El negocio detrás de no vender un cargador con tu smartphone

A simple vista, la decisión de algunos fabricantes de no incorporar un cargador en la caja del smartphone parece un movimiento ejemplar: reduce la huella de carbono tanto en la logística y distribución como en la producción misma, optimizando el almacenaje y transporte y luchando contra la emergencia climática que a todos nos afecta.

Por otro lado, vender teléfonos sin cargadores supone una traba adicional al usuario, ya que muchos smartphones solo aprovechan las funciones de carga rápida con productos propietarios, debidamente homologados y de ecosistema exclusivo. Lo que redunda en nuevas demandas, más líneas de negocio y, en último término, una mayor contaminación al tener que adquirir cargadores con embalaje individual.

Dos frentes que vamos a intentar analizar aportando cifras clave.

¿Una cuestión ecológica?

Tendremos que ir al informe ‘One charger to fit them all’, paráfrasis de aquella frase icónica “y un anillo para gobernarlos a todos”, para entender hasta qué punto es importante reducir el impacto de los cargadores de teléfonos inteligentes. Empecemos con una cifra. Estos generan entre 11.000 y 13.000 toneladas de basura electrónica.

Así, como medida para reducir esta huella, hace más de una década la Comisión Europea promovió una normativa para impulsar un único estándar. Una simplificación que reduciría el residuo electrónico a 3 toneladas anuales. La medida fue adoptada voluntariamente por algunos (pocos) fabricantes.

Otros optaron por diferenciarse, esgrimiendo que esta medida socava la innovación. Pese a que semejantes argumentos han sido rechazados, en el fondo, presentan una problemática tal vez ignorada. Estandarizar un cargador único puede redundar en que los compradores reciban con cada tablet o smartphone uno idéntico al que ya tienen. El resultado serían decenas de cargadores en un cajón acumulando polvo a lo largo de los años.

Asimismo, podríamos mencionar lo pernicioso de crear un ecosistema inadecuado en torno a un producto con mala integración, clones de clones sin innovación en términos de creatividad.

El problema, por ende, seguiría sobre la mesa: el exceso de producción frente a una diversidad de productos que, tal vez por su propia nomenclatura tecnológica, precisen de distintos tipos de carga y puedan aprovechar mayores corrientes de voltaje para cargarse antes y mejor. No obstante, cabe apuntar que la mayoría de tecnologías “super boost” no significan gran cosa: es el propio procesador el que gradúa el índice de corriente eléctrica que recibe el dispositivo.

¿O una cuestión monetaria?

Hablemos ahora de dinero. Y pongamos un ejemplo teórico: durante el primer semestre de 2020 se vendieron 38 millones de un modelo de smartphone. Multipliquemos por 25 € que cuesta el cargador original: 875 millones de euros en beneficios. Ante esta realidad, el usuario puede optar por adquirir uno más barato, de marca blanca. Sin embargo, en caso de avería el usuario podría perder la garantía del teléfono, pues los productos marca blanca pueden ser bastante inseguros.

Uno de los grandes fabricantes de smartphones sentencia que quitar el cargador del embalaje del móvil implica sacar de la carretera más de 450.000 vehículos de transporte. Pero la realidad es que esos cargadores han de salir de alguna parte. La polémica está servida: ¿terminará el usuario gastando más en complementos? Es probable.

La carga inalámbrica tal vez sea más lenta, pero propondría una magnífica solución intermedia. Ya lo encontramos en smartwatches y wearables que han dejado de lado el cable. Incluso algunos fabricantes de muebles ya han dado un paso en esa dirección incorporando bases de carga inalámbrica en sus lámparas de mesa.

Por qué no llevan cargador algunos móviles

Existen decenas de tips para ahorrar batería y mantenernos más tiempo sin realizar una carga, pero tarde o temprano necesitaremos recurrir al enchufe.

Hay quien ya sentencia que este es un movimiento claramente capitalista, ya que tarde o temprano capitaliza esas nuevas vías de negocio: si lo paquetes comerciales de los teléfonos inteligentes no incluyen el cargador u otros accesorios, algunos usuarios tendrán que comprarlos aparte, quizá a un precio proporcionalmente superior. En cambio, también hay quien ve aquí una suerte de gestión medioambiental. Al fin y al cabo, una inmensa mayoría de usuarios ya cuenta con cargadores en sus casas y, quien no, puede heredar el de su hermano-padre-amigo.

En cualquier caso, la “moda” de no incorporar cargador en el packaging original del producto no es una decisión de una sola marca. En realidad, esta tendencia cada vez cuenta con más adeptos y podría ser un estándar. La nueva Xbox Series, por ejemplo, ni siquiera incorpora el cable USB C para cargar el mando. Frente a este movimiento, otras marcas prefieren contribuir a la usabilidad facilitando al usuario fundas simples, auriculares, accesorios para la ranura SIM y algún que otro cable.

Hay muchas más ventajas en utilizar un cargador único que inconvenientes, como deja clara la propuesta oficial —que contó con 582 votos a favor y 40 en contra—. La Comisión también dio pasos para poner el freno a la obsolescencia programada promoviendo la reparabilidad y la longevidad de los productos, otro de los puntos negros donde algunos fabricantes puntúan en negativo al construir productos cada vez más herméticos y servicios de reparación más exigentes.

Siempre y cuando se den pasos en la dirección correcta, el “negocio” de no dar un cargador es también el “negocio” de evitar fabricar más gadgets. Una buena noticia, sin lugar a dudas, sabiendo que cada día nos enfrentamos al reto de reducir los cada vez más abundantes residuos electrónicos urbanos.

Lenovo, iStock/Reimphoto, Unsplash (12), PxHere (1), accesorios oficiales Lenovo

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