Homo nubibus: el ser humano distribuido en la nube

¿Sabes cuánto de ti está en la nube? Probablemente más de lo que sospechas. Durante mayo de 2018 todos recibimos decenas mensajes del GPRD, lo que significa que las marcas tienen una gran cantidad de información de nosotros.

Cierto que está “repe” y que la mayoría de las veces son datos básicos como nombre y señas. Sin embargo, los servicios en la nube han pasado a ser algo tan cotidiano como el dinero. Ya somos homo nubibus, el “ser humano en la nube”, distribuidoy permanentemente conectado.

Un día entero acompañado de datos de la nube

Me despierto y apago la alarma. Después de abrir la ventana, miro Trello mientras preparo el desayuno. Este organizador de tareas trabaja en la nube, como la música de YouTube Music que me acompaña a lo largo del día.

Llego a mi oficina y arranco el ordenador. El router parpadea. Lo primero que hace mi PC es conectarse a internet –no sabría decir para qué vale mi sin conexión– y reviso un par de correos (en la nube) antes de ponerme a trabajar.

Lo hago en un directorio web tan conocido como Google Drive. MEGA, Microsoft Drive o Dropbox funcionan de modo parecido, y permiten editar documentos en la nube. Todo mi trabajo se realiza en local pero se procesa en remoto.

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A cientos de kilómetros de distancia, probablemente en un servidor en Dinamarca, los datos de la siguiente canción se envían a mi IP. Junto con ella, me llegan un par de mensajes de texto vía chat. De nuevo, un espejismo de la nube tras el mensaje. Las fotos que me envían por WhatsApp se suben a Google Fotos.

A la hora de comer enciendo el televisor y pongo Netflix, algún podcast de iVoox o nuevo contenido de algún canal de YouTube. Todo vía streaming directo desde la nube a mi pantalla.

Visualizar la información que descargamos es sencillo con los ejemplos de arriba. Pero, ¿y la información que doy yo? ¿Qué información subo? Bueno, le digo a Trello qué hago, a YouTube Music lo que me gusta, a Google Drive de qué va mi trabajo, a Netflix qué documentales llaman más mi atención, etc.

Además de datos básicos como mi nombre o edad, como homo nubibus emito información constante sobre mi posición, actividad, gustos, compras y pensamientos. La nube, de forma distribuida, lo sabe todo de mí. Y de ti.

Ya eres ‘homo nubibus’, aunque no lo sepas

En un comunicado de prensa, Chris Thorson, Director Senior de Marketing de producto en Polycom, comentaba en junio de 2018 que en “los servicios basados en la nube se encuentran en todos los aspectos de nuestras vidas”. Tiene razón, claro.

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Lo que a finales de 2010 se llamaba “huella electrónica” o “huella digital” es ahora un rastro de ramas virtuales aplastadas perfectamente delimitado a través de un flujo de electrones que apuntan directamente a nosotros.

La nube está a nuestro alrededor de nosotros del mismo modo que lo está el aire o la electricidad. La respiramos y no sabríamos vivir sin ella. Si no te lo crees, atrévete a “olvidar” el teléfono en casa un par de días. Haz la prueba.

El cloud se ha convertido en una extensión de nosotros mismos, una entidad virtual codependiente. Sin nosotros, nuestra ID virtual no sirve para nada. Sin ella, no podemos interactuar socialmente más allá de la vida de barrio.

Todo está en la nube. Lo que lees, tus relaciones, a dónde vas y con quién te ves. Si nos llamo homo nubibus es porque hemos atravesado el umbral en que la nube era algo externo a nosotros para convertirse en parte de nuestro ADN digital. De la burbuja de realidad que habitamos.

¿Qué aporta la nube?

Como toda tecnología –un cuchillo, la radio, Internet…– la nube tiene usos buenos y usos éticamente más reprochables. A dario, ser un homo nubibus aporta cierta ventaja competitiva frente a los humanos desconectados.

Puede que no se suela analizar desde esta perspectiva darwinista, pero alguien con toda la información que necesita en el bolsillo puede responder fácilmente a cualquier imprevisto. Estar conectado aporta ventajas, como ya las aportaba el estar localizado en el teléfono móvil o el tener fijo frente a ir a hablar al bar.

También da flexibilidad y libertad de movimientos. A nadie se le ocurre ir a casa para enviar un email urgente. Saca el smartphone y se pone a redactar. Prácticamente no hay gestión que no pueda hacerse desde la nube, y eso significa que puede hacerse desde… bueno, en realidad desde cualquier lugar.

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Nos aporta lo que podríamos llamar un universo de servicios a nuestro alrededor. Si lo has pensado, seguramente haya una aplicación para hacerlo, y todo funciona gracias a la nube. Pero el homo nubibus no vive en un mundo rosa.

¿Qué te quita la nube?

Hemos abierto el artículo con el GPRD y servicios como YouTube o Trello. Marcas cuyo negocio principal es el de la información que le suministramos de manera voluntaria. Es un intercambio que muchos consideramos justo: servicios a cambio de información. Pero es un intercambio que tenemos poco presente.

La nube es un invento maravilloso y ubicuo, pero también una invasión de la privacidad y el talón de Aquiles de nuestra seguridad. Es gracias a la nube que se puede piratear una nevera, que pueden llevarse a cabo secuestros virtuales o que te pueden hacer phishing para robarte datos.

Hay más información nuestra en la nube que fuera de ella. Y, además, está distribuida en una infinidad de servidores fuera de nuestro alcance. La mayoría de las veces en otros países y con una seguridad que no controlamos.

Es por eso que existen movimientos sociales a favor de la localidad. De llevar nuestros datos con nosotros –quizá en el móvil con varias copias de seguridad encriptadas en móviles amigos– y que sean las marcas las que nos la pidan cuando la usen. Pasar de remoto a local.

Quizá tengan éxito. Quizá no. De lo que no cabe duda es que hoy nuestra existencia pasa por un alter ego virtual, un espejismo de nosotros mismos desde la faceta de la pulsera de actividad o Facebook. De que somos homo nubilis.

 

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Imágenes | iStock/francescoch, iStock/gorodenkoff, Joshua Fuller, iStock/nito100

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