Jesús M. Paniagua es un ingeniero agrónomo que lleva casi 30 años trabajando en el sector de la gestión de residuos, dentro y fuera de España. Tras constatar que, incluso entre colegas de profesión, existía un gran desconocimiento, rodeado de falsos mitos, sobre qué es lo que ocurre exactamente con lo que dejamos en el contenedor, decidió escribir un libro acerca de lo que viene después, que también repasa la historia de la basura.
El resultado, ameno y riguroso a la vez, es Basura (Editorial Guadalmazán, 2022), un recorrido por el pasado y presente de los residuos que generamos, pero también por el nuestro, pues estos nos retratan como sociedad, en el que nos descubre lo que él llama la “trastienda de la civilización”.
Y es que detrás de la basura que tiramos y no volvemos a ver, como detrás del agua que sale con solo abrir el grifo o de la luz que se enciende con el simple gesto de pulsar el interruptor, hay toda una industria compleja, costosa y muy tecnificada. Desde la logística de recogida hasta el almacenamiento; desde los procesos de separación y clasificación a las distintas empresas de reciclaje…
Conocer esta trastienda nos sirve para entender por qué vivimos así (de cómodamente, dicho sea de paso), pero también para tratar de mejorarla.
El Blog de Lenovo (EBL): La basura no miente. Cada vez hay más. ¿Cuántos millones de residuos tenemos que gestionar cada año?
Globalmente producimos 2.000 millones de toneladas de basura anualmente, la Unión Europea 200 millones y España 20. A la cabeza está Estados Unidos, a la que siguen de cerca China, la UE y la India. La composición de todos estos residuos varía mucho según los países, dependiendo de su grado de desarrollo, costumbres, su clima o incluso si analizamos el cubo de la basura entre semana o en fin de semana.
EBL: Dice que en las casas no reciclamos basura, solo la separamos.
Efectivamente, no reciclamos, separamos, pero es una parte muy importante. Si no lo hacemos, cuando toda la basura va junta, los procesos industriales para su tratamiento pierden eficacia. Por ejemplo, si deposito los envases en el contenedor amarillo, de ahí se puede reciclar el 70%. Ahora bien, si los dejo entre la basura común, ese porcentaje desciende hasta el 10-15%. La separación no va a ser del todo óptima si esos envases se hallan mezclados entre una capa más compleja de basura, generando ineficiencia en el proceso de selección.
Además, al separar los residuos, ahorramos materiales y energía al permitir que, con el reciclaje, los desperdicios tengan una segunda vida.
EBL: ¿En España estamos haciendo los deberes?
Hay comunidades más avanzadas que otras en reciclaje. País Vasco, Cataluña y la Comunidad Valenciana llevan la delantera, con porcentajes de en torno al 40%, mientras que en otras zonas del país se necesitan construir más plantas. Madrid, por ejemplo, está en pleno proceso de mejora. En España, la media es del 33% de reciclaje, un dato mejorable, pero en consonancia con los países de nuestro entorno.
EBL: ¿Se puede reciclar todo?
Cuando los residuos pasan por las plantas de reciclaje, siempre va a haber una porción de ellos con los que no vamos a poder hacer nada, por los límites que impone la propia tecnología. Reciclar más allá del 50% es, a día de hoy, técnicamente muy difícil. Por eso no es muy exacta la expresión “residuos cero”; es más bien una marca comercial. Al final, con lo que no se puede reciclar de ninguna manera, hay dos tipos de eliminación: incineración o vertedero.
Los países que más reciclan, como Alemania, Suecia, Dinamarca o Bélgica, no recurren prácticamente a los vertederos porque, lo que no es reciclable, va a incineración.
EBL: ¿Qué es mejor?
Aunque ningún modelo es perfecto, en mi opinión, es preferible la incineración. El vertedero -hablamos de los controlados, como es el caso de España y el resto de países de la UE- es más difícil de gestionar y no se acaba nunca, siempre tienes que ampliarlo, buscar huecos, porque vas acumulando un producto final.
