Marte es un páramo radioactivo y venenoso en el que no crecen las plantas. Con baja gravedad respecto a la Tierra y cubierto de un regolito que se adhiere a cualquier mecanismo, no parece el mejor candidato a turismo espacial. Tampoco a Planeta B en caso de que nos carguemos el equilibrio de la Tierra.
Si bien es cierto que Marte está “cerca” y podría servir como backup de la humanidad ante eventos como un meteorito (tengamos en mente a los dinosaurios) el efecto invernadero que estamos causando en nuestro planeta de origen, ¿podría arrastrarnos a vivir en el planeta rojo?
Marte ya es un desastre medioambiental
Es probable que Marte tuviese en su momento ríos de agua y océanos o mares que cubrían buena parte del planeta. Pero Marte carece de magnetosfera. Que sepamos, su núcleo o bien no es metálico o no gira. Eso significa que el planeta está expuesto a la radiación dura del Sol.
Además, su baja gravedad ha hecho que la poca atmósfera que haya habido sea expulsada de forma gradual. Como consecuencia Marte es una bola helada repleta de dióxido de carbono (CO2, 95%), nitrógeno (N2, 3%) y argón (Ar, 1,6%). Si fuese más densa quizá se daría el efecto invernadero.
Venus también ha llegado a un punto crítico
Al otro lado de nuestra órbita encontramos Venus, otro desastre medioambiental. A diferencia de Marte, Venus sí tiene gravedad suficiente como para retener su atmósfera, pero su cercanía al Sol ha hecho que esta se vuelva extremadamente caliente debido a los gases de efecto invernadero.
Si seguimos vertiendo CO2 y otros GEI al aire durante décadas, y el permafrost siberiano se derrite liberando el metano (CH4) atrapado, la Tierra podría parecerse a Venus en pocos milenios. Y el problema es que no sabemos cómo revertir El Lucero del alba a una situación de equilibrio como la terrestre.
¿Vivir en Marte, vivir en Venus?
Lanzar misiles con cianobacterias puede ser una posibilidad para terraformar Venus. Para Marte podríamos lanzar bombas nucleares limpias contra sus polos (aunque la radiactividad natural seguiría presente). Pero una atmósfera menos densa en Venus no evita los ríos de ácido sulfúrico y un suelo tan contaminado que solo podríamos vivir en sus nubes.
En Marte el caso es diferente. La exposición a la radiación de la superficie nos obligará a vivir bajo tierra. De modo que ninguno de los planetas supone una alternativa habitacional a la que ya ofrece la Tierra. Tanto Venus como Marte ya son desastres medioambientales, y ni hablar de Titán u otros satélites.
Esto no quiere decir que en el planeta rojo no se pueda vivir. Pero sí quiere decir que el trabajo para revertir Venus o Marte a estados de equilibrio próximos a los que tiene la vida terrestre (suponiendo que sea posible) exige mucho más de lo que puede dar nuestra tecnología actual.
Si ahora no somos capaces de revertir el “leve” impacto antropológico (comparado con Venus), ¿cómo vamos a ser capaces de bajar más de 450ºC el planeta verde o elevar en más de 70ºC el rojo?
Antes del turismo espacial toca cuidar la Tierra
La respuesta más coherente a la pregunta “¿Tendremos que mudarnos a Marte si hacemos inevitable el calentamiento global?” no tiene por qué ser positiva. Como hemos dicho, Marte ya es un desastre radioactivo en el que no sabríamos vivir. Tampoco cómo solucionarlo.
No es mejor alternativa que el protovenus en que podríamos convertir nuestro planeta si seguimos quemando combustibles fósiles. Eso significa que antes del turismo espacial nos toca cuidar la Tierra. No hay planeta B al que nos podamos mudar, tal y como rezan los carteles de ‘Fridays for future’.
Igual deberíamos empezar a escuchar a la joven Greta Thunberg, dejar de coger aviones, minimizar el consumo de carne, y aparcar de una vez los coches con tubo de escape. Hay quien piensa en Marte como una alternativa (hola, Elon) aunque esta no sería para todos.
Marte: el Plan B de unos pocos
Suponiendo que logremos vivir con éxito en Marte, este no sería un destino para toda la humanidad sino para unos pocos “privilegiados” que vivirían en sistemas cavernarios sin luz natural. Puede resultar interesante frente a la alternativa de aumento de las temperaturas y polución, aunque no en las próximas décadas.
Hace poco tocamos el tema de si los humanos estamos preparados para el espacio, con una respuesta negativa como resultado. Uno de los primeros escollos es salir del planeta, y con datos de 2011 solo 531 personas lo han hecho durante cinco décadas.
Si todas ellas lo hubiesen hecho este año habría viajado un 0,00000708% de la humanidad, una fracción ridícula lejos de ser representativa. En otras palabras: no podemos salir de aquí. Aún nos queda mucho que investigar antes de poder convertir el viaje espacial en una realidad o hacer de Marte un hogar.
La vida en Marte, poco confortable
Imagina vivir en una lata de metal incrustada en una antigua cueva marciana. El aire reciclado una y otra vez sale por unos conductos de ventilación que no logran calentarla del todo. La atmósfera externa está a unos -55ºC, y las condiciones dentro de los habitáculos son similares a los laboratorios antárticos.
La roca protege, pero llevar abrigo será obligatorio. Aquí y allá habrá bombonas de oxígeno por si sucede lo peor y el ambiente exterior entra a los habitáculos. Las pastillas de yodo serán imprescindibles, y muchos contraeremos diferentes cánceres.
Recordemos que la atmósfera marciana es tóxica y está altamente irradiada. A esto sumamos que nada de paseos por la superficie. Sin magnetosfera la irradiación solar sobre el planeta rojo es mortal. Incluso con traje de protección no es algo que se vaya a recomendar para coger mejor color de piel.
Así que la vida se realizará bajo tierra, y el cultivo también. No se puede cultivar sobre el regolito marciano, por lo que no queda otra que la hidroponía con focos de luz artificial. Eso reduce notablemente la capacidad de producción y la variedad dietética. La carne será inviable y los complementos obligatorios.
Visto así Marte no parece muy atractivo. No lo es. En este planeta ya tenemos todo lo que necesitamos, aunque parece que los humanos trabajamos muy duro por necesitar el planeta rojo. Quizá lo consigamos.
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