Los últimos 12 meses parecen 12 años concentrados en uno. El aluvión informativo que ha rodeado la pandemia se une a multitud de nuevas experiencias personales y profesionales, así como a un gran número de inseguridades y momentos duros. La COVID-19 también nos ha dejado un año lleno de preguntas. Los interrogantes se han acumulado desde el principio de la pandemia.
¿Qué pasa con esa nueva enfermedad en China? ¿Van a obligarnos a permanecer en casa? ¿Hasta cuándo vamos a estar confinados? ¿Desaparecerá el virus en verano? ¿Cuántas olas va a tener la epidemia? ¿Podemos confiar en que algún día haya vacunas? ¿Cuándo vamos a recibir nuestra dosis? ¿Cómo funciona un test, qué son los anticuerpos, cómo se propagan los aerosoles?
La lista es larga. Podríamos seguir así, escribiendo párrafo tras párrafo. Pero en el momento actual, con buena parte del mundo en plena campaña de vacunación, hay una pregunta que cada vez gana más fuerza en el entorno de la investigación. ¿Qué va a pasar a medio plazo? ¿Acabaremos conviviendo con el SARS-CoV-2 tal y como hoy convivimos con el resto de coronavirus del resfriado?
Un futuro desconocido
Si algo hemos sacado en claro de todas las preguntas que nos hemos hecho este último año, es que las respuestas no siempre han sido las esperadas. Predecir la evolución de la pandemia y, sobre todo, del virus, ha resultado más que complicado. Una de las teorías más extendidas durante estos meses ha sido la que afirma que el virus mutará para convertirse en algo más contagioso y menos grave. Y acabará causando una enfermedad suave y endémica.
A día de hoy, no sabemos si esto va a ser así. El virus muta constantemente. Estas mutaciones no son más que fallos en el proceso de copiado de su material genético y la mayor parte de las veces terminan en nada. Tal como explica Grace C. Roberts, investigadora en virología de la Queen’s University de Belfast, solo algunas de estas mutaciones suponen una ventaja para el virus. Cuando varias de ellas se acumulan, hablamos de una nueva variante. Algunas de ellas, como las llamadas británica, sudafricana o brasileña, pueden ser más peligrosas y se denominan variants of concern o VOC.
Predecir el resultado de estas mutaciones en el futuro es imposible. Y tampoco tenemos demasiados datos sobre qué ha pasado con otros virus, ya que la secuenciación genética es una tecnología que no lleva muchos años disponible. Así que, en la actualidad, la posibilidad de que el coronavirus pierda virulencia no es más que eso, una posibilidad. Sin embargo, un estudio de las universidades estadounidenses de Emory y Penn State ha dado recientemente una clave que podría ayudarnos a entender mejor el futuro.
¿Se volverá endémico el coronavirus?
La teoría de que los patógenos tienden a perder virulencia con el paso del tiempo no es nueva. Fue expuesta por primera vez a finales del siglo XIX por el bacteriólogo Theobald Smith. Según él, iba en el propio interés del patógeno volverse menos grave. Cuando menos afectado se quedase el huésped, más probabilidades habría de que este transmitiese la enfermedad a otros individuos sanos.
Sobre el papel, la conocida como ley de la virulencia decreciente tiene sentido. En algunos casos, además, ha resultado ser cierta. Sin embargo, un siglo más tarde, Robert May y Roy Anderson, pioneros en la aplicación de los modelos matemáticos a la epidemiología, probaron que la teoría de Smith no era correcta. O, al menos, no era precisa.
Ambos investigadores desarrollaron la llamada teoría de la compensación, hoy ampliamente aceptada. Según esta, la evolución de la relación entre patógenos y huéspedes se ve afectada por múltiples factores y no siempre sigue la ley de la virulencia decreciente. Entre estos factores están, por ejemplo, el número de posibles huéspedes susceptibles de ser infectados o el tiempo que transcurre entre la infección y el desarrollo de la enfermedad.
Este último factor ha sido clave en la evolución de la pandemia hasta el momento. El coronavirus tiene tiempo de sobra para replicarse y contagiar a otras personas antes de provocar daños en el huésped, daños que en ocasiones acaban causando la muerte. Es decir, atendiendo a la teoría de la compensación, no existe un factor que, aparentemente, vaya a limitar la virulencia del SARS-CoV-2. Al menos, si todo evolucionase según las leyes de la naturaleza.
Las vacunas y el resfriado COVID-19
En un artículo publicado en la revista ’Science’, un equipo de investigadores de las universidades de Emory y Penn State ha señalado ahora que la probabilidad de que la COVID-19 se convierta en una enfermedad endémica, con picos estacionales y similar al resfriado es alta. Lo han hecho después de usar un modelo matemático que compara el SARS-CoV-2 con otros coronavirus y que tiene en cuenta un factor clave: la inmunización mediante las vacunas.
Según este modelo, la evolución de la enfermedad dependerá de cómo avance la vacunación entre la población de mayor edad. Con el paso del tiempo, todos los seres humanos entrarán en contacto con el virus en su infancia, cuando los efectos de la enfermedad son leves. De esta manera, se producirá una inmunización natural y nadie sufrirá la enfermedad en la edad adulta. En este escenario, la COVID-19 podría convertirse en un resfriado más, con un índice de mortalidad incluso menor que el de la gripe estacional.
“Estamos en un territorio inexplorado, pero un mensaje clave que se desprende del estudio es que los indicadores inmunológicos sugieren que las tasas de mortalidad y la necesidad crítica de una vacunación a gran escala pueden disminuir a corto plazo, por lo que se debe hacer el máximo esfuerzo para lograrlo”, señala Ottar Bjornstad, uno de los investigadores de la Penn State.
En el escenario que dibujan los investigadores, el coronavirus se unirá al resto de virus similares que hoy causan el resfriado. Podrán producirse varias reinfecciones a lo largo de la vida de una persona, pero los riesgos de padecer una enfermedad grave serán bajos, ya que los individuos contarán con cierto nivel de inmunidad adquirida en la infancia. Así que la COVID-19 sí puede acabar siendo un resfriado. Pero lo será gracias a las vacunas.
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