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¿Y si los robots nos ayudasen a mejorar la vida de los niños con autismo?

La revista Science Robotics lleva tiempo tratando el tema de los robots sociales. Ya sabíamos que los robots pueden ayudar a los niños con desorden del espectro autista a estudiar, pero todavía quedaba saber si eran capaces de ayudar a los niños con TEA a mejorar su interacción con otras personas.

El problema es que los estudios realizados usaban los robots de forma aislada y en encuentros controlados en laboratorio. En ellos, el niño no se encontraba cómodo ni libre. Sin embargo, un nuevo estudio con robots en casa ha demostrado cómo los niños con TEA mejoran sus habilidades sociales.

“Un robot a cada hogar”, ayuda

El anuncio de U.S.R., la empresa ficticia de la película ‘Yo, robot’ (2004), buscaba colocar “un robot en cada hogar”. Aunque detrás se encontraba VIKI, una inteligencia artificial que buscaba controlar el mundo, parece que no es mala idea llevar un robot social al hogar si hay niños con trastorno de espectro autista.

El estudio ‘Mejorando las habilidades sociales en niños con TEA usando un robot social a largo plazo en el hogar’, recién publicado en Science Robotics, lo demuestra. El robot elegido para el experimento es Jibo, un dispositivo pequeño capaz de colocarse en una mesa, y extraordinariamente expresivo.

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Pese a sus muchas críticas (el robot tiene una interacción limitada) en el laboratorio reescribieron su código e hicieron algunos cambios. Por ejemplo, colocarle dos ojos que ayudasen al niño a entender que era un ser sensible y atento, o nuevas formas de interacción social.

Es por eso que este robot se desliga de los robots profesores. No busca enseñar, sino simplemente interactuar, acompañar al niño o estar a su lado. Todo a través de un programa que los investigadores llaman “entrenamiento bajo demanda de habilidades sociales”. El que manda y pide es el niño.

Dejar que el niño interactúe con la tecnología

Ya no se trata de colocar al niño junto al robot y pedirle que interactúe (es lo que se ha hecho en estudios previos), sino de colocar el robot en el hogar y dejar que sea la curiosidad del niño la que le busque. Esta es una de las diferencias clave. Otra es la de supervisar al menor pero no controlar en remoto al robot.

En los ensayos previos un equipo de adultos controlaban el robot y decidían cómo iba a ir la interacción. Ahora, es el niño el que experimenta con un robot totalmente autónomo. Manda el niño, que es el director del experimento.

Además lo hace durante un mes entero en lugar de unos minutos a la semana en un entorno controlado. Y en su casa. Para entender la importancia de esto, tratemos de imaginar que para enseñarnos a usar la lavadora nuestros padres nos hubiesen llevado en coche a un laboratorio de innovación. Si ya es difícil para una persona con TEA entender los motivos de la gente, imaginemos lo que es coger el coche para ir a hablar con un robot.

Obviamente lo de la lavadora no se hace, y se aprende en el hogar, en un entorno cómodo. Es decir, la tecnología, para funcionar, parece necesitar un componente de confort. Otro estudio publicado casualmente el mismo día muestra cómo los robots que actúan como asistentes en la lectura necesitan también un espacio doméstico para funcionar.

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Una diferencia más con experimentos anteriores radica en que la dificultad del programa no solo se ajustó a cada niño, sino que se iba revisando cada poco tiempo. Y parece que el ponerle dos ojos fue clave para los niños con trastorno del espectro autista.

Dar personalidad al robot parece ayudar

Jaguar-Land Rover están experimentando con coches autónomos que tienen ojos que miran al peatón. Curiosamente, parece que tienen más aceptación que los que no tienen ojos. Confiamos más en una máquina si puede mirarnos, y el Jibo del experimento podía mirar.

Además, este robot tiene un cuerpo de tres módulos capaces de rotar sobre sí mismos. Otorgan cierto grado de expresividad, que combinado con los pitidos a lo R2D2 constituyen un buen feedback con efectos similares a la respuesta háptica de un teclado. Los niños con TEA sabían que ahí había un “ser”.

E importante: es un ser paciente, comprensivo, capaz de repetirlo todo muchas veces y estar siempre de buen humor. Del estudio se desprende que programar cierta capa de personalidad al robot puede ayudar a que el niño busque interactuar, a su nivel, con él. Las máquinas parecen leer bien nuestras emociones, y futuros experimentos serán mejor registrados.

¿Cómo sabemos los robots ayudan a los niños con TEA?

Para realizar este tipo de estudios es necesario tomar medidas antes y después, pero si resaltamos este experimento frente a otros es por su metodología. Eligió un total de 12 familias con niños de entre 4 y 12 años. Todos ellos ya habían pasado por estudios previos con robots en laboratorio.

En el gráfico de abajo se muestra el nivel de atención de los niños en cuatro momentos: 30 días antes del inicio del programa; al inicio; al final; 30 días después.

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Esto último es importante porque los investigadores saben cómo ha sido la sociabilización del niño sin robot, con robot en el laboratorio y con robot en casa. Además, ellos mismos cuestionaron su propia metodología, desgranando factores como:

  • Interacción autónoma a lo largo de 279 sesiones, que da más poder al niño y se lo quita a los investigadores;
  • la interacción adaptativa en base a las capacidades del niño, que iban mejorando con el tiempo cambiando el experimento;
  • el entorno no controlado del hogar, que introduce mucho “ruido” en el experimento;
  • etc.

Es importante darse cuenta de las propias deficiencias o características del experimento, pero también valorar los datos. Por ejemplo, la mencionada atención de los niños con TEA, que mejoró mucho durante los 30 días en que el robot estaba en la casa. Y al irse, la atención de los niños era mayor que antes de entrar.

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También se encontraron mejoras medibles en la interacción del niño con los adultos, en el modo en el que el niño entendía que otras personas buscan interacción con la mirada (efecto Mona Lisa), y un aumento en el cumplimiento de las instrucciones que los padres dan al niño. Por ejemplo, “hora de irse a dormir”.

¿Por qué robots, y no personas?

¿Cómo puede ser que un ser que no está vivo despierte una mayor interacción en un niño con TEA? Lo cierto es que los investigadores no lo saben, todavía. La mente es un misterio. Quizá la expresividad media del robot, a caballo entre un objeto inanimado y una persona, ayude.

Se sabe que ponerle ojos o que el robot pueda erguirse ha ayudado. También no forzar al niño a interactuar con el robot, sino que sea un elemento accesorio al que el niño recurre. Más allá de eso, el TEA es un trastorno con muchos interrogantes.

Sin embargo, este tipo de experimentos con tecnología son esenciales tanto para aprender como para mejorar las capacidades sociales, así como para que puedan desenvolverse con más autonomía.

En Lenovo | Yo, profesor. Los robots que ayudan a los niños autistas a estudiar

Imágenes | iStock/romrodinka, iStock/KatarzynaBialasiewicz, iStock/Radist

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