deforestación de Islandia

La gran deforestación de Islandia y cómo la huella humana altera para siempre los ecosistemas

Hubo un tiempo en que la Tierra estaba dominada por grandes mamíferos. Las manadas de mamuts recorrían Siberia y los gliptodontes y los megaterios (primos grandullones de armadillos y perezosos, respectivamente) compartían espacio en América del Sur. Algunos representantes de esta megafauna, como el elefante, la jirafa o el oso, han sobrevivido hasta nuestros días. Pero la mayoría desapareció en un lapso de tiempo corto, evolutivamente hablando: desde hace 50.000 años hasta la actualidad.

Existen varias hipótesis para explicar el llamado evento de extinción del Cuaternario tardío. Algunas señalan cambios climáticos, ya que el planeta empezó a calentarse en aquella época y no ha vuelto a enfriarse desde entonces. La última glaciación terminó hace unos 12.000 años. Otras, las más aceptadas, señalan al ser humano. La caza excesiva por parte de nuestros ancestros habría llevado a la extinción a al menos 178 especies de mamíferos.

La desaparición de los grandes herbívoros que habían convertido buena parte del planeta en un inmenso pastizal tuvo una consecuencia inmediata: la reforestación. El ser humano todavía no había dominado el pastoreo ni la agricultura, así que los bosques reclamaron una parte importante del terreno perdido. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, el impacto humano tuvo justo el efecto contrario.

La gran deforestación de Islandia

ovejas en Islandia

Flóki Vilgerðarson y Ingólfr Arnarson no fueron, probablemente, los primeros seres humanos en llegar a Islandia. De hecho, ni siquiera se sabe bien cuándo ni cómo se convirtieron en los primeros colonos de la isla. En el año 800 de nuestra era, las fuentes documentales son escasas. La ciencia se encuentra, a menudo, con historias y leyendas difíciles de comprobar. Sin embargo, sí se sabe que fue a partir del siglo IX cuando la isla nórdica empezó a contar con una población estable.

Cuando estos colonos vikingos llegaron a Islandia, los bosques ocupaban el 40 % de la isla. Eran particularmente densos en las zonas bajas, ocupadas sobre todo por abedules. En las zonas altas y en la tundra, el sauce enano y otras especies de matorral lo cubrían todo, tal como señalan desde el Servicio Forestal de Islandia. Pero los recién llegados se pusieron pronto manos a la obra.

Los vikingos eran una sociedad agrícola y ganadera, que trabajaban la piedra y el metal. E Islandia era una tierra rica en recursos. La deforestación gradual para abrir campos de cultivo y pastizales para las ovejas (todavía hoy un elemento clave en la economía de la isla) y la extracción de recursos mineros transformaron Islandia en un polo económico de la sociedad nórdica. Pero, al mismo tiempo, la despojaron de árboles. Alrededor del año 1300, el 95 % de los bosques había desaparecido.

Tras analizar restos de polen fosilizado, un equipo de investigadores ha concluido que el caso de Islandia no es único. En el artículo ‘The human dimension of biodiversity changes on islands’ publicado en la revista Science, señalan que los cambios en la vida vegetal del ecosistema de una isla producidos por la colonización humana son 11 veces mayores que los debidos al clima o a los efectos de otros eventos como erupciones volcánicas.

La alteración humana de los ecosistemas

una imagen de deforestación actual

La investigación se ha llevado a cabo analizando la historia fósil de los últimos 5.000 años en 27 islas de todo el mundo. Entre ellas, hay islas que llevan mucho tiempo pobladas, como Islandia, Tenerife o Fiji. Y otras en las que la colonización ha sido más reciente, como Galápagos o las Poor Knights (Nueva Zelanda). En todas se observa una tendencia similar: la modificación causada por la acción humana es irreversible y se sigue reproduciendo de manera constante siglos después de la llegada de los primeros colonos.

El estudio, liderado por Sandra Nogué, de la Universidad de Southampton (Reino Unido), y en el que ha colaborado Josep Peñuelas, del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), junto a otros 17 investigadores de todo el mundo, es uno de los primeros en cuantificar el impacto humano en un paisaje. Por lo general, separar los efectos del clima y de la acción humana es complicado.

“Las islas son laboratorios ideales para medir el impacto humano, ya que la mayoría fueron colonizadas en los últimos 3.000 años, cuando los climas eran similares a los actuales”, explica Sandra Nogué. “Saber cuándo se colonizó un territorio aislado facilita estudiar científicamente los cambios de la composición de su ecosistema en años anteriores y posteriores, y aporta una dimensión de su magnitud”, añade.

Las tendencias se observaron en ubicaciones geográficas y climas tan diversos como los del océano Pacífico Sur, el Índico, el Atlántico Sur o el Ártico. Todas siguen el mismo patrón: limpieza de vegetación, introducción de especies exóticas y extinción de especies endémicas. Los resultados muestran además pocos indicios de que los ecosistemas afectados por el hombre se parezcan a las dinámicas presentes antes de su llegada. Es decir, los impactos antropogénicos tienen un efecto duradero en estos ecosistemas. Además, este efecto es más intenso cuanto más avanzan la tecnología y la técnica humanas.

“El medioambiente de las que fueron colonizadas por poblaciones más modernas, como las Galápagos o las Poor Knight, recibió más impacto”, indica Nogué. “En cambio, las ocupadas previamente recibieron poblaciones más primitivas, que desarrollaron una vida más ligada al ritmo natural y más sostenible y, por tanto, el territorio fue más resistente a la colonización”, concluye.

Cuando hablamos de la huella ambiental humana, pensamos a menudo en fábricas bombeando gases de efecto invernadero o en montañas de plástico. Pero el impacto del ser humano en la naturaleza empezó mucho antes. Los investigadores apuntan que, de cara al futuro, las estrategias de conservación de los ecosistemas deberían tener en cuenta el impacto a largo plazo de los humanos y no solo los más recientes.

Imágenes | Unsplash/Gian-Reto TarnutzerAnastasiia Chepinska, Maksim Shutov

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