Desde hace ya cuatro años, naranjos, limoneros y mandarinos son un bien de contrabando en las comarcas gallegas de O Salnés y O Barbanza. Impera la ley seca del zumo de naranja. La prohibición para comercializar cualquiera de estas especies es total y, con el tiempo, ha ido extendiéndose a otras zonas de las provincias de Pontevedra y A Coruña. Se trata de los primeros puntos de contacto en España de una plaga que amenaza con dejar al mundo sin desayunos.
La poca variabilidad genética de muchas especies comerciales, seleccionadas en función de criterios como la calidad del fruto y no mediante criterios de selección natural, ha disparado la vulnerabilidad de nuestros cultivos. Cada cierto tiempo, los titulares nos amenazan con dejarnos sin plátanos, sin café o sin frutos secos. Ha pasado antes y volverá a pasar. Pero ¿a qué nos enfrentamos ahora?
Sin plátanos ni naranjas
La prohibición de comercializar especies cítricas en zonas de Galicia llega directamente de la Xunta, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y la Unión Europea. El motivo es que estas especies vienen acompañadas de Trioza erytreae, un insecto chupador que es a su vez portador de la bacteria que causa el Huanglongbing (HLB), también conocido como dragón amarillo o enverdecimiento de los cítricos. En España, aunque se ha detectado la presencia del vector, todavía no se ha registrado ningún brote de la enfermedad.
Este microbio, descrito en China por primera vez en la década de 1940, deforma los frutos, amarga su sabor y atrofia sus semillas. Llega a enfermar tanto a las plantas que estas acaban muriendo. Y no se conoce mucho más tratamiento que la prevención y la destrucción de los especímenes infectados. En algunas zonas como Estados Unidos sus efectos han sido devastadores. Según un paper publicado el pasado mes de enero, la producción de naranjas en el país norteamericano ha caído un 72% en la última década.
Fue precisamente en América, aunque un poco más al sur, donde otra plaga hizo saltar todas las alarmas el pasado verano. El 8 de agosto Colombia declaraba la emergencia nacional por la presencia de una especie del hongo Fusarium (la llamada Raza 4 Tropical o Foc R4T) en plantaciones de plátano al norte del país. Se convertía así en el primer país en detectar la plaga en Latinoamérica; una plaga que ya había causado estragos en Oceanía, Asia y África Oriental.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el R4T fue descubierto hace unos 20 años en el Sudeste Asiático y desde entonces ha diezmado la producción de plátanos. En especial, de los de la variedad Cavendish, que supone casi la mitad de toda la producción mundial. Concretamente, cada año se producen unos 50.000 millones de toneladas de este tipo de banana.
Como con el Huanglongbing, no parece haber forma de parar la plaga más allá de la prevención. ¿Por dónde pasa la solución? La FAO lo tiene claro. “La solución a largo plazo radica en el desarrollo de nuevas variedades resistentes, y en sistemas de producción de banano más resistentes al promover cultivos múltiples y genéticamente diversos”. Y es que, en ambos casos, la selección natural juega en nuestra contra.
La importancia de los genes
La banana Cavendish no fue siempre la más cultivada. Hasta los años 50, los productores de todo el mundo apostaban por la variedad Gros Michel. Pero llegó el mal de Panamá y la producción cayó en picado. El mal no era más que otro tipo de Fusarium que prácticamente borró del mapa comercial a este tipo de plátano.
Cuando hablamos de la capacidad de la adaptación de la naturaleza, tendemos a pensar que se producen los cambios en el entorno y las especies cambian para resistir. Pero funciona exactamente al revés. Las variaciones genéticas se producen constantemente, tanto por mutaciones como por las combinaciones de genes durante la reproducción. Cuando las condiciones del entorno cambian, solo aquellas variaciones aptas sobreviven.
A nivel agrícola, estas variaciones se seleccionan en base a criterios productivos y nutritivos. Y los cambios en el entorno (como modificaciones climáticas o plagas) intentan frenarse mediante medios externos. Así, a la larga, la poca diversidad genética se convierte en un lastre importante para algunas de las especies.
Tal como señala la FAO en su informe ‘Coping with climate change’, la capacidad de las plantas y los animales que usan los agricultores para soportar condiciones volátiles y adaptarse cuando el entorno cambia es el resultado directo de su diversidad genética. Como tal, se debe apostar por esta diversidad como mecanismo de supervivencia a largo plazo. Sobre todo, si tenemos en cuenta que las condiciones climáticas del planeta están volviéndose más extremas y los cambios se suceden con mayor rapidez.
La labor política y científica es fundamental para, como recalca el organismo internacional, ayudar a sobrevivir a la evolución. Es decir, evitar que las acciones humanas acaben por completo con la evolución natural de las especies y terminen, en el futuro, dejándonos sin desayuno.
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