El último brote de ébola está bajo control. Desde el 17 de febrero de 2020, la República Democrática del Congo no ha registrado ningún nuevo caso. El virus deja a su paso 3.200 contagios y más de 2.200 muertos. Aunque la situación sigue bajo vigilancia y la Organización Mundial de la Salud (OMS) insiste en que todavía es pronto para celebrar, es probable que este haya sido el último brote en ausencia de uno de nuestros mejores aliados en la lucha contra las enfermedades: la vacuna.
Mientras el mundo amanece, un día más, sumido en una pandemia, la de COVID-19, sin precedentes en la historia reciente, la historia de la búsqueda de la vacuna del ébola arroja algo de esperanza. Y, aunque el virus del ébola y el SARS-CoV-2 no se parezcan en nada, pone en perspectiva las dificultades de diseñar una vacuna efectiva. Mientras tanto, la ciencia sigue avanzando para frenar la acometida constante de los virus.
Un virus letal y un mundo cambiante
En 1976, en una región remota de Zaire, hoy la República Democrática del Congo, el virus del ébola hacía su debut oficial. Un brote de tres meses que dejaba 318 víctimas mortales. Poco después, el mismo virus aparecía en Sudán, con 284 muertes. La letalidad del virus (muertes en relación al número de contagios) era elevadísima y los mecanismos de la ciencia se pusieron en marcha.
Desde entonces, el continente africano ha cambiado mucho. En 1976, una gran mayoría de pueblos estaban aislados y el virus se contenía casi por sí mismo. Pero, como relata Carl Zimmer en su libro ‘A Planet of Viruses’, el mundo, en general, y África, en particular, ya no son lo que eran. Hoy vivimos en un planeta muy comunicado, en el que las personas se mueven con relativa libertad y mucha rapidez. Y, con ellas, las enfermedades.
Cuando en marzo de 2014, las autoridades médicas de Guinea anunciaron que se estaban enfrentando a un nuevo brote de ébola, la situación estaba ya fuera de control. El paciente cero había contraído la enfermedad cuatro meses antes, pero los contagios se habían producido siguiendo un patrón muy diferente al de los primeros brotes en el siglo XX.
Cuando la situación se logró controlar, en 2016, la enfermedad había dejado 28.000 contagios y 11.000 muertes, según la OMS. Y había amenazado incluso con convertirse en una pandemia con contagios registrados en Estados Unidos y muchos países europeos, incluyendo España. Se convirtió así en el mayor brote epidémico de ébola de la historia. Pero también en el campo de pruebas definitivo de una vacuna que llevaba sobre la mesa desde el año 2005.
¿Una oportunidad perdida?
Los procesos para crear una vacuna son largos y complicados. Cuando organizaciones como la OMS impulsan campañas masivas de vacunación, tienen que estar muy seguras de que el resultado va a ser positivo. Para llegar a ese punto existen varios filtros intermedios, incluyendo las revisiones de diferentes agencias de medicamentos, y el trabajo minucioso de los laboratorios.
Cuando en 2005, el National Microbiology Laboratory de Winnipeg, Canadá, publicó en la revista ‘Nature’ que habían obtenido una vacuna efectiva en primates contra el virus del ébola habían pasado casi 10 años de intenso trabajo. Por delante quedaba más de otra década de pruebas.
La vacuna VSV-Ebola presentaba algunos efectos secundarios durante los primeros tests, así que hubo que llevar a cabo numerosos ensayos en animales y, después, en humanos. Para 2015, con el brote de Guinea en su máximo apogeo, la OMS consideró que existían pruebas científicas suficientes para llevar a cabo un ensayo clínico más amplio. Más de 16.000 voluntarios recibieron su dosis. Y funcionó. Quizá se había perdido la oportunidad de frenar el brote, pero acelerar los tiempos saltándose procedimientos nunca es aconsejable cuando se habla de salud pública.
La vacuna contra el ébola
Todavía faltaban la autorización y la licencia comercial definitiva de la vacuna. En el medio del debate, el ébola volvió a aparecer en la República Democrática del Congo y la OMS pasó a la acción. La organización decidió que la vacuna cumplía con sus estándares. Aun así, con cierta cautela, se diseñó una campaña de vacunación en anillos. Es decir, se fue vacunando solo a la población con más riesgo de contagio, intentando aislar a los ya contagiados.
#HealthHeroes in #Beni celebrating the last #Ebola patient in #DRC to be discharged from a treatment centre! @WHO congratulates all of our partners. We will remain in full response mode for the remainder of the observation period. pic.twitter.com/Hxjir9EwYL
— WHO African Region (@WHOAFRO) March 3, 2020
Mientras esto sucedía, en octubre de 2019, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) anunció que autorizaba la comercialización bajo ciertas condiciones de la vacuna. “La autorización condicional de la primera vacuna contra el ébola es un triunfo para la salud pública y un testimonio de la colaboración sin precedentes entre decenas de expertos de todo el mundo”, señaló entonces Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.
Para cuando el brote de la República Democrática del Congo se dio por controlado el pasado mes de febrero, la OMS había suministrado a más de 236.000 personas la vacuna, denominada oficialmente rVSV ZEBOV GP y desarrollada por los laboratorios Merck. A falta de resultados definitivos, la vacuna ha jugado un papel importante para frenar los contagios.
Todavía queda un trecho del camino por recorrer. El plan de la OMS ahora es asegurar el suministro de la vacuna con diversos fabricantes, garantizar el acceso a la misma de los países africanos y lograr la autorización y la licencia en esta región. Quizá para cuando uno de los virus más mortales de la historia vuelva a entrar en escena la población en riesgo ya sea inmune.