En 2013, la Unión Europea prohibió la experimentación cosmética con animales. Pero la mayor parte de países del mundo (el 80%) siguen embadurnando cobayas con cremas para detectar alergias e irritaciones. En los últimos cinco años, un grupo de países ha presionado para abolir esta práctica a nivel internacional. Cada vez son más. El objetivo es lograrlo en 2023. Y la impresión 3D de piel artificial podría ser su último gran aliado en esta batalla.
375 000 conejos al año
En la última década, muchas compañías han apostado, ya sea por ética, por razones legales o porque los potenciales clientes están más concienciados, por abandonar la experimentación con animales. Además de la UE, Guatemala, la India, Israel, Nueva Zelanda, Noruega, Corea del Sur, Suiza, Taiwán y Turquía han abolido o limitado esta práctica. Aun así, 375 000 conejos, cobayas y otros animales similares se usan cada año para testar productos cosméticos, según Human Society International.
Desde la asociación animalista aseguran que la legislación y el compromiso empresarial son claves para terminar con la experimentación animal. Pero, sobre todo, creen en las posibilidades de la ciencia y la tecnología. Los desarrollos de los últimos años podrían darle al mundo el empujón necesario para que abandone esta práctica.
“Las estrategias de experimentación sin animales usan pruebas basadas en células humanas y sofisticados programas informáticos que proporcionan resultados relevantes. Estos métodos a menudo proporcionan un ahorro de tiempo y dinero para la industria”, señalan desde la asociación.
Piel de laboratorio e impresión 3D
La industria cosmética mueve cientos de miles de millones el año. Cuando sus productos llegan al mercado, no se puede permitir que provoquen reacciones perjudiciales en el cuerpo humano. Para ello, la experimentación y el testeo a lo largo del desarrollo de un producto son esenciales. En los últimos años, tras prohibirse el uso de animales en multitud de países, las compañías han encontrado en la piel artificial su gran aliado.
De hecho, el mayor fabricante de piel de laboratorio en el meno es, a día de hoy, la francesa L’Oreal. En sus laboratorios de Lyon (y desde hace poco también en Shanghái) se producen unos 20 metros cuadrados de piel artificial al año. Estas pieles son, además, de diferentes edades y tipos. Buena parte de las más de 100 000 muestras de piel que se generan cada año se vende a otras compañías del sector, de acuerdo con un informe de Bloomberg.
Esta piel de laboratorio se crea a partir de donaciones de piel humana. De ellas se extraen células de la dermis y la epidermis que después se cultivan a través de diferentes procesos que van desde dietas especiales hasta la mezcla con moléculas de algas, como la agarosa. A partir de la primera semana, se obtiene una muestra de piel viable para experimentación. Estas muestras se pueden exponer después al aire y a rayos ultravioleta para lograr diferentes estados de envejecimiento.
En 2015, L’Oreal fue un paso más allá aprovechando el desarrollo de la impresión 3D. De la mano de la compañía californiana Organovo, han empezado a imprimir piel. Todavía está en fase de desarrollo y esta piel impresa no se usa a nivel comercial. O al menos no ha trascendido. Sin embargo, aseguran desde la compañía que han sido capaces de imprimir 100 centímetros cuadrados de piel humana en algo más de media hora.
Para ello, Organovo utiliza impresoras cargadas con una especie de tinta biológica formada, fundamentalmente, por células humanas. Un proceso informático se encarga de ir ensamblando las muestras siguiendo el mismo patrón que ha desarrollado la evolución natural. Así se crea una muestra que, después, debe incubarse durante unos días para su uso.
Para dejar de usar animales
La experimentación cosmética con animales sigue siendo habitual en la mayor parte de países del mundo. Para que el planeta abandone esta práctica uno de los grandes desafíos es convencer a las autoridades de su mayor mercado: China. Allí, donde hasta ahora no se había desarrollado piel de laboratorio con las características propias – las pieles de las distintas poblaciones humanas tienen multitud de diferencias – se sigue apostando por el testeo en animales como el método más fiable.
La demanda de productos cosméticos desde China es cada vez mayor. El desarrollo de piel asiática artificial está permitiendo, sobre todo a compañías extranjeras, poder experimentar con fórmulas cosméticas diferentes a las que funcionan en Europa o en América. Y, además, puede abrir una vía para dejar de usar animales de laboratorio. La misma tecnología que fue esencial para lograr que las compañías abandonasen estas prácticas en la Unión Europa podría servir para marcar un hito en la investigación cosmética internacional.
Adiós a las tiritas
La impresión de piel humana tiene muchas aplicaciones potenciales además de las cosméticas. El uso de piel artificial en medicina es algo habitual desde hace años. Sin embargo, cultivar piel es lento y costoso, lejos del alcance de la mayoría de los hospitales. El uso de impresoras 3D para implantes abarataría el proceso, pero, de momento, su uso no está autorizado para implantes. Sobre todo, porque aún no se ha conseguido imprimir piel completamente funcional.
“No se trata de piel al 100 %, pero ya se parece mucho. Aún no tiene capilares, ni vellos, ni melanina, ni pigmentos; pero nos estamos acercando y creemos que en la próxima década podremos imprimir capilares”, explica, en una entrevista reciente en El Periódico, Joan Pere Barret, jefe del Servicio de Cirugía Plástica y Quemados del Hospital Vall d’Hebron. El centro barcelonés es pionero en el desarrollo de la impresión 3D de piel humana y su uso médico. Creen que, este mismo año, se podrán empezar a aplicar los primeros tratamientos reales.
La tecnología en este campo avanza a gran velocidad. Hace pocas semanas, investigadores de la Universidad de Toronto presentaron un pequeño aparato capaz de colocar tiras de piel artificial creada a partir de unos cartuchos de gel. Capaz de imprimir tiritas de piel sobre la propia herida. Las posibilidades que se abren para seres humanos – y el resto de animales – parecen infinitas.
Imágenes | iStock, Wikimedia Commons, University of Toronto