Clyde Tombaugh acabaría siendo un astrónomo reputado y profesor universitario, pero cuando descubrió la existencia de Plutón en 1930 no era más que un aficionado. Como él, miles de aficionados a la astronomía siguen escrutando los cielos en busca de pistas que nos ayuden a entender mejor los misterios del universo. Y muchos lo consiguen.
La caza de exoplanetas más allá de las fronteras del sistema solar ha contado con los aportes de muchas organizaciones de no profesionales. Más allá de las grandes instituciones espaciales y de la tecnología más avanzada, muchos aficionados han aportado su granito de arena, como Tombaugh, a la exploración espacial. El último de estos hallazgos podría contarnos la historia de nuestro futuro; la del futuro del sistema solar.
Un equipo de astrónomos liderado por la Universidad de Wisconsin-Madison, en el que participaron dos aficionados de Arizona, ha descubierto un exoplaneta del tamaño de Júpiter orbitando una enana blanca, una estrella densa del tamaño de la Tierra. Ambos cuerpos están tan cerca que los años del planeta duran 1,4 días terrestres. ¿Es ese el escenario que nos espera?
Dentro de 5.000 millones de años
El sistema solar se formó hace unos 4.600 millones de años, cuando el universo ya era viejo. El Sol aglutinó la mayor parte de la materia de una nube molecular formada por polvo y gas estelar. El resto de la materia fue aglutinándose en diferentes astros y aquellos más grandes lograron la masa suficiente para volverse esféricos, dando lugar a los planetas. El resto son asteroides, meteoros, cometas o pequeñas lunas irregulares.
Se calcula que al Sol todavía le quedan varios miles de millones de años de vida por delante. Pero la historia reservada para la Tierra es diferente. Durante los próximos 5.000 millones de años, la energía del Sol irá aumentando mientras consume todo el hidrógeno que almacena en su núcleo. Para cuando llegue al límite, es probable que haga tanto calor en la Tierra que los océanos se hayan evaporado y la vida haya desaparecido mucho tiempo atrás.
Una vez que se agote el hidrógeno, llegarán los cambios. El Sol entrará en una fase inestable en la que aumentará de tamaño. Durante un par de miles de años más seguirá creciendo hasta convertirse en una gigante roja. En su camino, absorberá a Mercurio, Venus y, probablemente, la Tierra. Para entonces, su diámetro será de unas 256 veces el actual. A partir de ese momento, decrecerá rápidamente (a escala estelar) hasta convertirse en una enana blanca, formando una nebulosa a su alrededor.
¿Hemos visto el futuro?
Las enanas blancas son conocidas también como cadáveres de estrellas. Son una de las formas en que terminan sus días los grandes astros del universo, que también pueden morir como supernovas o como estrellas de neutrones. ¿Y qué pasa con los planetas que las orbitan? Por primera vez, se ha conseguido detectar un planeta completo orbitando una enana blanca. Por primera vez, hemos logrado ver el que podría ser nuestro futuro.
El estudio liderado desde la Universidad de Wisconsin-Madison, publicado en ‘Nature’ bajo el título ‘A giant planet candidate transiting a white dwarf’, señala el descubrimiento de lo que parece un inmenso planeta orbitando una enana blanca. Este nuevo mundo exterior, a 82 años luz de la Tierra, ha sido bautizado como WD 1586b. Y desafía todo el conocimiento manejado hasta ahora por la astronomía.
La estrella blanca en el centro del sistema fue una vez como el Sol. Hoy retiene la mitad de su masa, pero concentrada en una esfera del tamaño de nuestro planeta. WD 1586b gira a su alrededor en una órbita situada 20 veces más cerca de su estrella que Mercurio del Sol. Su año dura 34 horas (por los 90 días de Mercurio). El nuevo exoplaneta, del tamaño de Júpiter, es al menos 10 veces mayor que su estrella y es capaz de ocultar más de la mitad de su luz.
“Nunca antes habíamos observado evidencias de que un planeta pudiese acercarse tanto a una enana blanca y sobrevivir. Es una agradable sorpresa”, señala el astrónomo Andrew Vanderburg, investigador principal del estudio. Para los autores, esta es una prueba de la gran cantidad de escenarios que se pueden producir al final de la vida de un sistema estelar; y podría ayudarnos a desentrañar el futuro de nuestro propio hogar.
No en vano, los investigadores rastreaban el espacio en busca de restos de destrucción, de pistas sobre la muerte de las estrellas y los planetas. Y acabaron encontrando un planeta vivo que todavía saca provecho de la poca energía que le queda a su exhausta estrella. Aunque en las enanas blancas ya no se produzca la fusión nuclear que mantiene vivos a astros como nuestro Sol, eso no significa que no irradien todavía luz y calor.
La pregunta que surge, inevitable, es hasta qué punto alguna forma de vida podría estar aprovechando esa energía para sobrevivir hasta el final de los días de su sistema. “Creo que la parte más emocionante de este trabajo es lo que significa tanto para la habitabilidad en general como para nuestra capacidad para encontrar evidencias de esa habitabilidad”, concluye Vanderburg.
Se trata de una pregunta que nunca habría surgido sin los millones de datos recopilados por el TESS (un telescopio espacial de la NASA dedicado a la búsqueda de exoplanetas) y varios telescopios terrestres de alta resolución, incluyendo tres aparatos dirigidos por astrónomos aficionados.
Imágenes | Goddard Space Flight Center, NASA Exoplanets