En octubre de 2017 ocurrió algo completamente inaudito en la historia de la humanidad: un robot llamado Sophia, propiedad de la Hanson Robotics, recibió la nacionalidad en Arabia Saudí y se convirtió en ciudadano.
Unos meses más tarde, la ajedrecistas Anna y Mariya Muzychuk se han negado a participar en el Campeonato Mundial de ajedrez en el mismo país debido a la falta de respeto hacia las mujeres y otros estados. ¿De verdad hay un problema legal en darle la ciudadanía a un robot? Y, ¿qué tiene que ver eso con el resto de derechos sociales humanos?
Arranca 2018 con un robot ginoide (de apariencia femenina) ciudadano y con derechos en un país en el que las mujeres biológicas carecen de ellos. Esto ha causado serias controversias y debates intelectuales, filosóficos y legales, entre otros. Recogemos aquí algunos de ellos.
¿Qué implica otorgar la ciudadanía a un robot?
Imaginemos que tenemos una inteligencia artificial a la que poder llamar “inteligencia, un igual intelectual que, en lugar de haber nacido, ha sido construido. El típico robot futurista que vemos en la ficción. En principio, otorgarle derechos de persona a una entidad que siente y piensa como un ser humano no resulta descabellado.
Sin embargo, la tecnología moderna está muy lejos de un robot consciente que se perciba a sí mismo como algo vivo, y Sophia, aunque es de lo mejor que hemos construido, tiene más parecido con un tostador que con una mujer.
Que el robot sepa hablar no le hace humano, y que pueda escuchar demuestra inteligencia, pero quizá no la suficiente como para tratarla como una persona. El problema viene cuando la ley sí lo hace, pese a ser un objeto.
Cuando se da la ciudadanía a alguien (o algo, como es el caso), en ese momento se atribuyen una serie de derechos indisociables de la persona. Derecho a la representación jurídica, derecho a la sanidad, derecho a ser tratado con respeto, etc, y es aquí donde arrancan los problemas futuribles.
Sophia es un robot, una máquina y, de acuerdo al grueso de las leyes, una propiedad. Pero en Arabia Saudí tiene una serie de derechos como es el de autoprotegerse o el de votar. Dado que no hay nada en la historia con lo que comparar, nos vemos obligados a saltar a la literatura de ciencia ficción, que plantea escenarios relacionados:
- En el 2×03 de Black Mirror vemos cómo un personaje llamado Waldo funda un partido político. Al igual que Sophia, Waldo carece de inteligencia, y son sus dueños quienes ponen las palabras en su boca. Cuando Sophia sea llamada a las urnas, ¿será el presidente de la Hanson Robotics quien elija a quién votar?
- En Ghost in the Shell (1995), una entidad autodenominada el Titiritero pide asilo político para evitar ser destruida. Si en un futuro la Hanson Robotics decide retirar a Sophia o sobreescribir su programa, y ella decide pedir asilo, ¿puede Arabia Saudí negarse a deportarla?
Son dos casos quizá extremos, pero que los creadores de Sophía han puesto sobre la mesa en el presente. Simplemente en el campo jurídico hay un enorme abanico de problemas resultado de atribuir derechos a una máquina, eso sin entrar en la moralidad o ética.
Los derechos humanos en Arabia Saudí, en entredicho la ética
Los derechos humanos son todas esas condiciones que garantizan a las personas ciertas libertades, así como la seguridad de las mismas y, aunque su pilar es la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, lo cierto es que hay decenas de instrumentos que cada país decide firmar o no. Hasta la fecha, Arabia Saudí es uno de los países a la cola en la firma de estos documentos.
De los nueve tratados internacionales más importantes (CESCR, CCPR, CERD, CED, CEDAW, CAT, CRC, MWC y CRPD) solo ha firmado y ratificado en la totalidad el último de ellos, y aunque alguno más tiene firma hay excepciones que la comunidad internacional considera graves, como el hecho de que las mujeres sigan subrogadas a los varones o exista la pena capital.
A principio de 2018, en plena campaña de la cuenta @RealSophiaRobot por contar su “hazaña” al conseguir la ciudadanía, las ajedrecistas Anna y Mariya Muzychuk renunciaron a participar en el Campeonato Mundial de ajedrez que se celebraba en Arabia Saudí.
A pesar de que la organización “suavizó” las normas para que las ucranianas estuviesen más cómodas (no impondría la norma de vestimenta que siguen el resto de mujeres del país) las hermanas mantuvieron su postura renunciando a un posible premio en caso de que ganasen porque su lucha iba más allá de la estancia.
Cada una de las situaciones por separado darían para un artículo, pero el hecho de que se diesen juntas nos ayuda a poner de manifiesto que los derechos humanos son algo todavía demasiado arbitrario según la zona del mundo en que nos encontremos.
Es decir, independientemente de si un robot inteligente merece o no derechos, y sin menospreciar futuras alianzas, hemos de preguntarnos por qué una persona no los tiene ya o por qué la máquina “nueva” acaba adelantando en materia de derechos a las personas que ya estaban aquí y que deberían haberlos conseguido antes.
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