Pero algo más ha cambiado, aunque no sabría decir el qué. Hay algo raro en el parabrisas…
¿Qué está pasando?
“Hubo un tiempo en que teníamos que limpiar los insectos del parabrisas después de conducir durante una o dos horas, y los insectos revoloteaban en masa entorno a los alumbrados urbanos. Este no es el caso hoy en día”. ¿Es eso cierto? El que habla es Josef Tumbrinck, presidente de la Nature and Biodiversity Conservation Union (NABU).
“¡Es cierto, ya no hay tantos mosquitos en verano!”. “Pues a mí, las moscas, me siguen fastidiando la siesta”. En función de donde se encuentre el lector elegirá una u otra respuesta. Nuestra capacidad de observación nos lleva, a veces, a engaño. Pero los datos no mienten. La biomasa de insectos voladores ha disminuido en un 75% desde 1990. Eso quiere decir que, hoy, hay una cuarta parte de los insectos que había cuando nos subimos al Ford Fiesta.
Los números son resultado de un amplio estudio llevado a cabo en Alemania durante 27 años. Sus resultados, que se acaban de publicar en Plos One, no son extrapolables al resto de países, pero ponen cifras a un problema que lleva años en la mesa de debate: los insectos están desapareciendo. Y no solo los que nos molestan a los humanos, como moscas y mosquitos, sino también los que nos gustan, como las mariposas o las abejas.
Los grillos y los saltamontes
Aunque los datos del estudio (en el que han participado asociaciones y universidades de Reino Unido, Países Bajos y Alemania) son demoledores, no es la primera vez que escuchamos cosas parecidas. El pasado mes de febrero, un informe de la Comisión Europea, alertaba sobre la precaria situación de grillos, saltamontes y chicharras a lo largo y ancho del Viejo Continente.
Así, de las 1.082 especies de ortópteros evaluadas, una cuarta parte está amenazada. “La mejora del estado de conservación de los insectos, así como la prevención de futuros descensos en Europa de algunas especies, requiera esfuerzos y compromisos cada vez mayores por parte de la Unión Europea y de sus Estados miembros”, señala Juan Carlos del Moral, coordinador del área de ciencia ciudadana de SEO/BirdLife en España.
Pero, ¿por qué? ¿Qué está pasando para que se estén poniendo en riesgo los grillos de una noche de verano o la producción de miel? Y, lo más importante, ¿cuáles son las consecuencias?
Quizá estén emigrando al norte
En el año 2015, investigadores del museo de historia natural de Dinamarca, perteneciente a la universidad de Copenhague, publicaron un curioso estudio. Durante 18 años, habían registrado la presencia de 1.543 especies de polillas y escarabajos y más de 250.000 individuos en el tejado del museo. Los resultados, publicados en el Journal of Animal Ecology, sorprendieron a la comunidad científica.
La subida gradual de la temperatura (0,14°C de 1995 a 2008), casi imperceptible para los humanos, había traído nuevas especies de insectos al tejado y desplazado a otras que eran comunes en el pasado. “Estos resultados confirman que el cambio climático está teniendo impacto en la biodiversidad ahora mismo. No es algo que solo va a pasar en el futuro, cuando la temperatura haya aumentado 2°C”, señaló entonces Peter Søgaard Jørgensen, del centro de macroecología, evolución y clima del museo danés.
No, estamos acabando con ellos
Puede que algunas especies estén desplazándose al norte, buscando hábitats más frescos, pero esa no es la razón principal de su desaparición. Así, al menos, lo apunta el estudio llevado a cabo en Alemania que señala la desaparición del 75% de los insectos voladores. La causa es, directamente, la actividad humana.
De hecho, este estudio indica que, aunque durante los 27 años se detectó un aumento de la temperatura media de medio grado centígrado, este no pareció tener impacto en las poblaciones de insectos. La investigación señala los cambios en el ecosistema y en la comunidad vegetal como principales causantes. Es decir, al uso agrícola intensivo del territorio.
Así, el uso de fertilizantes, plaguicidas e insecticidas y la intensificación del uso de las tierras agrícolas (grandes extensiones de monocultivos que eliminan las zonas de reproducción de los insectos, como las charcas), están acabando con los mosquitos y las mariposas. La urbanización, la deforestación y la fragmentación de los hábitats también podrían estar contribuyendo a su desaparición.
“Los insectos constituyen alrededor de dos tercios de toda la vida en la Tierra. Parece que estamos haciendo grandes extensiones de tierra inhóspitas para la mayoría de las formas de vida y actualmente están en camino hacia el Armagedón ecológico. Si seguimos con la trayectoria actual, nuestros nietos heredarán un mundo profundamente empobrecido“, explica el coautor del estudio Dave Goulson, de la Universidad de Sussex.
Las consecuencias
Imagina poder dormir con la ventana abierta sin que te piquen los mosquitos. O, como ya ha demostrado el efecto parabrisas, no tener que limpiar tu coche tras un viaje en vacaciones. Para qué queremos insectos, podríamos pensar. Sin embargo, la desaparición de estos artrópodos podría tener, y está teniendo ya, graves consecuencias sobre el resto de animales y sobre los humanos.
La primera es la ausencia de polinizadores. La muerte masiva de abejas (un problema detectado a nivel mundial) y otros insectos deja a las plantas sin vehículos de polinización. Esto evita su reproducción y nos deja a los demás animales sin sus frutos.
Además, multitud de especies dependen directamente de los insectos como fuente de alimentación. Muchos pájaros, reptiles y anfibios, así como algunos mamíferos (y, sí, también los seres humanos), sobreviven a base de moscas y mosquitos.
De hecho, algunos estudios señalan un descenso en las poblaciones de aves insectívoras en Europa, entre otras cosas, por causa directa de la disminución de la biomasa de insectos voladores. En un ecosistema global interconectado, a través de una cadena trófica compleja, quién sabe las consecuencias que puede tener el aleteo de una mariposa que acaba de esquivar un parabrisas en Alemania.
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