El hambre en el mundo es un problema serio desde hace miles de años. Siempre han existido zonas del globo donde la comida, por un motivo u otro, ha escaseado. Pero hoy día el planeta se hace pequeño a medida que la población sigue creciendo sobre él y demandando no solo más recursos alimenticios, sino más recursos cárnicos y basados en el ganado. Más hambre para el futuro.
En 2011 la FAO comentó que podríamos alimentar a unas 12.000 millones de personas, pero no si estas se alimentan del modo en que lo hacemos los occidentales. El modo en que transformamos la proteína vegetal en animal para comernos esta última está acelerando el cambio climático. ¿Hay alguna solución al hambre? La tecnología da algunas alternativas.
Es posible obtener comida de la electricidad (y un par de cosillas más)
¿Te imaginas una proteína unicelular capaz de nutrir a un ser humano? Obviamente, en cantidades ingentes de billones de proteínas, teniendo en cuenta su tamaño diminuto.
Eso es lo que ha descubierto un equipo finlandés a través de un proceso electroquímico que solo requiere electricidad en continua, agua, dióxido de carbono y un determinado conjunto de microbios para producir esta proteína. Encerrados en un depósito al que llaman biorreactor, un ciclo cerrado de bacterias son capaces de reproducirse usando simplemente estos componentes:
El sistema es interesante por dos motivos:
- Consume CO2 atmosférico, que ahora mismo nos está sobrando.
- El excedente es esta proteína que podría alimentar a la población mundial con poco más que agua y electrólisis.
¿El problema? De momento es demasiado lento. A pesar de que las poblaciones bacterianas se reproducen de manera exponencial en condiciones óptimas, producir un gramo de la proteína final a partir de un bioreactor del tamaño de una taza de café tarda dos semanas. También hay que sumar que allí donde falta comida suele faltar también agua.
Comer insectos, que no son tan cuquis como las bacterias pero también están muy ricos
Hace tiempo comentamos que un oso sobrevive con 40.000 polillas al día, artículo que os animamos a leer. Cierto, no somos osos y necesitaremos menos polillas, arañas, grillos…
Camarero, ¡hay un pelo en mis escorpiones!
La verdad es que los insectos son una gran fuente de proteínas necesarias que deberíamos tener en cuenta para nuestra dieta, y 2.000 millones de personas (un 26% de la población mundial) la usan a diario en su alimentación. Otros comen caracoles, crustáceos o moluscos.
La gran ventaja de alguno de estos otros animales es su posición en la cadena trófica y el metabolismo. Los animales grandes como los cerdos, vacas y pollos, entre otros, tienen una conversión de materia vegetal a animal poco eficiente, y por tanto un kilogramo de su carne es más contaminante para el planeta, más difícil de conseguir a nivel energético, e insostenible para todos.
¿Algas, esas grandes olvidadas?
Las algas no son muy diferentes en su crecimiento a esas bacterias que mencionábamos arriba, y Andreas Myskja Lien, noruego investigador en SINTEF, propone un método de cultivo de algas con barcos adaptados.
Noruega exporta unos 125 millones de euros de algas salvajes al año, pero Myskja cree que el proceso puede acelerarse haciendo uso de la tecnología y el conocimiento mediante barcos que planten, cuiden y recojan los cultivos en mitad del océano.
¿La ventaja de las algas? Que si un año sobran siempre pueden usarse para hacer medicinas, bioplásticos, piensos, fertilizantes y biocombustibles. Son todo ventajas, y se pueden servir en forma de galleta, rehogadas, cocidas, al vapor… ¡Ñam!
Las alternativas de ingeniería humana de Matthew Liao
Mattew Liao, director del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York, presentó hace tiempo una serie de alternativas basadas en la ingeniería humana que muchos tacharían de radicales: cambiarnos a nosotros mismos. Resumimos (mucho) sus propuestas relacionadas con la alimentación.
Hacer humanos más pequeños cribando espermatozoides y óvulos
A nivel tecnológico, ya hacemos esto, y la ética tras el proceso está superada desde hace décadas para eliminar enfermedades o seleccionar genes no propensos a fallos, por ejemplo. Sin embargo, ser bajito todavía es un estigma social.
Hija, no eres bajita, es que estás en modo “eco”
Teniendo en cuenta que reducir la media de altura de la población mundial en tan solo 15 cm redundaría en niveles de consumo basal un 15% más bajo en hombre y un 18% más bajo en mujeres, parece un plan interesante para reducir mucho nuestro impacto, y necesidades, con muy poco esfuerzo.
Volvernos intolerantes a algunas proteínas cárnicas
Hay lugares del mundo en los que el consumo de carne es esporádico, y basado en ese tipo de dietas y un modo de volver a las personas intolerantes a según qué sustancias, Liao propuso aceptar de manera voluntaria que los excesos de carne en nuestra alimentación nos pongan malos.
No hablamos de alergias o shocks anafilácticos, sino al malestar asociado al consumo excesivo de carne. Una alternativa interesante para quien busca tener un menor impacto pero no tiene voluntad para reducir su consumo.
Más estudios, ergo menos hijos, ergo menos bocas
Hace tiempo que se sabe que una sociedad con más estudios a cuestas es una sociedad más estable en su natalidad. Menos explosiva o exponencial. Esto es particularmente interesante cuando las mujeres se ponen a la altura de los hombres en niveles de estudios: la natalidad se estanca, algo bueno para el planeta (y nuestra lucha contra el hambre).
Menos bocas que alimentar se traduce en más recursos para los que vienen usando menos energía en el proceso. Es decir, que estudiar y aprender ayuda a combatir el hambre.
Alternativas al modo en que consumimos hay bastantes, incluyendo la guerra contra el desperdicio, muy importante en sociedades como la nuestra; o los filetes artificiales cultivados en laboratorio, que consiguen minimizar (mucho) su consumo energético, su impacto ambiental y, obviamente, el dilema ético de comer seres vivos. La tecnología va por buen camino si queremos seguir comiendo.
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