Las incineradoras son máquinas que queman los residuos y, en esos procesos de combustión, generan energía, además de que casi todo desaparece, siempre que estén bien gestionadas, claro, pues liberan una serie de gases que necesitan tratamiento.
En este sentido, Japón es un modelo a seguir. Por ejemplo, Tokio tiene 16 incineradoras en su casco urbano, entre colegios, hospitales, tiendas, restaurantes.., y no pasa nada porque lo que sale de las chimeneas de esas plantas es un gas tratado y limpio, probablemente mejor que el humo de las calles.
EBL: La basura que tiramos es un fiel reflejo de nosotros mismos, de la sociedad. ¿Cómo somos ahora y cómo éramos antes?
El punto de inflexión hay que situarlo a partir de la Segunda Guerra Mundial, de los años 50 del siglo XX. Antes de esa fecha, la basura estaba compuesta, sobre todo, de residuos orgánicos y material inerte. Estos eran fáciles de gestionar; es más, era muy poco necesaria una industria en torno a ellos, y había menos cantidad de basura, pues éramos menos de la mitad de gente que somos ahora y cada uno consumía menos.
Todo se complicó a partir de la segunda mitad del siglo pasado: no solo por el aumento exponencial de la población, sino también por la producción y el consumo de plástico, que se disparó.
EBL: ¿Dónde están los orígenes históricos de la basura?
Si nos remontamos al mundo antiguo, en Roma hay un monte, el Testaccio, de unos 20 metros de altura, que está hecho de pedazos de ánforas que un día contuvieron aceite, provenientes de los barcos que llegaban hasta el puerto de Roma entre los siglos I y III d. C. desde Hispania y el norte de África. Basura irreciclable que se quedó ahí para los siglos de los siglos.
Pero hay vertederos más antiguos, como los que se llegaron a establecer a las afueras de las grandes ciudades de Mesopotamia, algunos con más de 10 metros de espesor, compuestos casi en su totalidad de restos de cerámica, porque estaban asociados a talleres de este producto, más una gran cantidad de cenizas y capas negras de residuo orgánico.
Dentro de 2.000 años, cuando excaven nuestros vertederos, verán qué comíamos, cómo vivíamos, a través de nuestra basura, que muestra, sin más, la vida real, la de la gente corriente.
EBL: La ingente cantidad de residuos que generamos está ahogando los océanos y supone un auténtico desafío. ¿Hay que cambiar la lógica del ‘fabrico, compro, uso y tiro’ por la de ‘reducir, reparar, recuperar, reutilizar y reciclar’?
Hay que separar los residuos y llevarlos a sus contenedores correspondientes, desde luego, pero también hay que cambiar el diseño de los productos para que sean más fáciles de reciclar, para que los envases en los que se comercializan se puedan reutilizar muchas veces. E incluso hacer innecesarios los embalajes: ahí está, por ejemplo, la venta a granel.
Debemos aprender a consumir de otra manera, más conscientemente, menos cantidad, pero a la vez lo que adquirimos ha de ser más fácil de procesar en las plantas de reciclaje. Ya hay un impulso social para que así sea, de modo que las empresas, aunque sea por cuestiones puramente comerciales, acabarán yendo en la misma dirección.
EBL: Un contenedor para el vidrio, otro para el cartón, los envases… Como cada vez separamos más, cada vez hay más contenedores, que ocupan mucho espacio en las ciudades y generan suciedad a su alrededor. ¿Es la mejor opción?
Ninguna solución es mágica y, en Europa, el modelo de contenedores es el más extendido. La alternativa es la llamada recogida puerta a puerta. En este caso, te dan unas fechas concretas para dejar la basura en zonas de la acera marcadas -un día para sacar lo orgánico, otro para los envases, otro día para el resto…-, la recogen y desaparece. Es una opción muy buena para zonas urbanas no muy pobladas o áreas rurales. Para los núcleos con gran densidad de población, me temo que el modelo de contenedores persistirá.
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Imágenes | Jesús M. Paniagua