Tenemos un problema con la basura electrónica que no sabemos solucionar

Cada vez usamos más dispositivos electrónicos de todo tipo: ordenadores, tablets, smartphones, relojes inteligentes… Al hacer un mayor uso de equipos eléctricos y electrónicos (EEE), sus deshechos también aumentan. Y lo hacen en todo el mundo. Es lo que se conoce como basura electrónica.

El pasado 2019, el mundo generó 53,6 Mt de desechos electrónicos. Es decir, por cada persona, produjimos una media de 7,3 kilos. El problema es que, lejos de ser capaces de reducir toda esta basura, cada año que pasa el volumen se incrementa: si en 2014 fueron 9,2 Mt de desechos electrónicos los que se produjeron, las previsiones apuntan a que en 2030 llegaremos a los 74,7 Mt. En pocas palabras, duplicaremos la basura electrónica en apenas 16 años.

Se calcula, además, que estos desechos electrónicos mundiales están valorados en más de 62.500 millones de dólares. Una cifra que superaría al PIB de la mayoría de los países.

Consumo y obsolescencia programada

Como decíamos, cada vez tenemos más dispositivos y aparatos electrónicos. Y la tecnología cada vez se democratiza más, lo que hace que llegue a más gente, se consuma más y, por tanto, se generen más desperdicios.

Al mismo tiempo, los ciclos de vida de algunos productos son más cortos (lo que se conoce como obsolescencia programada) y no todas las marcas tienen disponibles muchas opciones de reparación.

Pero no son las únicas causas del aumento de deshechos. La Unión Europea y otros países desarrollados tienen (o están en vías de tenerlo) legislaciones que intentan mitigar los efectos de esta basura electrónica. Y los propios fabricantes suelen tener políticas de recuperación de viejos aparatos para su recuperación, reutilización y reciclaje.

Sin embargo, menos del 20% de los desechos electrónicos se recicla y el 80% termina en vertederos o se recicla de forma ilegal, lo que expone a los trabajadores a sustancias peligrosas y cancerígenas como el mercurio, el plomo o el cadmio. Los residuos en los vertederos contaminan el suelo y las aguas subterráneas, poniendo en riesgo los sistemas de suministro de alimentos y las fuentes de agua.

La legislación, una ayuda insuficiente

Desde 2014, el número de países que han adoptado una política, legislación o regulación nacional sobre residuos electrónicos ha aumentado de 61 a 78. No obstante, los avances regulatorios en algunas regiones son lentos, la aplicación es deficiente y las políticas, leyes o regulaciones no estimulan la recolección y el manejo adecuado de los desechos debido a la falta de inversión y motivación política.

Con todo, en la Unión Europea, por ejemplo, los fabricantes de equipos eléctricos y electrónicos (EEE) deben proporcionar soluciones para que los clientes eliminen su antiguo dispositivo doméstico cuando les vendan una nueva versión del mismo producto. Además, en octubre del año pasado, la UE adoptó nuevas normas sobre el derecho a reparar. Aunque no entrarán en vigor hasta el año que viene, los legisladores europeos obligarán a las empresas a fabricar electrodomésticos más duraderos y tendrán que tener repuestos para máquinas durante 10 años.

El hecho de que Europa sea la región del mundo que lidera la generación de residuos electrónicos per cápita, con 16,2 kg, puede tener mucho que ver en este afán por intentar reducir el impacto de esta basura. No en vano, aunque Asia fue la que generó mayor cantidad de desechos electrónicos en 2019 (con 24,9 Mt), es la segunda que menos impacto supone por habitante (5,6 kilos), solo superada por África (2,5 kg per cápita).

Cuando las marcas toman sus propias medidas

Es cierto que cada vez tenemos todos una mayor conciencia ecológica. No se trata solo de cumplir con lo que las normativas exigen, sino incluso ir más allá.

Por ejemplo, en el caso de Lenovo, la compañía hace tiempo que elige con cuidado las materias primas que utiliza para fabricar sus producto o la energía que emplea para ello. Incluso se detiene en que toda la cadena de suministro cumpla con un rendimiento ambiental.

Dentro de sus políticas corporativas, también podemos encontrar la gestión de residuos y el uso responsable del agua hasta el fin de la vida útil del producto, ofreciendo al consumidor opciones de reciclaje.

Estas políticas se aplican no solo a los productos de consumo, sino que alcanzan igualmente a los destinados a los centros de datos y, con ellas, se pretende cumplir también con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) promovidos por las Naciones Unidas.

El problema de lo que no se ve

El gran problema de esta basura electrónica no está tanto en los aparatos y el volumen que tienen, sino en las sustancias de las que están hechos. Mercurio, retardantes de llama bromados (BFR) y clorofluorocarbonos (CFC) o hidroclorofluorocarbonos (HCFC) están presentes en estos dispositivos.

Si sumamos que cada vez hay más desechos electrónicos, que pocos se recuperan, tratan y eliminan, la consecuencia es que hay riesgos importantes tanto para la salud del medio ambiente como para la humana.

Entrar en contacto directo con algunos de estos materiales (plomo, cadmio, cromo, retardantes de llama bromados o bifenilos policlorados -PCB-) puede poner en riesgo la salud de las personas. Hablamos también de la inhalación de humos tóxicos, así como el contacto a causa de la acumulación de productos químicos en el suelo, agua y comida.

A pesar de ello, lo cierto es que el tratamiento de los componentes de los dispositivos electrónicos es complicado y la recuperación de estos materiales para su reciclaje también. Además de sus componentes peligrosos, al procesarse, los desechos electrónicos pueden dar lugar a una serie de subproductos tóxicos que pueden afectar la salud humana. De la misma manera, las actividades de reciclaje, como el desmantelamiento de equipos eléctricos, pueden tener un mayor riesgo de lesiones.

¿Cómo podemos ponerle freno?

Hacer un uso y un consumo más responsable de todos los aparatos eléctricos y electrónicos es una de las medidas que todos podemos tomar para intentar reducir la basura electrónica que generamos.

Pero hay más. Incluso desde Harvard se nos dan seis pautas para minimizar estos deshechos, como adquirir productos etiquetados como Energy Star o certificados por la Herramienta de evaluación ambiental de productos electrónicos (EPEAT).

Asimismo, podemos reciclar los dispositivos electrónicos (incluyendo sus baterías) en los puntos adecuados; o donar aquellos que ya no usamos, pero que están en buen estado. Muchas ONG estarán encantadas de dar una segunda vida a este tipo de dispositivos tecnológicos y, entre todos, contribuiremos a generar menos residuos.

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