La relativa escasez de recuerdos de los primeros años de vida entre los adultos es un fenómeno de amplio interés científico. A principios del siglo XX se estableció la definición más rigurosa de qué es la amnesia infantil. Esta define precisamente la incapacidad de los adultos para recordar eventos que se remontan antes de cierta edad.
Las investigaciones realizadas a partir de los años ochenta del siglo pasado identificaron la edad promedio de los primeros recuerdos: los adultos de culturas occidentales sitúan los primeros eventos de sus vidas que son capaces de rememorar entre los tres y los cuatro años. Sin embargo, los resultados de un estudio reciente, publicado en la revista científica Memory, han hecho retroceder un poco ese umbral.
Así, los primeros recuerdos disponibles serían los de alrededor de los dos años y medio de vida. La investigación también destaca una marcada diferencia entre los recuerdos tempranos formados por los niños, menos estables, y los posteriores, más vinculados a un determinado y cierto marco temporal.
La autora de este trabajo es Carole Peterson, profesora de Psicología en la Memorial University of Newfoundland, en St. John’s (Canadá). Se basa en la revisión de datos que surgió a lo largo de 20 años de trabajo sobre la amnesia infantil. Su recorrido científico empezó en 1999 y puso especial atención en la capacidad de niños y adultos para recordar sus primeros años de vida.
La científica tomó en consideración los recuerdos de 992 personas, cuyas memorias en 697 casos también fueron comparadas con los correspondientes recuerdos de sus padres. «Cuando se manifiestan nuestros primeros recuerdos, es más un blanco en movimiento que un solo recuerdo estático», dijo Peterson, al describir los hallazgos más importantes de la investigación.
Cuál es nuestro primer recuerdo
Muchas personas, cuando se les pide que relaten su primer recuerdo, explica la investigadora, no proporcionan un límite. Ni una línea divisoria más allá de la cual no se encuentran memorias. Más bien, los estudios indican que tienden a considerar un conjunto de recuerdos potenciales. Sin una fecha o un momento preciso.
A partir de estos, es relativamente fácil hacer que rememoren eventos anteriores a los relacionados con sus primeros recuerdos informados. «Es como una bomba autocebante: una vez que la activas, luego funciona sola», explicó Peterson, en referencia a la capacidad que las personas tienen para recordar de forma independiente los hechos que preceden a los eventos que dicen ellas mismas que son sus primeras memorias.
En general, el estudio muestra que los primeros recuerdos de los niños se remontan a antes de lo que ellos creen, como confirman sus padres. Además, sobre la base de evidencias definidas por Peterson como «muy convincentes», fue posible concluir que la memoria tiende a ‘cambiar’ la fecha de los recuerdos previamente atribuidos a una determinada edad de la infancia.
De hecho, en algunas investigaciones revisadas por Peterson, niños más mayores, llamados a recordar eventos ya mencionados en entrevistas anteriores, tendían, entre una entrevista y la siguiente, a adelantar en el tiempo un hecho pasado. Es decir: lograban recuperar el mismo recuerdo (incluso ocho años después de la primera toma de contacto), pero lo atribuían a etapas de su vida más avanzadas.
«A medida que crecen, los niños continúan moviendo hacia adelante la edad que creen que tenían en el momento de esos primeros recuerdos», dijo Peterson, quien atribuye este descubrimiento a un ‘efecto telescópico’: mirar acontecimientos que sucedieron hace mucho tiempo es como mirarlos a través de una lente. Cuanto más distante está un recuerdo en el tiempo, más cercano parece.
Cuándo se empieza a tener uso de razón
En su investigación, los niños movían sus primeros recuerdos a lo largo del tiempo de uno a tres años y medio después. Sin embargo, esto no sucedía en el caso de adolescentes y adultos que recordaban hechos ocurridos a partir de los cuatro años. Según Peterson, la revisión de los resultados de estudios diferentes y heterogéneos sobre este tema indica con bastante claridad que las personas son capaces de rememorar mucho más de su infancia y mucho más atrás en el tiempo de lo que creen.
También sería relativamente fácil ayudarles a acceder a esos recuerdos, asegura la científica. No obstante, considera que en la investigación de la amnesia infantil todavía falta una gran colección de datos externos documentados de forma independiente. Esto permitiría comparar los recuerdos estudiados con las fechas sacadas de esos datos, reduciendo el riesgo de deformaciones ‘telescópicas’ por parte de los pequeños y errores en la datación por parte de los progenitores.
Adelantar en el tiempo los primeros recuerdos va ligado con la autoconciencia (lo que comúnmente se llama ‘el uso de la razón’), que es mucho anterior a lo que se cree. De hecho, la memoria es un elemento subjetivo y se desarrolla cuando la persona es consciente de existir como un individuo. La idea del ‘yo’, como explican algunos profesores de la Universidad de Aberdeen (Escocia) en The Conversation, se desarrolla precisamente cuando los niños empiezan a utilizar pronombres personales. O cuando reclaman la propiedad de un juguete diciendo “¡es mío!”. Somos personas mucho antes de lo que pensamos… y de lo que recordamos.
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