Nuestro cerebro está densamente conectado por un universo de neuronas y terminaciones dendríticas. A pesar de que solo tiene una masa de 1.5 kg, alberga cien mil millones de neuronas (15 veces la población de la Tierra), y hasta diez veces más células gliales. Las neuronas, a su vez, están unidas por más de 100.000 km de fibras nerviosas. El número de conexiones potenciales entre las células de nuestro cerebro es imposible de imaginar, tal y como escribe David Brooks en su libro El animal social: «El número de partículas del universo conocido es aproximadamente una décima parte de este número».
Además, la eficiencia energética del cerebro es mucho más avanzada que cualquier computadora. Tal y como explica ampliamente el neurocientífico Read Montague en su libro Your Brain Is (Almost) Perfect, no hay punto de comparación si observamos el consumo de energía de Gary Kaspárov y Deep Blue cuando se disputan una partida de ajedrez.
Por ello, a pesar de tamaña complejidad, no son pocos los proyectos que están tratando de descifrar esta maraña de neuronas y conexiones, como el Proyecto Cerebro Humano (que aspira a simular las neuronas y las conexiones que las vinculan) o el Proyecto Conectoma (que mapeará todas las conexiones neuronales). Un equipo de investigadores de la Universidad de Gotinga y el Instituto Max Planck realizó el trabajo de modelar en tres dimensiones un sinaptosoma de rata combinando múltiples técnicas de imagen y análisis molecular.
El propósito, sin embargo, quizá no esté en construir una computadora que simule al cerebro, sino mejorar nuestro cerebro con implantes, tornándolo cibernético.
Nanorrobots neuronales
Los nanorrobots cada vez son más diminutos, y no tardarán en invadir nuestro organismo, como los respirocitos de Robert Freitas, del Instituto de Investigaciones Moleculares en Palo Alto, California.
Ya hay nanorrobots, desarrollados por investigadores de la Universidad de Michigan, que tienen el mismo tamaño que el punto final de esta oración. Los electrodos miden 0,007 mm. Para que contemplemos en perspectiva lo que supone este tamaño, el diámetro de un cabello humano es de 0,889 mm.
Estos electrodos son tan finos que pueden conectarse a una única neurona, y disponen de un recubrimiento de gel de plástico que permite que las señales eléctricas se trasladen por el cerebro con la misma eficiencia que en un soporte biológico, tal y como explica el propio Kizo en una entrevista realizada para el libro Exploradores del futuro:
Debido a que estos dispositivos son tan pequeños, podemos combinarlos con tecnologías ópticas para observar qué ocurre en el cerebro a nivel celular, mientras vemos las señales eléctricas. Esto nos dará un nuevo conocimiento de cómo funciona el cerebro en su nivel más básico, el neurona, pero también acerca de sus conexiones.
Estas neuronas artificiales permitirán, por ejemplo, que personas que han sufrido un ataque cerebral puedan controlar dispositivos externos como una silla de ruedas o una prótesis solo con el pensamiento, como ya ocurrió con el electrodo implantado en una mujer por investigadores de la Universidad de Brown. O este exoesqueleto que se mueve en función del deseo del usuario.
Controlando la mente
Estos implantes neuronales incluso podrían polarizar nuestros pensamientos hasta el punto de que eliminarían las tendencias o los desequilibrios neuroquímicos que influyen en nuestra salud. Por ejemplo, alguien puede sentir la necesidad compulsiva de comer, pero un implante insertado en el centro de recompensa del cerebro podría anular este deseo malsano, tal y como ya se ha probado en ratones.
Científicos de la Universidad de Carolina del Sur y la Universidad Wake Forest ya han implantado memorias artificialmente a cerebros de rata, como si descargaran instrucciones, tal y como sucede con Neo en la película Matrix cuando solicita aprender Kung-Fu en unos segundos.
Nuestro pensamiento también se tornaría más fluido, así como amplificaríamos nuestros sentidos, como la vista, si se llevan a cabo los planes de Robert Freitas, consistentes en incrementar las conexiones neuronales con nexos de alta velocidad por medio de nanorrobots. Nuestra inteligencia podría aumentarse hasta niveles insospechados, evitándose por sí los defectos de fábrica de nuestro cerebro, como nuestra tendencia a incurrir en sesgos cognitivos o la fragmentación de nuestra memoria.
El ser humano dejaría de ser humano tal y como lo conocemos, alcanzando el transhumanismo que esgrimen algunos teóricos, como Ray Kurzweil en La singularidad está cerca. Con todo, estas disquisiciones ya son de índole filosófica, y hasta cierto punto resultan infructuosas: ¿acaso no hemos dejado de ser humanos hace mucho, desde que usamos la lectura y otras tecnologías para dopar nuestro cerebro y modificar las estructuras del mismo? Los cerebros lectores, en comparación con los cerebros analfabetos, entienden de otra manera el lenguaje, procesan de manera diferente las señales visuales; incluso razonan y forman los recuerdos de otra manera, tal y como señala la psicóloga mexicana Feggy Ostrosky-Solís.
Como remata el divulgador Juan Scaliter en su libro Exploradores del futuro:
Primero: ¿sigo siendo yo si mi cerebro es un 50 por ciento cibernético? ¿Y si es un 67 por ciento o un 35 por ciento? La realidad es que seguramente nuestra identidad no se encuentra en las células nerviosas. Ni siquiera en otras. De todos modos, en el tiempo que habéis tardado en leer esto, cien millones de células de vuestro cuerpo han sido reemplazadas. Y seguís siendo la misma persona, ¿no es cierto?