Unos 25 kilómetros al norte de Fairbanks, en Alaska, o 2.798 kilómetros al sur del polo norte, una puerta metálica en la ladera de una colina sirve de entrada a unas instalaciones únicas. En ellas se descifra el futuro y el pasado del planeta. Allí, a lo largo de dos túneles que suman poco más de 300 metros de longitud, se juega el destino del permafrost. Un remanente de las edades de hielo de la Tierra que es mucho más que un trozo de suelo congelado.
El Fox Permafrost Tunnel, operado por el cuerpo de ingenieros del ejército de Estados Unidos y el Institute of Northern Engineering (INE) de la Universidad de Alaska, fue ideado en los años 60 del siglo pasado como un laboratorio para investigar nuevas técnicas de construcción en el Polo Norte. Hoy en pleno proceso de ampliación, este túnel a través del suelo helado de Alaska es un lugar único en el que estudiar el permafrost desde su interior.
Pero ¿qué es el permafrost?
Cualquier sección de suelo que permanece congelada durante un mínimo de dos años es, técnicamente, permafrost. Este tipo de suelo es un vestigio de la última edad de hielo y el termómetro perfecto para medir el impacto del cambio climático. Ocupa un 24% de toda la superficie terrestre del hemisferio norte y un 85% de Alaska, Canadá, Groenlandia y Siberia. En el hemisferio sur, sin embargo, su presencia es testimonial. Solo se encuentra en zonas de elevada altitud y en partes de la Antártida. En el continente helado, la mayor parte de la superficie está cubierta por glaciares gigantescos.
El pasado 29 de mayo, desde Norilsk, Rusia, llegaban noticias de un vertido de 21.000 toneladas de gasoil al río Ambarnaya, cuyas aguas desembocan en el océano Ártico. El incidente se produjo en una central térmica que alimenta la industria minera de la ciudad de Norilsk. Una central que se asienta por completo sobre permafrost. El calentamiento de la zona, que llegó a alcanzar los 38 grados Celsius a principios de verano, provocó el colapso del permafrost.
La estabilidad de los edificios construidos sobre el suelo helado del hemisferio norte es solo uno de los desafíos que presenta el calentamiento global y el derretimiento gradual del permafrost. Este fenómeno también está ligado con el aumento de los incendios en el Ártico y, en particular, en Siberia.
Además, el permafrost es uno de los grandes depósitos de carbono del planeta. Se estima que, solo en la región circumpolar del hemisferio norte, más de 1,7 billones de toneladas de materia orgánica están congeladas en el suelo. El derretimiento podría acelerar su descomposición y liberar metano y CO2 a la atmósfera, acelerando el cambio climático. De hecho, algunos estudios señalan que el descongelamiento del permafrost podría suponer un punto de inflexión de no retorno en el proceso actual de calentamiento global.
Un túnel en el permafrost de los años 60
Tras la puerta de entrada de las instalaciones de Fairbanks, a pocos pasos de la superficie, el túnel se adentra en materiales congelados hace más de 18.000 años. En algunos puntos de este laboratorio, los investigadores tienen acceso a permafrost de hasta 40.000 años de edad. Se trata de un inmenso libro de registro climático en el que estudiar los vaivenes de la temperatura de la Tierra a lo largo de su historia.
Aunque el túnel se empezó a construir en 1962 para conocer las propiedades físicas del permafrost con objetivos ingenieriles, al poco tiempo se empezó a sacar partido para la investigación climática y paleontológica. En su interior se han hallado fósiles (desde antepasados de los búfalos hasta polen y microorganismos). Se han alcanzado capas de suelo rocoso con más de 500 millones de años de antigüedad. Y se han identificado las diferentes crioestructuras que genera el congelamiento y descongelamiento regular del suelo.
En los últimos años, se han estudiado, sobre todo, los efectos del cambio climático en el permafrost. Y es que congelado es duro como una roca, pero, si se derrite, este suelo puede volverse fluido rápidamente, volviendo el terreno inestable, liberando carbono e, incluso, microbios que llevan dormidos en una especie de estado criogenizado durante milenios.
De hecho, en el año 2005 se descubrieron en el túnel de Fox ejemplares vivos de Carnobacterium pleistocenium, una bacteria de hace 32.000 años. La bacteria es inofensiva para el ser humano. Pero el hecho de que aguantase congelada durante milenios y fuese capaz de volver a la vida subrayó la increíble resistencia de algunos seres vivos. El descubrimiento llamó la atención de la comunidad científica e, incluso, de los buscadores vida extraterrestre. Si la bacteria había sobrevivido 32.000 años congelada, quizá podría haber sucedido lo mismo en otros astros aparentemente inertes.
A medida que el planeta se calienta, toda esta investigación pende de un hilo. El permafrost se derrite a gran velocidad. Según las predicciones del IPCC, si conseguimos frenar las emisiones y que las temperaturas no aumenten 2 °C respecto a niveles preindustriales, alrededor de un 25% de la superficie actual de permafrost se derretirá antes de final de siglo. Si superamos esa barrera, probablemente perderemos el 70% en los próximos 80 años.
En ambos escenarios, es muy probable que el Fox Permafrost Tunnel desaparezca antes de 2100. Mientras tanto, será el mejor lugar desde el que observar desde dentro el colapso del permafrost; y entender sus implicaciones reales para los ecosistemas y, sobre todo, para el ser humano.
Imágenes | USAG Alaska/Daniel Nelson, ERDC, Kevin Bjella, Steve Juvertson